Álvaro Uribe… ¿desapareció o está atrincherado?

Por GERMÁN AYALA OSORIO

No comparto del todo la  tesis de algunas analistas, recogida en parte por el diario El País de España, que señala  que “Álvaro Uribe desaparece de la escena política por primera vez en dos décadas”. Tienen razón en que ya no es la descollante, delirante y admirada figura política de los años 2000. Hoy, su raída imagen de político probo, la más reciente decisión judicial en su contra y las más de 100  investigaciones que en su contra reposan en distintas instancias, fungen como pruebas y razones que explican su decadencia como líder político. Sin embargo, y justamente por los hechos que lo enredan con la justicia, su desaparición no puede ser total: está en la sombra, agazapado como fiera herida, listo a dar el zarpazo que le permita «hacer invivible la República” si llega a la presidencia Gustavo Francisco Petro Urrego. No es gratuito que el periodista Josep Contreras haya titulado la biografía no autorizada del caballista y latifundista antioqueño como «El Señor de las Sombras».

Que hoy no esté frente a las luces  y los micrófonos que lo encumbraron  y convirtieron en el mandamás de Colombia, no significa que su derrota es definitiva. Solo un fallo condenatorio podría provocar su desaparición total de la vida política del país. Insisto, Uribe Vélez está atrincherado esperando el resultado de las votaciones de este domingo 29 de mayo, el día D para los colombianos. Junto a él, en la misma trinchera, estarían oficiales activos de las fuerzas militares, en particular del Ejército, fuerza que manejó entre el 2002 y el 2010 como su ejército privado. Seguramente  también lo acompañan oficiales de la reserva y exmilitares, agradecidos por el manejo que le dio a las operaciones militares, siempre por fuera de la institucionalidad.

Comparten el parapeto, políticos tradicionales y los miembros de clanes regionales que lo apoyaron en su misión de apoderarse del Estado con fines de privatización. Un tanto alejados de la misma fosa están los empresarios que lo usaron para mirar hasta dónde podían extender los límites de la moral y la ética. La historia dirá que esos límites se corrieron tanto, que se pierden en el horizonte. El resultado es contundente: un ethos mafioso se entronizó en millones de colombianos, en específicos y estratégicos agentes de la sociedad civil y por supuesto, en el Estado, en particular en quienes tienen las armas de la República. La confusión moral y el desprecio por la ética caracterizan en buena medida a la sociedad colombiana.

Dependerá del resultado electoral de este 29 de mayo si la tesis recogida por el diario El País de España es válida. Si el resultado le es adverso al uribismo, es posible que el cambio de régimen se dé en el marco de múltiples formas de violencia. Y llegar a esas circunstancias solo es posible con la anuencia o la participación directa del 1087985.

Uribe Vélez está en la sombra, el lugar en el que después de sus ocho aciagos años de mandato, se siente más cómodo, moviendo los hilos del poder, lo único que le da sentido a su vida. Manipuló a Iván Duque como quiso. Intentó poner a Federico Gutiérrez y ahora, con la ayuda de los medios masivos, está tratando de hacer lo mismo con Rodolfo Hernández, conservador, timador y patán, última ficha que le queda al uribismo.

Pasarán años para superar el legado negativo que dejó el Señor de las Sombras. Solo después de que su dios lo llame a cuentas, se podrá titular de la misma manera como lo acaba de hacer el diario europeo. Por ahora, Uribe Vélez está en la oscuridad, esperando qué hacer para no dejarse arrebatar el control del Estado, el que logró capturar en tan ocho años y a plena luz del día.

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