Por PACHO CENTENO
Espero que el festivo de ayer haya sido suficiente para desfogar las alegrías y tristezas que dejó la jornada electoral. Salvo en los carnavales, se permite una o dos semanas de desenfreno, y salvo en Semana Santa, una de reflexión y recogimiento. Lo que viene es mucho más duro que la misma campaña. Algo así como ir a trabajar al día siguiente de vacaciones o un “after party”. No es por aguar la fiesta, pero Petro y Francia no la tienen nada fácil y será menos difícil si sus electores se recuperan rápidamente de la resaca del triunfo y vuelven a poner sus zapatos en el andén.
Al otro lado se alistan para sabotear cualquier asomo del “vivir sabroso”, empezando por la sabrosura del debate en el Congreso, donde los del Pacto Histórico no tienen mayorías para cocinar fácilmente las recetas prometidas en el menú de la campaña. Tal vez ya no sea “plomo” lo que haya para ellos, pero si mucho ají picante que haga difícil de pasar el “sancocho” a través del tracto digestivo.
Cuando no hay mayorías plenas, toca negociar las mayorías. Y esto solo se logra en nuestra manida democracia con un adelanto del postre, que uno supone debería ir al final. El postre más usado en los cocinados del Congreso es “la mermelada”. No es saludable para la democracia, pero como diría un amigo español: “es lo que hay”. Y ahí viene el primer retorcijón de estómago, porque en ese momento entrarán los alfiles de la guardia “petroriana” que tanto nos disgustaron, Barreras y Benedetti, pero que son necesarios para empezar a lidiar la corrida. Así funciona el asunto en todos los países democráticos del mundo.
Con toda seguridad serán los “liberales” quienes primero se acerquen a la mesa de los postres, de la mano del primer repostero de la Nación, el señor César Gaviria. Ahí vendrá la primera, segunda o tercera desilusión, según su nivel de comprensión de lectura. También vendrán las primeras críticas al gobierno de Petro y Francia, porque primero se posesiona el Congreso (20 de julio) y luego el Presidente (7 de agosto). Esto será aprovechado por la oposición (que no es ni ha sido Rodolfo) para devolver todos los epítetos que solía recibir de los otrora opositores que ahora son gobierno, y se escucharán voces, incluso desde el esperanzado pueblo, como “es que todos los políticos son iguales”, lo cual no es cierto: lo que pasa es que la política es así.
Seguramente estos adelantos del postre no se verán reflejados en el primer gabinete de gobierno, pero sí en algunos rincones de la burocracia de segundo orden (direcciones nacionales, embajadas, consulados y apoyos a candidaturas regionales y locales). El problema es que la mermelada y en general el azúcar es adictiva, y a los glotones de carrera no les bastará con esa primera y necesaria dosis.
Lo segundo que tendrá que hacer el gobierno de Petro y Francia es empezar a materializar su “política del amor” en el menor plazo posible, como lo haría un novio recién aceptado por su amada: golpes de opinión que impidan que se menoscabe rápidamente la esperanza depositada en las urnas por este pueblo enamorado y noble, pero, con todo respeto, políticamente iletrado. No elucubraciones retóricas, sino soluciones materiales (ya hubo bastante retórica durante la larga campaña), aunque sean acciones coyunturales, especialmente en aquellos lugares donde se evidenció con mayor fuerza la esperanza de un verdadero cambio, ante la precaria vida social que padecen. Esto lo digo porque sé de la dificultad histórica que tiene la izquierda para lograr consensos y convertir rápidamente las ideas en resultados y productos. En ese sentido, convendría un gabinete más pragmático y menos político, que sostenga el entusiasmo expresado en las urnas.
Lo tercero, es rogarle a la variopinta dirigencia política de la izquierd” colombiana que haga caso a ese famoso grafiti de hace varias décadas en el metro de Caracas, que quedara consignado en uno de los libros del querido escritor uruguayo Eduardo Galeno: “Proletarios del mundo, uníos: último aviso”.
@pacho_centeno