Por GERMÁN AYALA OSORIO
El 2 de octubre de 2016 constituye una fecha especial para los colombianos. Ese día, contra todo pronóstico, millones de colombianos le dijeron NO al proceso de paz y a lo acordado en La Habana. Aunque con un estrecho margen en relación con los votos obtenidos por quienes votamos SÍ, el triunfo del NO puso en evidencia varios asuntos: el primero, la existencia de un odio otoñal de poderosos sectores sociales, económicos y políticos contra las Farc-Ep, ganado en virtud de la degradación que sufrió esa organización subversiva, expresada en prácticas como el secuestro de civiles, la sevicia en ataques contra miembros de la fuerza pública y el uso de menores en la guerra. Degradación que por supuesto tocó a militares y policías y a los paramilitares, aliados y apoyados por los primeros.
El segundo asunto que cobró vigencia fue el evidente acomodamiento de sectores menos beneficiados social, cultural y económicamente, que a pesar de ser víctimas de las nefastas circunstancias que les viene imponiendo un Régimen criminal y oprobioso, votaron NO a la refrendación del Tratado de Paz firmado en Cuba, en virtud de la incapacidad cognitiva de comprender que hay decisiones económicas y políticas que les aseguran esas condiciones de miseria, postración e infelicidad. Esa aceptación social de una vida indigna se tradujo en odio visceral contra los críticos de ese Régimen, incluyendo, por supuesto, a las guerrillas, autodenominadas como <<salvadoras>> de un pueblo que en su conjunto, no les reconoce su lucha política y armada.
El tercer elemento guarda estrecha relación con la convocatoria al plebiscito por la Paz, propuesto por Santos para “aniquilar políticamente a Uribe”, lo que sin duda constituyó un error político. Santos sabía que no era necesario convocar a la jornada plebiscitaria, pero pudo más su afán de deshacerse políticamente de quien lo había llevado a la Casa de Nariño.
Un cuarto elemento que el sorpresivo resultado dejó, fue la mezquindad y la ruindad de quienes auparon la campaña del NO. Ellos mismos reconocieron que se trató de una campaña barata y simple, pues solo les tocó “sacar verraca a la gente a votar”. Expusieron, sin duda, ese talante tan arraigado en millones de colombianos: mentir, hacer trampa, timar y engañar.
El quinto elemento fue el papel indigno que jugó la Iglesia Católica. Sus jerarcas, en lugar de invitar a apoyar el SÍ, guardaron un espantoso silencio, decisión que terminó por dejar a sus fieles a merced de quienes construyeron esas narrativas asociadas al “Castrochavismo” y a la posibilidad latente de convertirnos en una “segunda Venezuela”. Lo paradójico es que cuatro años después el actual gobierno está empeñado en operar bajo las condiciones antidemocráticas que de tiempo atrás imperan en el régimen venezolano, de la mano de Nicolás Maduro.
Conmemorar el triunfo del NO o la derrota del SÍ, en ese inolvidable 2 de octubre debe servirnos para anclar históricamente las acciones emprendidas por Iván Duque y el llamado “uribismo”, con el concurso de gran parte de las fuerzas armadas y del empresariado, para hacer “trizas ese maldito papel que llaman el Acuerdo Final” (exministro Fernando Londoño, 6 de mayo de 2017). El camino difícil por el que hoy transcurre el proceso de implementación de lo acordado en La Habana se empezó a labrar a las 7 de la noche de ese 2 de octubre de 2016.
Una vez consigan debilitar totalmente el proceso de implementación del Acuerdo de Paz, deberemos advertir de la aparición de un sexto elemento: hay sectores sociales, económicos, culturales y políticos que viven y se benefician de la guerra; y de estos hay que decir que hoy están haciendo todo para mantener en el tiempo aquello de “hacer invivible la República”. En eso llevan 200 años de República.
Adenda: Ese 2 de octubre, después de votar SÍ, nos fuimos a adoptar a una hermosa cachorra mestiza, a la que bautizamos Tongolele, aunque pensé en llamarla Plebiscita. Otra razón más para no olvidar a aquella jornada plebiscitaria.