Cambiar de presidente no es la solución

Por PUNO ARDILA

En esta segunda entrega de la entrevista con el eminente profesor Gregorio Montebell, nos referiremos a posibles alternativas para cambiar esta dura situación por la que atraviesa Colombia.

Mientras en Colombia no se tengan identidad ni consciencia, el presidente podrá ser Pedro o Pablo o Luis; bueno o malo, limpio o corrupto.

—Profesor Montebell, ¿qué opina usted del Gobierno Duque?

—Es un montaje muy bien elaborado. Tiene muy buenos asesores, un libretista de inteligencia superior, y el actor principal es muy juicioso y obediente. Lo único que tiene como falla es que a veces este actor principal intenta improvisar con sus propios recursos, mentales y contextuales, y mete las patas. Como dice la sabiduría popular: «No hay nada más peligroso que un bobo con iniciativa». Él es un niño obediente, pero a veces las situaciones y las preguntas lo acorralan, y toma entonces sus propias decisiones –sin pañal, además–, y por eso se nota tanto.

—¿Pero le parece a usted que el señor Duque está haciendo bien la tarea?

—Absolutamente. En este momento, el personaje, que significa en realidad la punta del témpano, ha intervenido y manipulado la justicia, tiene en sus manos casi todas las ramas del poder y –lo que es peor– está conduciendo al país a una situación caótica, cuya salida, cuya solución, cuyo salvador saldrá de las huestes del mismo partido de gobierno como el mismísimo Jesús reencarnado, a sacarnos de este caos y a librarnos del mal y del comunismo, que tiene acabado el país.

—¿Eso es cierto, que el comunismo tiene acabado el país?

—No, hombre; es lo que plantean los que mandan en Colombia; es una estrategia muy vieja, que consiste en hacer los daños y culpar a los mismos afectados. Qué comunismo va a hacer qué cosa en este país, si ni existe el comunismo, ni la derecha ha soltado jamás el poder.

—Ahora le voy entendiendo, profesor. Le cambio la pregunta, entonces: ¿qué opina usted del gobierno encabezado por Duque?

—Ah, el “gobierno”, con minúscula, es otra cosa. Es pésimo. Jamás en nuestro país habíamos tenido que vivir una situación semejante a la que estamos viviendo hoy con este muchacho. Ni siquiera con Julio César Turbay y su Estatuto de Seguridad; ni siquiera con el bobazo de Andrés Pastrana, puesto ahí por el pantallazo que le dio la guerrilla; ni con su papá, Misael Pastrana, cuya elección como presidente, por arte de birlibirloque, causó la creación de otra guerrilla.

—Esos fueron gobiernos malos, también.

—¡Claro! Pero este ha sido el peor de todos.

—¿Usted cree que sería bueno cambiar de presidente?

—Es la misma vaina. Ponga usted a cualquiera de los que le nombré; deje a este bobo, o cámbielo por el torpe del Turbay o por cualquiera de los bobazos Pastrana, y todo seguirá igual. Como le digo, aquí tenemos una maquinaria gubernamental muy bien estructurada, que está por encima de cualquier circunstancia adversa, por encima de las leyes, por encima de la justicia, capaz de organizar quiénes serán los elegidos en las urnas y exprimir al pueblo, como el café Águila Roja, «hasta la última gota».

—Y, entonces, ¿qué debe cambiarse para que salgamos de este caos?

—Muchas cosas, pero, aunque puede parecer muy complicado, sencillamente se trata de tener dos elementos clave: identidad y consciencia.

—¿Se refiere usted al Gobierno?

—Me refiero a todos. Hay que pensar en que cincuenta millones de colombianos tengan identidad y consciencia. En Colombia no hay identidad nacional; aquí la gente es mexicana, norteña, reguetonera, norteamericana, europea… de donde sea; de cualquier parte, menos colombiana. Al colombiano le preguntan de dónde es, y grita emocionado que es ¡de Colombia!, pero no sabe nada de su país, ni tiene la capacidad de defender posturas ni tesis de su región ni de su nación frente a cualquier extranjero. Cómo será de vacía la identidad del colombiano, que hoy los nuestros sacan pecho porque en el mundo dicen que los colombianos somos supremamente “vivos”; y eso dizque es motivo de orgullo patrio.

Por otro lado, si hubiese consciencia, el pueblo colombiano aprendería a cuidar, a sembrar, a no destruir, a respetar, a convivir, a educarse y a formarse. Y a informarse.

—¿Pero todo eso cómo puede cambiar o hacer que cambie nuestro país?

—Muy simple, mi querido amigo. Si los colombianos tuvieran identidad y consciencia, sabrían defender su patria, pero no a bala sino con ideas, con votos bien escogidos, con veedurías ciudadanas para exigir decencia y cumplimiento de los gobernantes. Con estos dos elementos, los votantes sacrificarían comerse el tamal y recibir las tres tejas el día de las elecciones, a cambio de saber que los dineros del erario llegarían a buen destino, porque sabrían que están escogiendo a gente decente para que gobierne.

Mientras en Colombia no se tengan identidad ni consciencia, el presidente podrá ser Pedro o Pablo o Luis; bueno o malo, limpio o corrupto. Si es de los mismos con las mismas, será un muñeco al servicio de las mafias de este país, organizadas desde los imperios económicos y fortalecidas con esa montonera de sinvergüenzas desde el “honorable” Congreso de la República.

En cambio, si ese Pedro o ese Pablo o ese Luis es bueno y limpio, sin compromisos y con muy buenas intenciones, tendrá a esas mafias y a ese Congreso encima torpedeando todo lo que les impida continuar con el saqueo que han venido perpetrando desde hace siglos. Si detrás de la política no hay un pueblo con identidad y con consciencia, el problema es sempiterno, así que mejor apague y vámonos.

@PunoArdila

(Ampliado de Vanguardia)

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