Por GERMÁN AYALA OSORIO
La frase «Anatolio, vote sí», quedará en nuestra débil memoria no tanto por el contexto en el que se dio, sino porque en ella confluyen el vaciamiento del sentido de la política, su infantilización y la naturalización de la corrupción al interior del Congreso. A lo anterior se suma una realidad inocultable: al legislativo no llegan los ciudadanos más probos, formados y estructurados. Por el contrario, los partidos políticos entregan avales para que los directorios, presidentes y miembros de sus juntas directivas, lleven al Congreso a los más incapaces, obedientes y sumisos. Y si vienen con algún asomo de estupidez, mejor.
La indicación que a manera de orden recibió Anatolio Hernández, es la prueba irrefutable del amiguismo y de las lealtades mafiosas que rodean la discusión de proyectos de ley y de asuntos públicos que los congresistas suelen convertir en privados, por cuenta de que sus curules son financiadas por grandes empresas y conglomerados económicos. Y en casos específicos, por mafias de todo pelambre.
Cuando la presidenta de la Cámara de Representantes, Jenifer Arias le dice «Vote sí» al hoy famoso Anatolio, sin asomo alguno de vergüenza o de prevención, constituye un acto de habla normal, pues en el ejercicio legislativo lo que menos hay es seriedad, decoro y responsabilidad política con la sociedad y con el país.
Eso sí, no podemos caer en la trampa mediática de quedarnos con la vergonzante frase y la respuesta positiva de Anatolio Hernández a la indicación-orden-instrucción de Jenifer Arias, y olvidarnos de que lo que se dio al interior de la Cámara de Representantes fue una sucia confabulación para eliminar la ley de garantías, con el apoyo político del gobierno del fatuo, retador e infantil Iván Duque Márquez.
Lo ocurrido con Anatolio Hernández hizo recordar a Teodolindo Avendaño y Yidis Medina, quienes vendieron sus votos para facilitar la reelección presidencial inmediata del entonces presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez. Hay de todos modos un avance en la manera como ocurre esta transacción política, pues no hubo arrodillada de por medio en un oscuro y mal oliente baño. Que hoy baste con una instrucción-orden-indicación para que un dócil, bienmandado, sumiso y manipulable congresista vote de acuerdo con lo que se le manda o sugiere, confirma el estado actual de putrefacción del legislativo y por supuesto, la prueba irrefutable de su instrumentalización, gracias a que a sus curules de tiempo atrás está llegando “lo peorcito” de la sociedad colombiana. Por ese camino, lo que hay en Colombia hoy es una kakistocracia, esto es, el gobierno de los ineptos y de los incapaces. O también podemos acuñar nuestro propio “neologismo”, hablando de una “anatoliocracia”, es decir, el gobierno de los pendejos, los sumisos, los obedientes, descriteriados y obsecuentes.
@germanayalaosor