Por GERMÁN AYALA OSORIO
La negativa imagen del gobierno de Iván Duque, el desastroso manejo macro económico dado a los efectos sistémicos dejados por la pandemia y la condición sub júdice del propietario del Centro Democrático (CD), son factores que preocupan a los miembros de esa colectividad. Realmente, están desesperados e inquietos porque saben que lo más probable es que en el 2022 no puedan volver a poner en la Casa de Nariño (o de Nari) al que diga Uribe.
La situación es tan apremiante que el senador Carlos Felipe Mejía, siguiendo instrucciones del capataz o dueño del CD, acaba de lanzar su precandidatura presidencial. Se trata de un gris congresista, reconocido como un político rabioso, grosero, locuaz, gárrulo e infantil y poco leído. Dicho perfil resulta atractivo para miles de colombianos acostumbrados a las malas maneras, a la vulgaridad, a la patanería, a las acciones y actitudes primitivas propias de machos cabríos.
De la misma manera como esos connacionales aplaudían y aplauden el carácter camarrorero y vulgar de Uribe Vélez, lo harán con Mejía, pues dentro del CD es lo más parecido al expresidente y expresidiario antioqueño. Vaya desespero.
Calos Felipe Mejía está en contra del Acuerdo de Paz, lo que lo convierte en una ficha clave no solo para el partido, sino para los sectores de poder interesados en que el proceso de implementación de lo acordado en La Habana sufra un exitoso fracaso. Por ese camino su precandidatura, al margen de sus grotescas figura y actuaciones públicas, puede tomar fuerza si un equipo de asesores de imagen logra que el colérico e irascible congresista morigere su discurso y aprenda un discurso menos agresivo, con el que logre matizar y esconder su ignorancia supina sobre temas de Estado, Sociedad y Mercado.
En cualquier caso, la precandidatura de Mejía se enmarca en la crisis interna que vive el CD y en la que exhiben las otras colectividades. Es tal la crisis de los partidos políticos, que en el panorama nacional aparecen figuras alejadas o desconectadas de proyectos que apunten a resolver los problemas estructurales que arrastra Colombia desde hace 200 años. El listado ya es largo: aparecen el exalcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, un deslucido vendedor de buses que hizo de Bogotá un caos en su movilidad; Alejandro Char, miembro del Clan que maneja de tiempo atrás a Barranquilla como si se tratara de una tienda de abarrotes, una figura regional sin mayor proyección nacional; se suma al listado el malicioso exgobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, quien como uribista enclosetado pretende llegar a la Casa de Nariño para insistir en un modelo de desarrollo altamente depredador. Sus actuaciones frente al hasta ahora fallido proyecto de Hidroituango son su mejor carta de presentación como un político que poco o nada entiende de conservar ecosistemas y de mitigar riesgos ecológicos y socioambientales.
El único candidato que tiene un proyecto político estructurado es Gustavo Petro. Los miedos que genera el exalcalde de Bogotá se soportan en dos dimensiones: la primera, asociada a su pasado en el M-19: un amplio sector de la sociedad colombiana ve como impedimento ético y moral que un exguerrillero pueda asumir el poder. Valdría la pena que le echaran un vistazo a la vida política de Pepe Mujica en el Uruguay. Y la segunda dimensión está anclada a la lucha que libró desde el Congreso de la República contra los corruptos y las denuncias que hizo en su momento sobre las alianzas de Uribe con el paramilitarismo. Todo lo anterior muy bien aprovechado por la Gran Prensa afecta al Régimen de poder, para generar miedo en la opinión pública.
Emerge dentro del listado de precandidatos la figura de Camilo Romero. Se trata de un político joven e inteligente que podría llegar al solio de Bolívar si logra desmarcarse del Partido Verde y de todo lo que representa una colectividad que poco o no nada discute y hace control político sobre asuntos ambientales.
Así las cosas, si el CD toma la decisión como partido de apoyar la candidatura del «perro rabioso» de Carlos Felipe Mejía, tal y como lo mostró Matador en una caricatura, fácilmente será derrotado por Petro o por Romero, los únicos candidatos que hoy tienen un discurso coherente y un proyecto de país en sus cabezas. Pero sobre todo, que no tienen el talante ramplón, inculto y tosco del congresista y ficha de Uribe Vélez para las elecciones de 2022.
No puede el país volver a elegir como Jefe de Estado a un «rufián de esquina», tal y como llamó a Uribe el entonces presidente Juan Manuel Santos. Colombia necesita ser gobernada por una persona decente y no por un furibundo e iletrado como Mejía. Que no se les note el desespero.