Por DÉBORA ESCUDERO S.
El sistema de educación pública desde lo digital permite evidenciar las profundas desigualdades económicas del país, reflejadas en carencia de herramientas tecnológicas, ausencia de conectividad, falta de acceso a los servicios de comunicaciones, docentes no preparados para la educación virtual. Y para colmo de males, padres que no están capacitados para acompañar el aprendizaje de sus hijos.
Por estos días de educación virtual en “prisión domiciliaria”, los padres, pero sobre todo las madres, se han visto obligadas a asumir el rol de acompañar las actividades académicas de los hijos como si estuvieran en el aula de clases, agregando al encierro una nueva carga, bastante pesada. Además de lidiar con la preparación de las comidas, el cumplimiento de las obligaciones laborales –también en remoto– y las labores rutinarias como aseo y limpieza, ahora deben lidiar con la foto o el vídeo que toca enviar a la profesora, las indicaciones del colegio para la tarea y una serie de recetas que a veces se confunden con la preparación de los alimentos. Y esto sin mencionar a las familias que no tienen para comer, mucho menos para resolver la comunicación de los estudiantes con sus profesores.
Esta crisis se manifiesta de modo preocupante en todos los estratos y no escapa a la intimidad de los hogares. Nadie estaba preparado para semejante ‘shock cultural’, es cierto, pero es evidente que las profundas condiciones de desigualdad marcan una brecha muy grande entre los niños que tienen las herramientas para seguir aprendiendo en la crisis… y aquellos que por las serias limitaciones económicas de sus hogares deben crecer con toda clase de angustias y carencias.
Por estos días de pandemia, las empresas que prestan servicios de Internet han planteado ciertos descuentos en sus tarifas para permitir un mayor acceso a la población con menos ingresos, dejando ver dos cosas: 1) que sí era posible ofrecer servicios más económicos; y 2) que se debe empezar a plantear el wifi como un servicio esencial de la humanidad, en función de disminuir la inequidad social. Sin embargo, no es el acceso en sí lo que garantiza que se dé un buen uso a las herramientas tecnológicas, sino la capacitación asertiva en el manejo de las mismas.
Ahora bien, hablemos de prioridades: ¿cuál madre atareada hasta el cansancio en alimentar a sus hijos, cuidar a sus ancianos, mantener su vivienda y a la vez ser productiva en lo laboral, puede dedicar cuatro horas diarias a desempeñar el trabajo de profesora, algo para lo cual no está “capacitada”? Sumémosle el estrés y la ansiedad por el temor permanente al contagio, más tener que lidiar con el machismo o el drama de la violencia intrafamiliar, acentuado en las “cárceles” en las que viven muchas mujeres.
¿Cuál madre atareada hasta el cansancio en alimentar a sus hijos, cuidar a sus ancianos, mantener su vivienda y a la vez ser productiva en lo laboral, puede dedicar cuatro horas diarias a desempeñar el trabajo de profesora, algo para lo cual no está “capacitada”?
Hoy asistimos a la improvisación de la educación pública desde los hogares. No sabemos si como sociedad lo estamos haciendo bien, de paso estamos ‘reeducándonos’ profesores y padres, seguramente por ahí se empieza.
Ahora bien, así como existe el Plan de Alimentación Escolar (PAE) lo que hoy necesitan los niños de Colombia es un Plan de Educación Integral (PEI) que nos capacite a todos -padres, hijos y docentes– frente a la cuarentena. En síntesis, una política educativa tan buena que hasta la ministra de Educación pueda tener a sus hijos estudiando en un colegio público y ayudándolos a educar desde su casa, y estos dispongan de cobertura de wifi gratuita, y no tenga que alimentarlos con la comida para gatos que dan en el PAE.