Por JAIME MONTOYA CORONADO *
El inclemente sol del mediodía, agregado a la falta de energía eléctrica por los racionamientos de fin de semana, se hace insoportable para los 25 mil habitantes de esta población de Córdoba a 30 km al norte de Montería.
El caño de Aguas Prietas, donde se zambullía hace cuarenta años tres veces por semana el inquieto Gustavito, como le llamaban cariñosamente sus compañeros de escuela, es un cuerpo de agua totalmente contaminado por la basura y los gallinazos se pelean las vísceras arrojadas en el lugar por los expendedores de carne del mercado.
El ruido ensordecedor de las 2.500 motos en la guerra del centavo de campesinos desplazados que no tuvieron otra opción de rebusque por la crisis del agro, se confunde con la estridencia de las plantas eléctricas de los negocios del sector comercial por el apagón de la fecha.
La iglesia de la parroquia San José permanece cerrada. El cura, por las altas temperaturas que imperan en el Caribe, decidió adelantar el horario de las eucaristías en la mañana y postergarlo en horas de la tarde. La casa de la cultura, a pocos metros de la iglesia, también se encuentra cerrada.
Llegamos al barrio Granada a la casa donde nació el presidente Petro, a años luz de las mansiones de la aristocracia capitalina, y encontramos una vieja edificación cercada de tabla con techo de palma, intervenida en su interior por una construcción que reemplazará al vetusto caserón, ya en manos de un miembro de la familia, por herencia.
A dos casas del sitio está doña Alfonsa Arroyo, quien cuenta con entusiasmo las travesuras del vecino como un “pelao” común y corriente. Un poco más adelante su tía Gil Durango, viuda de Petro, sentada en una mecedora de madera de ébano, mirando al techo de palma de vino, trata de atrapar en su memoria el recuerdo del muchacho de ojos saltones que se revolcaba en el patio jugando bolas de cristal.
Una nube cómplice con nuestro trabajo tapó el cielo orense, lo que aprovechamos para regresar a la flota de destartaladas busetas que cubren la ruta a Montería, pero a pocos pasos nos abordó una persona que se enteró de nuestra visita, y nos dijo: yo fui profesor de Gustavo Petro. «Epa…» me dije para mis adentros.
Me contó el licenciado Jorge Villadiego que le dio clases de Sociales y era un lector empedernido, leía cuanto texto se le atravesara, era el primero en alzar la mano para responder cuestionarios de clase. “Como éramos vecinos de su familia, los fines de semana me rogaba para que lo llevara a la finca para pasarse todo el día bañándose en un estanque del predio. Me decía el agua es mi vida. Se fueron para Bogotá y venía solo en vacaciones, después me enteré de que había ingresado al M-19, lo que me decepcionó profundamente porque lo quería como a un hijo, me reconforté cuando la amnistía del grupo guerrillero, pero más me contenté cuando llegó al Congreso al conocer de su talento”.
A mi regreso llegué al parque, y antes de coger el carro de vuelta para Montería hice un sondeo entre cinco personas sobre cómo veían a Petro: tres favorables, uno dijo que no opinaba, y otro de una moto aseveró lo que algunos repiten como loros: “este hombre nos convierte en otra Venezuela”.
* Comunicador social, cordobés