Por CARLOS MAURICIO VEGA
Mientras Putin amenaza con tirar “bombas sucias” y atribuírselas a los propios ucranianos, los pacifistas extremos quieren dejar de armar a Ucrania y los conservadores llaman nazis a los refugiados. Escenarios posibles de una preguerra parecida a la de Europa de 1939, apenas para construir un Armagedón en cuotas moderadas.
Parece haberse puesto de moda entre cierta intelectualidad de la vieja izquierda latinoamericana justificar a Putin sobre el argumento de que fue la Otan la que provocó la guerra con sus avances geopolíticos y su consolidación del bloque occidental durante la posguerra fría. Inclusive un prestigioso columnista de este medio, Diego Otero Prada, con quien se puede discrepar sobre política o medio ambiente pero jamás en estadística o economía, ha descrito detalladamente aquí y aquí la formación de dos nuevos polos geopolíticos post guerra fría: uno, el de los atlantistas. aquellos países que quieren correr a como dé lugar la frontera asiática hacia Oriente. El otro polo es una especie de equipo “resto del mundo” capitaneado por Rusia y secundado por China, que está siendo provocado por la arrogante expansión de los antiguos aliados de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, y que ahora se desempeñan como los nuevos policías del mundo.
Hasta ahí todobién, como se dice ahora. Lo que Putin está haciendo, según esa teoría, no es sino defenderse de la avanzada occidental que colonizó culturalmente a Ucrania. Cuando Putin habla de desnazificar en realidad quiere decir, bruscamente, a la rusa, “desoccidentalizar”. Pero repito la pregunta: ¿por qué a bombazos? ¿Por qué defender una idea que se alega noble mediante crímenes de guerra, matando a sus hermanos y primos? Porque Iván Ilyn, un filósofo ruso exilado a Suiza y muerto en 1953 -conservador y paradójicamente pacifista- justificó la moralidad de la guerra cuando esta tiene una motivación “espiritual”, en este caso la restauración de lo que él veía como los valores rusos fundamentales. Putin reinvindicó la figura de Ilyn en el panteón de santones rusos y repatrió su cadáver en 2009 con una ceremonia de consagración de sus restos.
Al respecto pude escuchar a una dama rusa, de respetable edad y español de fuerte acento, justificar la invasión rusa a Ucrania ante un cenáculo de atónitos intelectuales en la plaza de mercado de ese barrio del norte de Bogotá que es ahora Villa de Leyva, “Estamos rrecuperrando lo nuestrro”, sería un buen resumen de su larga argumentación histórica, étnica y política.
Todo muy bien, en gracia de discusión, claro, ¿pero porqué a bombazos? No hay justificación ninguna a la violencia. Fui el único en intentar un contraargumento durante su largo monólogo. No obtuve nada diferente al hielo de sus ojos azules.
Debo anotar, para que no se interprete esta anécdota como rusofobia, que me honra la amistad de otra rusa, Irina, una artista residente en Vladivostok, el gran puerto sobre el Pacífico. La conocí en Berlín hace muchísimos años; cursaba su posgrado en la universidad de Kiev y pasaba ese verano en la antigua DDR. No la he visto desde entonces, pero mantenemos contacto ocasional. Ahora, de regreso de Villa de Leyva discuto con ella todo aquello que la señora rusa de Villa de Leyva no quiso, incluyendo las tristezas, el dolor, el miedo.
Aunque ella es hija de la Rusia de Brezhnev, coincidimos en que Putin y la Otan son dinosaurios de la historia: viven en el universo de la desaparecida URSS, el bigote de Stalin, el zapatazo de Kruschev en la ONU y la crisis de los cohetes de Cuba. Putin se consolidó como el poder dictatorial de un estado mafioso enmascarado de democracia. Ni el aparato militar ni el de inteligencia de la URSS iban a desaparecer. Putin no es sino un sucedáneo de la KGB, un antiguo policía político desnudo de la grandeza marxista que sostuvo a sus jefes durante 72 años. Y su inspiración espiritual está en el antiguo nacionalismo ruso expresado por filósofos como Ilyn, que era hijo de un palaciego del Zar. Esos nacionalistas, aupados por la iglesia ortodoxa y cuyos antepasados huyeron de Kiev hace ya unos cuantos siglos, ahora atacan a su propia abuela para reconstruir la influencia zarista no como imperio sino como polo cultura y económico opuesto a EU y la UE.
Así las cosas, la situación actual que otros analistas ven como una provocación de la OTAN, se asemeja mucho a la de Europa en 1939 luego de la invasión de las fuerzas hitlerianas a Polonia, bajo argumentos muy parecidos a los de Putin. Es una situación de preguerra mundial, donde sólo falta que Rusia invada a Moldavia o a Lituania, ataque a Escandinavia o use a Bielorrusia como títere para hacer entrar en el baile a las potencias que alimentan el fuego de Ucrania exportándoles munición.
La diferencia está en que ahora hay un arsenal atómico suficiente para volar el planeta entero varias veces. No hay absolutamente ningún argumento que justifique la violencia rusa y resulta un flaco consuelo recitar en su defensa las inmorales intervenciones de Estados Unidos, ese otro policía del mundo, en Chile, Grenada, Irak, Panamá o Afganistán, para citar sólo algunas, como contrapeso. Así es este mundo postcolonialista.
La manía de expandirse e invadir es una vergonzosa tradición europea. Recordemos que Francia invadió el norte de África y el sur de Asia y los ingleses a la India, sin ir más lejos. Los alemanes y los holandeses apenas lograron una fugaz pero nefasta presencia en Suráfrica. Y en esta esquina del barrio estamos hablando español.
Convertido el campo de trigo de Ucrania en campo de batalla de las antiguas potencias coloniales, la situación parece haber llegado a lo que en ajedrez se conoce como stalemate o callejón sin salida. Putin está jugado, va perdiendo y no puede retroceder: o es depuesto, o escala el conflicto. No va a retirarse.
Grupos de pacifistas extremos en Alemania y Francia sostienen que es necesario dejar de armar a Ucrania y abandonarla a su suerte, no porque simpaticen con Putin, sino porque creen como artículo de fe que responder a la violencia con más violencia sólo hace crecer una espiral destructiva. Le preguntaron a uno de estos pacifistas extremos alemanes si en el hipotético caso de un ataque callejero a una hija suya, si tuviera un arma dejaría de dispararle al asaltante, aun si ella estuviera en riesgo de morir. La respuesta fue “no dispararía”. La teoría pacifista extrema dice que proceder así traería en el largo plazo la extinción de la violencia, a un coste muy alto: el sacrificio de la hija o la destrucción del estado ucraniano.
Esta polémica ha traído una polarización muy amarga. Los progres, la izquierda moderada y los liberales europeos han reaccionado airadamente, mientras que los conservadores alemanes les gritan “nazis” a los refugiados ucranianos. Continuar la política de entregar armas, comunicaciones, financiación y logística a Ucrania parece un imperativo irreversible. Occidente (y la OTAN en particular) también están jugados y lo que estamos viendo, aterrados, es una pirotecnia de las nuevas tecnologías bélicas, donde los ucranianos son los laboratoristas del escenario de la muerte.
Lo más posible es que Putin siga perdiendo posiciones en el ajedrez de la guerra táctica convencional. Y los occidentales no dejarán de armar a Ucrania mientras puedan. Así las cosas, los pasos de un posible escenario escalable ahora son:
- Uso de bombas “sucias” en suelo ucraniano y atribuidas a la misma Ucrania, en un intento de contrainformación rusa para quitarle fuelle a la anunciada retaliación occidental. Muy propia del antiguo ex coronel de la KGB.
- Detonación de armas atómicas rusas en territorios desérticos propios como Kamchatka, a modo de demostración-amenaza.
- Uso de armas tácticas atómicas sobre territorio ucraniano.
Esta opción tiene dos escalas: la primera, detonarlas a gran altura tratando de evitar las muertes por calcinamiento, pero causando un gran pulso electromagnético que destruya todo artefacto eléctrico en cientos de kilómetros a la redonda. Esta arma “limitada” tiene una gran ilimitante, y es que no puede evitarse la diseminación de la radiación, por lo cual puede ser tomada como ataque directo a otras naciones.
Y la segunda, destrucción de los “centros de toma de decisión” de Ucrania, léase Kiev. Esta última es poco probable porque que no tiene presentación para Putin destruir aquello que pretendía salvar.
- En ese escenario de detonación nuclear “limitada”, se produciría la anunciada respuesta convencional directa, no nuclear, de la OTAN o de alguno de sus miembros, dirigida a destruir el ejército ruso en su territorio, bien sea en forma de bombardeos aéreos, misiles aire-tierra o mediante una muy improbable invasión territorial.
- Ante la inminencia de una “aniquilación” de su ejército, habría una respuesta nuclear rusa en gran escala apuntando a las capitales occidentales. Estados Unidos ya reportó hallarse en alerta máxima ante un posible ataque nuclear.
- Y vendría el Armagedón, fríamente citado por Biden, donde el mundo dejaría de existir tal como lo conocemos y los que sobrevivan tendrán que armarse con palos y piedras para la cuarta guerra, Einstein dixit.
El escenario alternativo deseable y el más posible, sería el de que Putin muera y/o su camarilla caiga por golpe de Estado o rebelión (la huida masiva ante el decreto de conscripción así parece indicarlo) y Rusia se retire.
Hasta que llegue el siguiente sátrapa en cualquiera de los dos lados, modelo Trump o Erdogan.
En este punto de la conversación mi amiga Irina se quiebra y se despide. Teme que su conexión de internet colapse o sea chuzada en cualquier momento. Me dice que le duele más allá de toda comprensión ver destruida a su Kiev, la ciudad de su juventud, donde fue feliz. Dice que su matrimonio de 30 años está a punto de colapsar porque su marido, a quien siguió hasta este confín del mundo por su empleo, le come cuento a la propaganda de Putin y la discusión política los tiene rotos. “La propaganda es la peor de las armas, es más dañina que las bombas”, dice. “Putin no me representa ni representa a Rusia. Yo amo a Rusia. Me duele Rusia, me avergüenza lo que hacen en nombre de ella. Rusia no es lo que ese hombre hace en nombre de ella ni la caricatura que ustedes ven de nosotros en Occidente. Somos mucho más que eso, tú lo sabes. Definir a Rusia por Putin es como definir lo alemán por Hitler”. Y los dos nos lamentamos de no haber aprovechado más aquellas tardes de verano en la Alexander Platz, poco antes de que el Muro cayera.
@karmavega22