Por GERMÁN AYALA OSORIO
Aterrizó Aída Merlano y el mundo político y mediático se sacudió de tal manera que muchos asociaron el temblor previo a su llegada al país con los miedos que corren por Barranquilla. Entonces aparecieron los periodistas defensores del clan Char, bien por relaciones familiares directas o por cuenta de la pauta que llega de las huestes de las empresas del clan barranquillero y que alimenta a emisoras y periódicos.
El disgusto con el regreso de la condenada excongresista se explica por el doble rasero moral con el que se suele calificar a los delincuentes de cuello blanco y al fenómeno que soporta el accionar de aquellos: el ethos mafioso que guía la vida de millones de colombianos.
Por supuesto que la señora Merlano es un ejemplo de todo lo que está mal en política, pero sus denuncias no pueden desestimarse por el hecho de que tocan de manera directa a miembros del clan Char, uno de los más poderosos del país político y mediático.
La prensa afecta al viejo régimen se fue lanza en ristre contra la condenada y prófuga excongresista, por su regreso al país en medio de un nutrido operativo de seguridad, pero sobre todo por sus primeras declaraciones, en las que dijo que está dispuesta a hablar del entramado de corrupción política que de tiempo atrás opera en Barranquilla con la compra de votos. En concreto, la señora Merlano ha dicho hasta el cansancio que la familia Char habría financiado la red corrupta con la cual ella llegó al Senado en 2018.
Nuevamente la prensa afecta a ese viejo régimen que se resiste a morir, pone su mirada en las maneras, pero no en el fondo. El regreso de la Merlano se registró mediáticamente bajo las suspicacias propias de una sociedad que sabe que su peor problema es la corrupción público-privada, pero que aprendió a encontrar las maneras para minimizar la gravedad de esa realidad y encontrar diferencias entre los delincuentes de cuello blanco. Entonces, y quizás por ser mujer, por no venir de una familia “prestante” y por las relaciones íntimas que Aída Merlano sostuvo con Alex Char, se trata de invalidar sus denuncias.
Las sempiternas suspicacias aparecieron en otro caso emblemático de corrupción, el de Andrés Felipe Arias Leyva. Cuando Estados Unidos lo extraditó, este prófugo de la justicia fue recibido por las huestes mediático-políticas del uribismo como un héroe maltratado injustamente. SÍ, maltratado porque la entrega de millones de pesos en subsidios a familias ricas no tenía nada de malo… Y pregonaron la tesis de que había sido condenado injustamente porque él “no se robó un peso”. La senadora Paloma Valencia, hija adorada del viejo régimen de poder, en su momento dijo: “dar subsidios a quienes tenían plata no es delito».
Entonces, ahora que la señora Merlano regresa al país extraditada de Venezuela, para enfrentar en los estrados judiciales a miembros del Clan Char, su espectacular llegada anula y desestima las pruebas que dice tener, con las que enloda a los miembros de dicha familia. La misma excongresista calificó a los Char como “una mafia más peligrosa que el Clan del Golfo”.
Los procesos judiciales de Aída Merlano y Andrés Felipe Arias guardan similitudes: ambos fueron registrados bajo la sinuosa y moralizante carpa mediática. Eso sí, hay enormes diferencias políticas: al ser hombre cercano al sub judice Álvaro Uribe Vélez, Arias Leyva cuenta con todo su respaldo político y económico, porque ha sabido guardar silencio ante las motivaciones que explicarían sus decisiones en el manejo de los recursos de AIS.
Por el contrario, a la señora Merlano esa parte del viejo régimen que opera en Barranquilla y en Bogotá no le perdona haber denunciado lo que es un secreto a voces en la arenosa: la compra de votos. Es tan común esa práctica en esa zona del país- y en otras, por supuesto-, como comerse una arepa’e huevo, un pedazo de butifarra, o ver a cachondos adolescentes perseguir burras. Tampoco le perdonan que como mujer se haya atrevido a ventilar el amorío que sostuvo con Alex Char, un hombre “felizmente casado” a los ojos de la sociedad barranquillera.
Cuando una mujer en Colombia expone casos de corrupción asociados a temas sexuales, queda catalogada en la antipática y machista frase celebrada en el cine: «las mujeres son más peligrosas que las escopetas» (cita tomada de la película El Padrino).
@germanayalaosor