Por PACHO CENTENO
Los primeros hombres se preguntaban la causa de esas luces que titilan en el firmamento y que parecen ojos observándonos desde arriba. Cada pueblo le atribuyó su propia verdad al fenómeno y la resumió en una historia que defendió, en muchos casos, a sangre y fuego. De esas pequeñas historias nacieron primero la oralidad, luego la religión y en seguida la política. De la política nació la guerra y de la guerra la ciencia, la economía, la literatura y las demás artes.
Desenvolviendo la madeja: las guerras han sido provocadas por las historias inventadas por el hombre. La de judíos y árabes es la más antigua de todas las que se mantienen vigentes. Surgió de una historia familiar a la que no supieron darle un final feliz.
La historia habla de un hombre llamado Abraham, quien se casó con una mujer llamada Sara, que no podía tener hijos. Cierto día, Abraham les contó a sus vecinos que un dios (de nombre Yahvé) se le apareció y le prometió una tierra vasta y fértil y una descendencia tan numerosa como las estrellas. Los vecinos le creyeron la historia, lo abandonaron todo y se echaron a andar por el desierto en busca de aquel lugar, que ni el propio Abraham sabía dónde estaba ubicado. Por su parte, Sara iba pensando cómo carajos iba a tener una descendencia tan numerosa como las estrellas, si era estéril.
Luego de caminar por muchos años, sin la más mínima señal de la tierra prometida, Abraham, dudando de la promesa de su dios y con el consentimiento de su esposa, se acostó con una de sus esclavas y engendró con ella un hijo al que llamaron Ismael. Al poco tiempo, Sara quedó embarazada y Abraham creyó que su dios empezaba a cumplirle sus promesas. A este segundo hijo lo llamaron Isaac.
Sara no aceptó que Ismael fuera el primogénito de aquella supuesta descendencia infinita y mucho menos heredero de la vasta «tierra prometida» (que jamás pudieron ver en vida). Así que expulsó del errante campamento a la esclava y a su hijo y los obligó a vagar por el desierto.
De Isaac nació el pueblo judío, de Ismael nació el pueblo árabe. Así empezó esta guerra entre hermanos.
Mientras los descendientes de Isaac decidieron seguir vagando por el mundo buscando la «tierra prometida» por el dios de Abraham, los descendientes de Ismael decidieron quedarse en aquel desierto, donde los habían abandonado.
Muchos siglos después, más exactamente a mediados del siglo XX, los judíos fueron obligados a devolverse al lugar donde la historia había comenzado, haciéndoles creer que les estaban haciendo un favor. No todos se regresaron, solo unos pocos lo hicieron. Los demás siguieron vagando por el mundo, haciendo de cada lugar la «tierra prometida» del cuento original. Lo mismo pretendieron hacer los que se devolvieron con el cuento del favor. Pero fueron recibidos con hostilidad por sus medios hermanos, quienes no los reconocieron como tales y hasta los habían borrado del álbum y la historia familiar, y aquellos a éstos. Ahí empezó a contarse una nueva historia que (como la primera) ya superó «las mil y una noches» y no parece que pueda tener un final feliz.
Por eso procuro escoger muy bien las historias que cuento, porque sé (por mi oficio) que una historia mal cerrada conlleva inevitablemente a otras historias, no siempre felices.
* Foto de portada, tomada de Estaeslahistoria.com