Por FREDDY SÁNCHEZ CABALLERO
Veo muy nerviosos a los antipetristas por estos días en que el candidato de la Colombia Humana, con una ventaja avasalladora, se perfila como el hueso más duro de roer en la próxima contienda electoral. Se asustaron cuando vieron las plazas públicas repletas de gente en torno a su tarima, se asustan cuando ven romper récords de sintonía en sus entrevistas, y se asustan ahora con el resultado de sus propias encuestas. Ellos, que no hace mucho limitaron el techo del candidato a una cifra calculada con el deseo, ahora ven sin explicación cómo dicho techo se rompe en pedazos. Sin argumentos fundados, pero fieles a su vieja estrategia, recurren a adjetivos subjetivos, emocionalmente desestabilizadores, como ególatra, autoritario, populista, politiquero o mentiroso.
A esta jauría se le ha unido un renombrado periodista. Empujado por las circunstancias, pero quizá previendo su fracaso, Caballero anunció haber votado por Petro en las pasadas elecciones. Dado su eterno inconformismo, su declarada confrontación con el establecimiento, y siendo consecuente con su discurso contestatario, asumimos que fue lo correcto. No obstante, en estos días en que el gobierno de Duque ha desencadenado el más alto repudio general de todos los tiempos, Caballero se muestra arrepentido. La verdad es que sus motivos son incomprensibles, ambiguos. El giro en su postura es tan absurdo que solo se nos ocurre atribuirlo a un trastorno de la personalidad o a los achaques propios de la senectud. Jamás un gobierno había merecido tanto rechazo porque jamás un gobierno había cometido tantos errores. Quizá desde el segundo período de la seguridad democrática, una horda enquistada en el poder, no había transgredido tanto las leyes para asaltar las instituciones y vandalizar al país. Nunca habían robado tan de frente, ni se había atacado de forma tan despiadada a la clase trabajadora mientras se privilegia a los poderosos. Todo esto hace más incomprensible la postura de Caballero, puesto que nadie como Petro ha luchado con tanto ahínco por cambiar la actual forma de gobierno, que es la misma desde hace veinte años.
El periodista que quizá más ha cuestionado con pluma certera y veraz los embates del imperio norteamericano en Colombia, ignora las continuas masacres a líderes y campesinos, obvia el descuartizamiento del tratado de paz y la infame reforma tributaria de este gobierno para comprar 24 aviones de guerra en medio de una pandemia arrasadora, y orienta su pluma contra el candidato que con más arrojo ha combatido estos desmanes.
No sabemos si Caballero está siendo afectado por un Covid asintomático y sus palabras responden a los delirios propios de la enfermedad. Es un hecho que el encierro obligado nos ha convertido en personas más melancólicas y evocadoras, tal vez por ello en estos días ha recordado que Petro fue el tipo que le impidió seguir sin desenfreno su obstinada pasión por los toros, y hay que destruirlo. ¿Cómo es posible que un representante de las salvajes corralejas de la sabana de Córdoba haya acabado de tajo con esa sagrada tradición en donde se regodeaba la rancia cultura del país, empresarios, expresidentes, primeras damas, reinas de belleza, periodistas de renombre como él, y prohombres como el mismo Ordóñez al que se le han ofrendado varias orejas y rabos en la Santamaría? Es imperdonable. Si en un momento de debilidad votó por Petro, tal como éste lo hiciera con el exprocurador, es hora de corregir el despropósito sin importar el motivo.
Él comparte con Ordoñez su pasión por los toros, pero eso no es nada comparado con lo que Petro hizo. Bajo su lógica ortodoxa y conocedora del intríngulis del lenguaje ambiguo, de cómo torcerle el pescuezo a las palabras, es menos grave votar por el que diga Uribe, pese a su presente oscuro y a su trayectoria de corrupción y criminalidad (tantas veces denunciada por él), que haber votado para procurador por un tipo que en su juventud quemó libros y dedicó su tesis de grado a la Virgen María. Preguntado sobre qué nuevos hechos han determinado su actual postura, habla de la famosa bolsa de dinero. ¿Qué hace que sea peor recibir una bolsa con veinte millones de pesos que recogió el padrastro de Paloma Valencia entre sus amigos para la campaña del Polo, a recibir un cheque de mil millones del narcotraficante Ñeñe Hernández? Por cierto, en el primer caso ya el Consejo de Estado determinó que allí no hubo delito alguno, mientras que el caso del Ñeñe duerme el sueño de los justos.
La doble moral de algunos se exterioriza cuando de buscar argumentos contra Petro se trata. Les incomoda que use zapatos Ferragamo de $350.000 pero no que Uribe monte en caballos de mil millones. Les molesta que Petro viva en una casa lujosa, aunque embargada, pero guardan silencio respecto al incremento ilegal de tierras del Ubérrimo. Les ofende que Petro compre libros en un centro comercial junto a su hija en Europa, pero celebran que los hijos de Uribe inauguren su sexto centro comercial en Bogotá. Le llaman hampón por pertenecer al grupo que asaltó el Palacio de Justicia, desestimando el hecho de su encarcelamiento para el momento de los hechos, pero toleran la presencia en el CD de media docena de jefes del M19 que sí tenían voz de mando en la organización, y que además han advertido públicamente que Petro nunca hizo parte de las estructuras militares del movimiento ni participó en actividades violentas.
Pero hay que acusarlo de algo, entonces optan por adjetivos de carácter, o intangibles como la soberbia o la egolatría; que no le gusta trabajar en equipo, o que en ocasiones se refiere a él en tercera persona. Lo extraño es que fue Petro quien en las pasadas elecciones convocó a un plebiscito entre las fuerzas alternativas y se ofreció a cargarle la maleta a Fajardo si este lo derrotaba; propuesta que sigue en el tapete para estas nuevas justas con el Pacto Histórico (así, con mayúsculas) en las que por alguna fijación Caballero ve una subliminal prepotencia. Puestas así las cosas, Petro no acepta colaboradores pero si recibe el respaldo de actores y actrices como Margarita Rosa, o miembros de otros partidos como Barreras o Benedetti, entonces es un politiquero que busca recoger apoyo de personajes impuros. ¿Hay un político puro en este país? Lo acusan gratuitamente de mentiroso, pero todas sus mentiras acaban convirtiéndose en verdad. No conozco a nadie a quien el tiempo haya beneficiado tanto con la razón. Pese a profundas investigaciones, todas sus acusaciones acaban hechas polvo: recordemos el caso de los recolectores de basura, por lo que Ordoñez pretendió suspenderlo; la rebaja de pasajes de Transmilenio para estratos bajos, que le habían supuesto una multa por detrimento patrimonial; la cuestionada construcción de colegios, de hospitales, los estudios del metro subterráneo, en todo esto el tiempo le ha dado la razón. Por cierto, seis años después el metro elevado continúa sin estudios. Todas sus propuestas, inviables para la prensa nacional en boca de Petro, acaban siendo posibles en otras partes del mundo y urgentes en nuestro país. Ahora, sin explicaciones, le vuelven a decir mentiroso. Y no se sienten obligados a decir por qué, pero todos los señalados por Petro de corruptos o paramilitarismo acaban investigados o en la cárcel. Contrario a los acusados de subversión o de ser colaboradores del terrorismo por Uribe, todos acaban desplazados, exiliados o asesinados.
Me niego a creer que a estas alturas un connotado periodista como Caballero se dedique a hacer favores con sus artículos, pero me asiste una última teoría, que solo mencionaré de paso por temeraria, y de alguna manera estoy recordando el lamento de Facundo Cabral ante el advenimiento de la democracia: enfrentado al triunfo inminente de un verdadero reformador, nuestro Caballero teme convertirse en vasallo y ve amenazada su tan cultivada rabia hacia los gobernantes: ¿de qué escribiría entonces?, ¿contra quién enfilaría su tan ilustrado odio? (F)