Por MARÍA CLEMENCIA TORRES*
El Espectador en su edición del 21 de julio de 2020 publica un artículo titulado 350 intelectuales feministas firman manifiesto por el caso Ciro Guerra, en el que se rechaza la manera como los medios de comunicación abordaron el debate sobre las denuncias de acoso y abuso sexual contra el director de cine colombiano Ciro Guerra. Lea aquí el artículo.
En ese texto, llamado Manifiesto Feminista, se lamentan de que personas sin conocimiento profundo o experiencia hablen en los medios de comunicación sobre asuntos feministas o de violencia contra las mujeres, debido a que se pierde el rigor intelectual. Lea aquí el manifiesto.
Sin embargo, nada más patriarcal que el Manifiesto Feminista: qué reproducción tan impecable de las relaciones de poder, se quejan de haber sido silenciadas durante siglos, de haber sido invisibilizadas y reducidas a una categoría inferior con respecto a los hombres, pero ahora son las feministas las que silencian a las mismas mujeres.
Allí se asume que solo las feministas pueden hablar sobre las mujeres. Desde su pretenciosa “rigurosidad intelectual”, son ellas las que hoy en nombre de la “intelectualidad y el feminismo” pretenden expropiarnos nuestro lugar propio de enunciación, nos quieren reducir a la categoría de analfabetas en virtud de lo cual solo ellas, las feministas, pueden hablar por nosotras.
Así, pretenden imponer sus categorías profundamente patriarcales en un diálogo que en realidad es un monólogo entre ellas, las que piensan igual. Pretenden ser nuestras civilizadoras, aunque son ellas las que nos van a redimir de nuestra condición de “bárbaras”, porque nuestros saberes “carecen de rigor intelectual”; ese fue el argumento y el discurso de la colonización de América.
No, no nos representan, nos instrumentalizan, que es muy diferente. En nombre de las mujeres a las que consideran “inferiores intelectualmente” y a las que piden que “no hablen”, construyen su discurso feminista. Claro que todas las mujeres sabemos de feminidad, sabemos de todos los tipos de violencias de las que somos víctimas, no necesitamos de la “intelectualidad” para leer nuestra realidad.
“Somos” y eso es suficiente para tener el legítimo derecho a hablar en nuestro nombre, desde nuestra propia voz, desde nuestros territorios y especificidades. Más bien, ¿por qué no hablamos sobre la legitimidad de esa representación que se atribuyen las feministas?
Este debate fue planteado magistralmente por Domitila Barrientos de Chuncara en 1975, durante la tribuna del Año Internacional de la Mujer, instituido por las Naciones Unidas y que se llevó a cabo en México. Domitila fue líder del movimiento de los mineros bolivianos, el cual comenzó con una huelga de hambre contra la dictadura de Hugo Banzer.
A la eterna usanza de las feministas, Domitila fue “invitada” (instrumentalizada) a este evento. Ella narra cómo pedía insistentemente la palabra y no se la concedían, hasta que pronunció su famosa frase que después se convertiría en un texto: “Si me permiten hablar”.
Cuando al fin pudo hablar, una de las organizadoras del evento, la estadounidense Betty Friedman, le insistía en que no era el espacio para hablar de la situación de los mineros bolivianos, sino de las mujeres, ante lo cual Domitila respondió: “Muy bien, hablemos de nosotras…pero si me permite, voy a empezar. Señora hace una semana que yo la conozco, cada mañana usted llega con un traje diferente; y sin embargo, yo no. Cada día usted llega pintada y peinada como quien tiene tiempo de ir a una peluquería elegante y puede gastar plata en eso, yo no. Yo veo que usted tiene cada tarde un carro con chofer que la lleva hasta su casa, yo no. Y para presentarse aquí como se presenta, estoy segura de que vive en un barrio elegante… las mujeres de los mineros tenemos una vivienda prestada y cuando nuestro esposo muere, se enferma o lo retiran, tenemos 90 días para devolverla a la empresa y quedamos en la calle. Entonces dígame usted y yo en qué nos parecemos, no somos iguales aún como mujeres”.
No pueden las feministas proscribir la palabra de las mujeres en nombre de ninguna categoría que las sitúe en una relación de poder, no pueden atribuirse el derecho a hablar en nombre de todas las mujeres a quienes consideran inferiores; evidentemente, no somos iguales entre mujeres.
Los medios de comunicación no pueden ser la tribuna exclusiva de quienes pretenden instituirse como discurso hegemónico, universal y válido. No, no puede ser tribuna de prácticas deleznables como el linchamiento de cualquier ser humano, no se reclama justicia cuando no se acude a ella, cuando con toda la razón afirman la ineficacia de la justicia colombiana, pero a su vez afirman que los hombres las intimidan cuando acuden a ella. No es “subalternando” a otras mujeres, perpetuándolas en su condición de víctimas como ganan legitimidad, sino respetándonos.
“Si me permiten hablar” las “intelectuales feministas”.
* María Clemencia Torres es periodista, docente con doctorado en Pensamiento Complejo, de Multiversidad Edgar Morón, México.