Por YEZID ARTETA*
Aún es prematuro para saber si la estrategia de pánico y tierra quemada empleada por la extrema derecha contra el gobierno que capitanea Gustavo Petro obtendrá réditos políticos de cara a los comicios de 2026. Por ahora hay una suma de marionetas carentes de identidad, metidas en una lamentable campaña que no va más allá de los horrorosos memes y del “fuera Petro”. Paloma Valencia, para mi cuestionable gusto, es quizás el único retoño que brota del fango. En la próxima columna, Viejo Topo, prometo echar un vistazo a esas comparsas. Mientras, veamos qué ocurre en nuestro bando.
Entre los nuestros hay ilusos que creían a rajatabla que ganar las elecciones en 2022 bastaba para cambiarlo todo. Para cambiarlo todo es menester un ejército como el que comandó el marqués de La Fayette, una multitud, una guillotina y un Robespierre para cortarle la cabeza a la monarquía. Tal vez un Lenin —el favorito de Steve Bannon, guía de Donald Trump— junto con un sofisticado grupo de revolucionarios profesionales dispuestos a darlo todo por la causa. Eso es historia. La lucha no funciona con la frivolidad de la moda retro o vintage. El cambio necesita de hombres y mujeres con voluntad de hierro. Mística y resolución, dos cualidades que parecen mermadas desde que algunos entienden la noción de militancia como un mero desfile estético.
Las reglas de hoy, Viejo Topo, son otras. Luego del derrumbe nos quedó una frágil democracia con separación de poderes. Poderes viciados por una bandada de operadores políticos al servicio de una casta económica que concentró la riqueza material y ocasionó una profunda grieta estructural evidenciada en la miseria, el narcotráfico, la corrupción, la delincuencia, la violencia y un largo etcétera. Revertir esta realidad es una tarea titánica que requiere de muchas voluntades y consenso, dos circunstancias que no están dadas en Colombia. Latinoamérica es el lugar del planeta donde la distribución del ingreso es la más desigual. Charlatanes como Milei o Bolsonaro traen más problemas que soluciones. En últimas, la democracia se vuelve un estorbo. Se ofrece entonces un remedio mágico: un Estado policiaco, totalitario, fascista.
Liderar un proyecto de cambio sobre una estructura estatal moldeada para que nada cambie no resulta fácil. Imposible hacerlo en cuatro años. Es poco. Uribe y Santos necesitaron ocho años para intentar alcanzar sus objetivos: derrota y negociación con las Farc. Ni hubo triunfo militar ni se consiguió la paz. Consiguieron la derrota política de la guerrilla creada por Tirofijo. Una derrota sirvió para que la izquierda montara su plan de victoria: Petro junto al Pacto Histórico. Una victoria política puede tener, como en las cinco mil novelas de Corín Tellado, un colofón feliz o por el contrario un final de película zombie. Esto no parecen entenderlo algunos congresistas y altos cargos públicos que asumieron bajo bajo el paraguas del Pacto Histórico, la revuelta social y el poder de seducción de Gustavo Petro.
Para reemplazar a la élite que ha dominado a Colombia desde los primeros años de la república es menester tomar nota en cinco aspectos: líderes que puedan distanciarse de los valores de la casta política tradicional; ponerse del lado de la gente que sufre; ramificar el proyecto político más allá de las capitales; extender la formación ideológica hacia el liderato local y sus bases, y conservar la unidad como una regla de oro. Pasa revista, Viejo Topo, sobre estos cinco aspectos. Mira lo que pasó con Podemos en España. No pierdas de vista lo que sucedió con Syriza en Grecia. Fuerzas que lograron conquistar el corazón de millones de ciudadanos, son hoy partidos irrelevantes. ¿Te has preguntado por qué los votantes cambiaron de bando?
En concordancia con estas reflexiones te recomiendo, Viejo Topo, escuchar este video en el que Petro alerta sobre el peligro que corre el proyecto del cambio.
* Tomado de Cambio Colombia