Por MARIO TORRES DUARTE
Después de que una prestigiosa editorial convocara a un concurso nacional de mini cuentos cuyo tema central debía ser “El miedo y sus ambigüedades en el mundo occidental contemporáneo”, el jurado otorgó el primer premio a quien participó con:
“Entre Maluma y Justin Bieber, me quedo con Ricardo Arjona”.
El selecto jurado argumentó la capacidad que tuvo el autor de sintetizar en tan pocas palabras el dilema existencial que padece la juventud actual: al tener tantas y tan variadas opciones artísticas, ha sido incapaz de definirse, a pesar de la avasallante globalización.
Alabaron al escritor porque, aunque los nombres de los personajes son ‘explícitos’ y mundialmente reconocidos, lo importante no era lo que estaba escrito sino lo que escondía, al sugerir un mundo lleno de contradicciones que pedía a gritos un cambio radical de su realidad cultural, mediante un alarido virtual que pedía el resurgimiento de una nueva sociedad, más justa y equitativa.
Unos días después de darse a conocer el nombre del ganador, este fue despojado del premio porque no firmó el Acta del Concurso, requisito sine qua non. Aunque no estaba ‘explícito’ en la convocatoria, quedaba sugerido en el correo que invitaba a los concursantes a la premiación. El escritor olvidó asistir a este evento porque un concierto de “La Tigresa de Oriente” se le atravesó.
Hicieron una segunda Acta, donde premiaron a una mujer que había competido con:
“Cuando el senador izquierdista despertó, Uribe todavía estaba allí”.
El jurado argumentó que esta mini ficción en realidad condensaba en pocas palabras y una contundente metáfora cómo el sueño de un país se había convertido en una pesadilla, pese a que esto no estaba ‘explícito’. Para el jurado, la escritora reflejó la realidad de una nación que por más de 60 años había vivido una permanente guerra que, aunque tampoco estaba ‘explícita’ en el cuento, se sentía en la tenebrosa atmósfera creada. La lucha de poderes era el gran tema del relato ganador que, con sus terribles consecuencias, nunca antes había sido mejor contada por sociólogo, antropólogo, filósofo, politólogo alguno de Colombia o del extranjero. Aseveró el jurado que la escritora había condensado toda la maldad de la humanidad en un apellido, sin caer en burdas caricaturas ni exageraciones innecesarias.
Sin embargo, por segunda vez el ganador fue negado el premio, esta vez porque la concursante había participado con un pseudónimo de hombre, siendo que estaba ‘implícito’ en la convocatoria que para mantener equidad de sexo, el «remoquete» debería corresponder al género del o la participante.
Hubo entonces una nueva Acta, que premió al concursante que participó con:
«Uno de los últimos habitantes de la Tierra, un inmigrante latino, estaba en su casa escuchando a Selena. De repente, Donald Trump golpeó a su puerta».
El jurado manifestó que el relato describía la lucha permanente de Latinoamérica contra el Imperio del Norte y cómo lograba en tan pocas palabras sintetizar el fracaso del sueño americano. Asunto que, aunque no estaba ‘explícito’, era sugerente de esa realidad de millones de seres nacidos al sur de Estados Unidos, que luchan arduamente para ser reconocidos por el Tío Sam.
Unos días después, de nuevo, el ganador fue despojado de su premio. Esta vez porque Donald Trump amenazó a la editorial con entablar una demanda multimillonaria por derechos de autor, ya que su nombre, que era marca registrada en el mundo entero, habría sido mal usado por un latino en el cuento ganador sin que él le hubiera otorgado permiso alguno. Argumentó el megalómano expresidente múltiples daños económicos y psicológicos, pues cuando se supo del cuento ganador, sus acciones en la bolsa se dieron a la baja.
Yo, que fui pre jurado del concurso de micro relatos, insistí en que premiaran al vendedor de pescado del barrio El Cambuche del Té, donde vivo, en consideración a que en su carreta de madera cargaba un aviso que decía:
“Se venden ricos y sabrosos bocachicos frescos. Y esta mula”.
Aduje que una inmensa tragedia existencial embargaba a tan valioso ser humano, pues además de madrugar todos los días a buscar el pescado en el puerto para venderlo, rebuscándose su supervivencia en este mundo cruel, ahora debía vender -además- a su compañera de toda una vida de labores.
Los demás miembros del jurado acogieron complacidos tan lúcido razonamiento, de modo que el primer premio le fue adjudicado al vendedor de pescado. Y de la mula.