De Río 92 a COP16: 32 años de cumbres por el planeta

Aún recuerdo la expectativa, la esperanza que significó la Cumbre de Río, donde los líderes mundiales intentaron encaminar el desarrollo global hacia la sostenibilidad. Sin embargo, más de tres décadas después, el éxito de estos esfuerzos deja mucho que desear. Desde entonces, con cada COP (Conferencia de las Partes) surgen nuevos compromisos, pero la efectividad real de las políticas implementadas es cuestionable. ¿Se han cumplido las promesas o se siguen poniendo los intereses económicos y políticos por encima de los objetivos ambientales?

La Cumbre de Río marcó un hito en la historia de las negociaciones climáticas internacionales. En ella se adoptaron dos convenciones importantes: la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y la Convención sobre la Diversidad Biológica (CDB). Asimismo, se presentó la Agenda 21, un plan integral para lograr un desarrollo sostenible en el siglo XXI.

En ese momento, las naciones se comprometieron a tomar medidas decisivas para proteger el medio ambiente y promover la sostenibilidad. Sin embargo, en la misma década de los 90 ya se evidenciaron las primeras tensiones entre el crecimiento económico, ya alcanzado por los países desarrollados, y las metas ambientales exigidas a los países en desarrollo, muchos de los cuales señalaron que sus prioridades incluían primero erradicar la pobreza antes de concentrarse en la protección ambiental.

No obstante estas tensiones, el CMNUCC siguió activo, y adoptó en 1997 el Protocolo de Kioto, un acuerdo vinculante que establecía metas específicas para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para los países desarrollados, pero Estados Unidos, uno de los mayores emisores de carbono, se negó a ratificarlo, y ello debilitó su efectividad.

A pesar de estos obstáculos, algunos países de la Unión Europea implementaron con éxito las reducciones de emisiones establecidas, demostrando que con voluntad política es posible avanzar en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, el hecho de que los países en desarrollo no tuvieran objetivos vinculantes causó críticas, ya que por ejemplo China e India, que en ese momento aumentaban sus emisiones considerablemente, no estaban obligados a reducirlas.

Después del fracaso del Protocolo de Kioto vino el Acuerdo de París de 2015, que representó un cambio significativo en el enfoque de las negociaciones climáticas. En lugar de imponer metas específicas a los países, este acuerdo permitió que cada nación estableciera sus propios compromisos de reducción de emisiones o NDC (Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional), con la esperanza de que la transparencia y la presión internacional incentivaran a los gobiernos a tomar medidas más ambiciosas.

El Acuerdo de París renovó la esperanza, pero también fue criticado por su falta de mecanismos vinculantes; y si bien muchos países presentaron NDC, pocos fueron lo suficientemente ambiciosos para limitar el aumento de la temperatura global a 1.5°C, el objetivo acordado. Y otra vez Estados Unidos, esta vez bajo la administración de Trump, decidió retirarse temporalmente del acuerdo, lo cual nuevamente socavó la confianza en el compromiso global para abordar el cambio climático.

La COP más reciente, celebrada en Montreal en 2022, estuvo ambientada por varias crisis climáticas, como incendios forestales, sequías y olas de calor extremas en diferentes partes del mundo. Allí, uno de los principales puntos de discusión fue el financiamiento, con países en desarrollo exigiendo más apoyo financiero para adaptarse y mitigar los efectos del cambio climático.

En Montreal se hicieron algunos avances notables, como el acuerdo para crear un fondo de “pérdidas y daños” que compensara a las naciones vulnerables por los efectos del cambio climático. Sin embargo, otra vez los compromisos concretos para la reducción de emisiones se mantuvieron insuficientes; a pesar de las promesas de los gobiernos, las emisiones globales siguen en aumento.

Quienes desde Río en 1992 hasta la COP de Montreal en 2022 nos hicimos viejos, podemos observar tanto éxitos como fracasos en las políticas ambientales globales. Y si bien se han logrado acuerdos importantes y algunos países han reducido sus emisiones, la acción global sigue siendo insuficiente para frenar el cambio climático a los niveles necesarios. A menudo, los compromisos asumidos en las COP han sido superados por la realidad de los intereses económicos, la falta de voluntad política y las dinámicas geopolíticas.

Y otra vez la desigualdad sigue siendo el gran obstáculo: mientras los países del primer mundo tienen recursos para adaptarse y mitigar los impactos del cambio climático, los del tercero luchan por recibir el apoyo financiero necesario para hacerlo.

El mundo enfrenta una encrucijada. Ha habido logros, sí, pero la lucha está lejos de ganarse. La COP de Montreal ratificó que los compromisos sin acciones no son suficientes. Si el mundo espera cumplir con los objetivos del Acuerdo de París y evitar los peores impactos del cambio climático, los líderes globales deben redoblar en Cali sus esfuerzos, priorizar la acción ambiental sobre los intereses políticos y económicos a corto plazo y asegurar que ningún país se quede atrás en la transición hacia un futuro sostenible. Parece utópico.

Ahora viene la COP16 en Cali, por celebrarse entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre próximos, esta vez en medio de la guerra de Ucrania y misiles que caen en Israel, Líbano, Gaza e Irán, que tienen, por demás, su propia huella de carbono. Aunque es casi imposible calcularla con exactitud para toda esta inenarrable hecatombe, podemos hacernos a una idea: solo en Gaza las emisiones superan las 500.000 toneladas de CO2, sin contar las emisiones indirectas de la guerra, es decir, las derivadas de construcciones de túneles, trincheras y fortalezas, de las destrucciones o de la sustitución de energía con motores diésel en la áreas devastadas. 

En conclusión, como si no fueran suficientes el calentamiento global o la pérdida de biodiversidad, los líderes mundiales están haciendo lo posible por llevarnos a la extinción antes de tiempo, no solo con la omisión de los compromisos adquiridos en estos 32 años, sino también jugando a una guerra por repartirse el mundo, el mismo que más bien deberían pensar en salvar. Cada vez nos parecemos más a un cuento de ciencia ficción, como «La última orden», escrito por Arthur Clarke. Ojalá me equivoque.

@cuatrolenguas

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