¡Qué viejos estamos los y las que llegamos de París! La cigüeña que atravesó todo el Atlántico para depositarme en Colombia una noche de navidad se encontró con miles de colegas que, como ella, distribuían bebés por todo el mundo. Pero no podían hablar entre compañeras de trabajo ni mucho menos fumarse un cigarro para combatir el tedio, porque si abrían el pico, ¡zasca!, nené perdido en la inmensidad. Y si su encomienda no llegaba al domicilio cuyos padres habían pagado una fortuna por el trasporte interoceánico, la pobre quedaba sin empleo de por vida. ¡Gracias, amiga cigüeña por no decir ni pío a tus camaradas durante la travesía de mi viaje!
Llegué, además, con mucha antelación: sana, salva, anticipándome por horas al nacimiento del dulce Jesús mío mi niño adorado, que venía a nuestras almas y que no tardaba tanto. La cigüeña del reparto de ese niño fue menos competente que la mía. ¡Madre del amor hermoso, hasta me pueden denunciar por blasfema! Pero es verdad, mirad mi Registro Civil y constataréis que mi compañía aérea de plumas blancas fue más veloz que esa que contrataron allá en Belén! Y así fue que un 24 de diciembre me presenté en casa de mis padres y mis hermanos. Entonces todos decían que la niña llegada de París era muy, pero que muy bella. Vamos, no tanto como la mujer de hoy; todo hay que decirlo.
Pero ahora miremos a este que arribó sin ningún riesgo y sin luchar contra los vientos y las tormentas. Ahí está tan fresco como una lechuga y con unos mofletes y unas piernototototas, que en mi década hubieran sido motivo de envidia de los otros padres. A este nada más le teclearon el Ctrl-C y luego lo volcaron con el Ctrl-V. ¡Y nada más! Salió de la pantalla del ordenador así, orondo como hoy se nos presenta. Pura copia y pega.
Y vosotros, que preferís: ¿París con cigüeña que atraviesa todo un océano cargándote en un enorme pañal que lleva en el pico, o solo un simple teclear y en segundos ya estás mecido y acunado por tus padres? ¿La Ciudad de las Luces como denominación de origen, o una carísima manzana mordida, plateada, plana y sin alcurnia?
OLGA GAYÓN/Bruselas