A Yéssica Teherán, inspiradora de esta columna
En consonancia con países del Cono Sur como Chile y Argentina, en noviembre de 2019 Colombia vivió un estallido social que fue el resultado de un descontento masivo, por cuenta del desgobierno nacional. En una serie de marchas tan creativas como combativas, compuestas más que todo por jóvenes, el país les recordó a sus dirigentes que venían con voz propia y dispuestos a usarla.
Pero en desafortunado contravía al sentimiento de indignación desbordada, a comienzos de 2020 apareció un extraño virus, llegado de un país oriental, y más temprano que tarde el agente patógeno se extendió al mundo entero y nos obligó a un confinamiento del que aún no hemos acabado de salir.
La pandemia por el covid puso en salmuera todos los procesos críticos que estábamos viviendo y, en un movimiento de manos al mejor estilo Mr. Burns (personaje siniestro de Los Simpson) el gobierno pudo hacer y deshacer a su antojo. O al menos, de eso estaban convencidos.
A medida que pasaban los meses de la estricta cuarentena, la ineptitud por parte del gobierno en el manejo de la emergencia sanitaria se fue haciendo cada vez más evidente. Los errores se sucedían uno tras otro, en cadena interminable. De entrada, un cierre retardado de los aeropuertos al inicio de la pandemia; luego, la reapertura inoportuna y descontrolada del comercio con los días sin IVA, que disparó los niveles de contagio en las principales ciudades. Todo esto demostraba que el verdaderamente desconectado de lo que sucedía en Colombia era un Iván Duque apoltronado en su zona de confort como presentador vespertino de TV.
El pico más alto de esta desconexión se evidenció con la Reforma Tributaria que presentó para su aprobación al Congreso el ministro de Hacienda que acaba de renunciar, Alberto Carrasquilla, coincidiendo con la tercera ola de contagios y la ineficiente -casi nula- gestión del gobierno en la compra a tiempo y distribución de las vacunas.
En este contexto, el estallido social no se hizo esperar: lejos del miedo al virus y pese a las campañas de disuasión en más de un medio masivo, personas de todas las edades y condiciones -ya no solo jóvenes- salieron a las calles el pasado 28 de abril, esta vez con un grito más firme y desesperado que el que se escuchó en noviembre de 2019.
Las marchas inundaron las redes sociales, de todas partes aparecían fotos y videos de mujeres y hombres sumándose a la marcha. De lo más destacado, la madre llevando a cuestas a su hijo adulto minusválido, mientras sostiene enhiesta la bandera de Colombia. Supimos que se llama Teresa Montero, vendedora ambulante de Manizales que todos los días debe cargar con él hasta su lugar de trabajo (si así se le puede llamar, “trabajo”). Teresa no tiene oportunidades para salir de su calvario, el Estado le niega una línea asistencial para su caso.
Vimos también firme y decidida en Bogotá a la mamá de Dilan Cruz, estudiante de 18 años, recorriendo las calles con la fotografía de su hijo, quien “pagó con su vida el haber protestado contra el gobierno del presidente Iván Duque en noviembre de 2019”, según cuenta Daniel Coronell en columna en su última columna, titulada La culpa es del muerto, que puede leerse aquí.
Tras el rotundo triunfo que para la movilización popular significó el retiro de la reforma tributaria el domingo pasado, día tras día a distintos sectores se les ve prestos a parar o a salir nuevamente a las calles, vislumbrando lo que un día de estos quizá pudiera convertirse en un pacto histórico, bien sea como el resultado de una coalición política o entendido como una conjunción de fuerzas sociales que se unen para luchar por la misma causa, por un mejor país.
Este sí sería el verdadero triunfo, no el supuesto alborozo de los caleños tras la decisión de Duque de retirar unos artículos de la Reforma, algo que Noticias RCN quiso mostrar en burdo montaje informativo como un gesto de agradecimiento de la ciudadanía con el presidente.
Sea como fuere, la “noticia” fingida es valedera en cuanto que celebramos el ambiente de unión que se vive en todos los estratos sociales, cobijados por la misma causa de rebeldía contra una gobierno abusivo, represivo, tiránico y criminal, muy parecido al que en su momento vivió Chile con Augusto Pinochet. Aquí también… ¡estamos despertando!
A Colombia hoy se le ve unida desde sus bases sociales en torno a un descontento que crece y surge de muy variados grupos sociales: jóvenes, personas mayores, madres, niños, artistas, trabajadores y emprendedores, agrupándose alrededor de una vibrante fiesta democrática que se expresa en las calles, en ejercicio del derecho constitucional a la protesta.
Así como en 1988 la población más consciente y sensata de Chile se movilizó para sacar al dictador y cambiar el rumbo de su país, todo indica que aquí estamos dando los primeros pasos para que en 2022 podamos cantar al unísono ¡Colombia, la alegría ya viene!
Post scriptum: La exsenadora liberal Piedad Córdoba afirma en columna para Las 2 Orillas que el país está ante un “autogolpe gradual: no hay subordinación del poder militar al civil, no hay independencia de poderes ni de organismos de control, no hay garantías democráticas ni goce efectivo de los derechos civiles, no hay transparencia ni equilibrio del sistema electoral”. Es cierto, y es la resistencia popular y la movilización permanente lo único que puede impedir que se consolide esta tendencia dictatorial, de claro corte neofascista. (Ver columna).
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