El “experimento social” del pasado sábado 14 de septiembre en el puente Alejandro Galvis Ramírez, de convocar a varios centenares de ejecutantes del tiple (que no todos “tiplistas”, entre quienes buen número de los participantes no podemos contarnos) permite sacar conclusiones desde varias perspectivas. Estas cuatro conclusiones son para bien, si se toman con buena actitud.
Cuartas. La cofradía de los músicos permite el encuentro afectuoso en donde quiera que se dé el escenario. Definitivamente, la música colombiana conlleva fraternidad, sensibilidad, actitud y convivencia. Permitirnos como ciudadanos espacios para compartir en armonía han sido, son y serán las mejores decisiones alrededor de la cultura
Terceras. Propiciar el regreso del Festival del Tiple (con jurado de lujo, además) motiva con más fuerza el trabajo que se está haciendo desde las facultades regionales de música, desde las academias y desde las actividades que encierran no solo al tiple, sino a los aires tradicionales y folclóricos y al rescate de valores que se han venido perdiendo por causa (dejemos de negarnos a ello) del abandono al que se ha sometido a la cultura.
Segundas. Vale la pena botarle corriente al tiple y a lo autóctono. A pesar de ser una inmensa minoría, hacemos resistencia, y merecemos atención. Y en esa “atención” hay que tener en cuenta que los artistas dedicados a la música colombiana también mercan y pagan servicios y todas esas cosas, así que debieran establecerse unos porcentajes de participación en actividades feriales, festivas y culturales. Por la buena actitud de la directora del IMCT, presumimos que esas cosas ya vienen en camino.
Primeras. El gobernador de Santander y el alcalde de Bucaramanga saben que sus compromisos son con toda la ciudadanía y no solo con sus electores; pero (como decía mi mamá) «es tan fácil quedar mal y tan difícil darle gusto a todo el mundo», que cualquier gobernante se ha de ver a gatas para dejar contentos a todos con la organización de una feria-fiesta como esta, en la que cada quien quiere que lo traten como al rey del baile, y parrandear a costillas del erario, beber y comer gratis y que le pongan solo la música que le gusta. Si hubiera de todo, muchos nos hubiésemos empeñado en entrar a curiosear al “festival de la cerveza” (con nombre “lai” y con el sustantivo al final, como bautizan ahora cualquier cosa), pero la música norteña nos impidió el paso: la sed se espanta con esas notas.
Mensæ tegumentum. Ahora sí que se puede tener en cuenta el dicho ese de que “en la variedad está el placer”, que toma fuerza por la organización inclusiva de la feria en el momento de abrirle paso al tiple. Punto para la organización; pero todavía falta mucho.