Bernardo García fue uno de los fundadores de la famosa e icónica revista Alternativa. En este texto expone una versión que se aparta de la «historia oficial» sobre los hechos que condujeron al cierre de la publicación.
«Alternativa surgió en febrero de 1973, bajo el liderazgo de García Márquez y Orlando Fals Borda. El escritor y el sociólogo eran coetáneos, de la generación del famoso cura guerrillero Camilo Torres. Pero ambos ya eran famosos y tenían amigos, discípulos y fanáticos… que pronto entraron en conflicto.
Quizá la piedra detonante de la división en dos grupos fue el golpe de Estado del general Pinochet en Chile. Los áulicos y adictos de Gabo, futuro Nobel de literatura, reaccionaron con indignación a este hecho y desde la Fundación La Rosca buscaron a modo de reacción desencadenar en Colombia la rebelión armada, azuzada por Jaime Bateman, entonces jefe del naciente M-19.
Esa fue la razón de la burda división de Alternativa en dos revistas, bastante similares, a raíz de la “toma” de la casa de la revista (eran dos oficinas en la casa del grupo editorial La Rosca). Advertidos los redactores, retiraron sus bártulos y sus máquinas de escribir a sus propios domicilios. Orlando Fals Borda puso a disposición de sus discípulos un fondo que había recibido para la revista y a su turno el gerente, José Vicente Kataraín, puso a salvo la cuenta de la revista. Esa cuenta se había alimentado con suscripciones de apoyo del equivalente a cien dólares, suscritas por un buen número de amigos de Gabo, de Fals Borda y de otros fundadores.
Tras una fallida conciliación entre Gabo y Fals Borda en acta firmada en Londres -donde Gabo se hallaba sesionando para el Comité Russel-, el acuerdo fue rechazado por las bases de La Rosca, quienes se proclamaron trabajadores explotados por el capitalista García Márquez y emprendieron la publicación de “Alternativa del pueblo” con la consigna al revés: “Atreverse a luchar es empezar a pensar”. Pero lo importante no era el retruécano sino la voluntad que había de un sector del equipo editorial de apoyar en las ciudades la lucha armada que había desencadenado el naciente M-19, al estilo de los Tupamaros uruguayos. Aprovechando nuestra propia red de distribución, medraron en sana competencia con cerca de diez ediciones. Fue una vuelta tenaz.
Pero Jaime Bateman no se quedó quieto. Con la desfachatez que lo caracteriza, Enrique Santos instaló en la redacción a un uruguayo tupamaro exilado, a quien llamaban ‘el Gordo’. Además, empezaron a aparecer artículos con sabor a pólvora. Yo como editor responsable, que ya había asistido a dos difíciles juicios por injuria y calumnia (del ministro de Defensa Abraham Varón Valencia y del senador del Cauca Víctor Mosquera Chaux) exigí que en adelante los artículos se debían firmar al menos con un seudónimo. Y allí fue Troya. Enrique Santos volvió a afirmar que nadie en la revista podía firmar salvo García Márquez. Y él, que firmaba su columna dominical en El Tiempo, llamada Contraescape, tomando todos los materiales de la revista que quisiera sin darle crédito a nadie. Así que el enfrentamiento quedó en limpio.
Sometida la proposición a votación, por el No se manifestaron Enrique Santos, Antonio Caballero, María Teresa Rubino, Jorge Restrepo. Y por el sí José Vicente Kataraín, Manuel Segura, Cristina de la Torre y Bernardo García. El economista Héctor Melo (autor de informes especiales sobre la estructura del poder económico en Colombia aparecidos más tarde bajo el título de Los dueños de país con otro autor) se abstuvo. El empate lo disolvió García Márquez en favor del No.
Así comenzó la nueva era de la revista Alternativa del M-19, con Gerardo Quevedo como gerente, cuadro mayor del M-19, muerto en combate o asesinado años más tarde. Director Enrique Santos, y Gabriel García Márquez como asesor editorial. Nosotros nos retiramos a reanimar la Editorial La Oveja Negra, gracias a la concesión que nos legó Gabo, de la distribución exclusiva de sus libros en el mercado del Grupo Andino.
La revista volvió a salir con garbo renovado, mucho más agresiva, sin ahorrarle tinta a las denuncias de carácter política y social. Revista de combate, de agitación y propaganda. Muy a la manera como Jaime Bateman y sus más allegados lo entendían, formados en la Escuela Superior de Formación del Partido Comunista Soviético. A mí me parecía una orientación muy mamerta, pero en ese entonces esa era la izquierda dominante. Y punto. En ese sentido la revista guardó ritmo y disciplina partidaria, con el natural desmedro de su circulación. De 35.000 ejemplares semanales, parece que bajó a 10.000, y la pendiente continuó a la merma, aunque sin desistir ante las arremetidas del gobierno Turbay contra el M-19, tras el rapto de armas en el Cantón Norte del Ejército.
Según versión del general Matallana, conocido y amigo de Gabo y a quien yo conocía a raíz de las dos bombas que estallaron en la sede, el cierre se produjo porque llegó al alto gobierno la información de Inteligencia Militar según la cual la revista Alternativa era el órgano de prensa del M-19. El gobierno habló con la familia Santos. En conclusión, acordaron que si la revista se cerraba de inmediato y sus jefes salían del país, no pasaría nada. De lo contrario, habría allanamiento y cárcel. Y así se procedió de inmediato, pese a que trabajadores y colaboradores se oponían rotundamente, como lo aseveraba su abogado Ciro A. Quiroz. Y el equipo directivo editorial partió rumbo a París, incluido Gerardo Quevedo.
Conocedor yo de la fatal defunción de Quevedo, escribí por esos días una nota señalando que por desgracia la revista no había dejado ningún valor agregado para la izquierda. Sus ediciones tenían siempre un aliento de espectacularidad, al estilo del M-19, con sus brillantes fracasos. Enrique Santos pudo haberle infundido la radicalidad absoluta propia del príncipe gatopardo de la revolución italiana –“que todo cambie para que todo siga igual”, en perfecta rima con la ideología del sancocho a la colombiana, de la que se preciaba Jaime Bateman como líder del M-19[HOGAR1] : una colección de radicalidades sin horizonte ni futuro.
Cuando lanzaron el Movimiento Firmes para recoger el trabajo político de la revista, se encontraron con una militancia amiga pequeña y enclenque. Ese fue el momento del Réquiem».