En la misma semana aparecieron dos noticias tan parecidas como distintas. Por un lado, se escucharon disparos cerca del lugar donde estaba Donald Trump, un campo del golf de Florida. Sus escoltas dispararon ante la presencia de un hombre armado que más tarde fue capturado. Por otro, Gustavo Petro manifestó que existe un plan en su contra para destituirlo o asesinarlo. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian?
Estados Unidos tiene una larga tradición de atentados a presidentes en ejercicio y candidatos. Aunque el más recordado es el de John F. Kennedy, en 1963, uno de los más dolorosos es el de Abraham Lincoln, el padre de la patria, en 1865. No fue el único en el siglo XIX, también hace parte de esa lista James Garfield, asesinado apenas 16 años después. En el siglo XX la lista es larga: a lo largo de 80 años —entre 1901 y 1981— siete presidentes y un candidato presidencial fueron víctimas de atentados, de los cuales tres tuvieron resultados fatales: los dos de los hermanos Kennedy (John y Robert) y el de William McKinley, en 1901.
Colombia, en cambio, tiene un prontuario de siete candidatos presidenciales asesinados: desde Rafael Uribe Uribe en 1914 hasta el tres veces candidato Álvaro Gómez Hurtado, en 1995, pasando por los célebres Gaitán, Galán y Pizarro.
Ahora, contrario a la tradición, en las últimas semanas, el candidato Donald Trump y el presidente colombiano Gustavo Petro han sido objeto de noticias relacionadas con posibles amenazas contra sus vidas, con una característica que llama la atención: mientras en Estados Unidos se condena enérgicamente cualquier intento de atentado contra figuras políticas, en Colombia las declaraciones sobre una posible amenaza contra Petro se han reducido a acusaciones de paranoia.
El presunto intento de atentado contra Donald Trump fue recibido con un repudio generalizado por parte de los medios y la clase política estadounidense; el caso no solo levantó una ola de condenas, también suscitó una respuesta institucional rápida para investigar y castigar al responsable. Es decir, la figura de Trump, a pesar de su controvertido historial político, sigue estando bajo la protección de las instituciones democráticas que condenan la violencia como una vía inaceptable para la resolución de conflictos políticos. La cobertura mediática en este caso refleja un consenso general: cualquier intento de atentado contra un exmandatario es un ataque a la democracia misma.
En contraste, el caso del presidente Gustavo Petro ha sido recibido con escepticismo y desconfianza, tanto en la prensa como entre algunos sectores políticos colombianos. La información proporcionada por Estados Unidos sobre una posible amenaza en su contra fue tratada de manera más bien discreta, y la reacción pública estuvo lejos de la indignación generalizada vista en el caso de Trump. En lugar de percibirlo como un tema de seguridad nacional, muchos han catalogado el caso como un ejemplo más del supuesto «victimismo» o paranoia de Petro.
¿Por qué esta diferencia? Una posible explicación está en el contexto político colombiano. Petro, criticado por sus posturas izquierdistas y su discurso antielitista, ha sido una figura polarizadora en Colombia, lo cual ha despertado una tendencia entre algunos sectores a minimizar o deslegitimar sus preocupaciones, tachándolas de exageradas o infundadas, lo que contrasta con la reacción institucional y mediática que recibió Trump en Estados Unidos.
Este doble rasero puede deberse también, en gran parte, a la naturaleza de los medios en ambos países. En Estados Unidos, incluso los medios críticos de Trump se alinearon para condenar cualquier amenaza contra su vida, reconociendo el impacto que un ataque de esta naturaleza tendría sobre la estabilidad democrática del país. En Colombia, en cambio, la prensa y la oposición política han sido más reacias a asumir las amenazas contra Petro con el mismo nivel de gravedad, lo que revela, por decir lo menos, una falta de consenso sobre la importancia de proteger a las figuras políticas, independientemente de su ideología.
Además, la propia historia de Petro juega un papel en cómo se interpreta la información sobre posibles atentados en su contra. Sus detractores lo ven como alguien que tiende a exagerar las amenazas para ganar simpatía y consolidar su base política.
Uno se pregunta ¿qué habría pasado si las amenazas hubieran sido contra cualquiera de los tres presidentes anteriores?, ¿cuáles habrían sido las reacciones de la clase política y empresarial, y cuál el tratamiento mediático? Las amenazas contra figuras políticas deben ser condenadas por igual, independientemente de la afiliación política o las simpatías personales. Lo que está en juego es la estabilidad democrática de cualquier nación. La diferencia en la reacción mediática y política ante los casos de Trump y Petro no solo revela una disparidad en la forma en que se perciben las amenazas, también refleja las tensiones y divisiones más profundas dentro de las sociedades de ambos países.
Ojalá no sumemos a la aciaga tradición colombiana de atentados a candidatos la norteamericana, de atentados a presidentes. Toco madera.