Del junco al infinito

Por JORGE SENIOR

Por estos días se celebra uno de los eventos culturales más importantes del año en Colombia, la Feria Internacional del Libro, con más de 400 invitados en cerca de 600 actividades, la gran mayoría virtuales dadas las pandémicas circunstancias. 

El país invitado este año es Suecia, sobre cuya literatura tengo todo por aprender.  Entre los invitados hay algunos del campo de la ciencia y la filosofía, como el matemático de Oxford Marcus du Sautoy, el filósofo de Harvard Michael Sandel y el bioperiodista David Quammen, cuyo libro Contagio de 2012 anticipó la emergencia sanitaria que hoy vive el mundo. De Sandel tengo en lista de espera La tiranía del mérito, una crítica a la meritocracia. 

De Colombia destaco a la escritora Pilar Quintana, autora de La perra, y el periodista científico Pablo Correa que hace un tiempo publicó la biografía de Rodolfo Llinás. No puedo dejar de mencionar a un invitado sui generis, mi amigo Jairo Rubio, protagonista principal de El Karina, uno de los mejores libros del recientemente fallecido Germán Castro Caycedo, decano del periodismo colombiano.

Los nombres mencionados apenas reflejan mi sesgo personal y no hacen honor a la variedad de nacionalidades y géneros literarios presentes en la Feria. Pero en la primera línea de invitados sobresale una joven autora española, quien de manera magistral es capaz de integrar en su obra la ciencia, el arte, la filosofía, la literatura y la historia.  La inacabable combinación de las letras del alfabeto y una planta acuática de las orillas del río Nilo, el papiro, da origen al título de un libro que bien puede aspirar a ser considerado una obra maestra: El infinito en un junco.  Irene Vallejo es el nombre de su autora, una filóloga clásica nativa de la tierra de Santiago Ramón y Cajal, Zaragoza, helada encrucijada de caminos.  Hasta hace poco, Vallejo era prácticamente desconocida fuera de España y ahora su obra premiada está siendo traducida a más de 30 idiomas. 

Leer las 400 páginas de su texto es un auténtico placer.  En ellas recorremos la historia antigua de un invento genial: el libro.  El infinito en un junco es un libro sobre el libro.  Y no sólo eso: es una historia de la escritura y la lectura, de sus sucesivos soportes materiales, de la educación, de su contexto cultural y político en los orígenes mismos de la civilización occidental.  Está dividido en 135 breves capítulos que se leen como viñetas llenas de emociones y sorpresas, 87 dedicados a los griegos y 48 a los romanos.  Y en cada capítulo se cuentan una o varias historias de modo que al final hay tantas narraciones como páginas, cada una iluminando un fragmento de la condición humana en una prosa poética que evoca y estremece, deleita y conmueve. 

Y es que esta obra es muchas cosas a la vez.

Es un trabajo de investigación histórica que refleja un esfuerzo metódico de muchos años en Oxford, Florencia, Alejandría -entre otros lugares- husmeando en fuente primarias con dominio del griego y el latín de los tiempos antiguos o haciendo un barrido sistemático en fuentes secundarias, para obtener una visión de conjunto del objeto de estudio que abarca casi mil quinientos años desde Homero o incluso antes, hasta la caída del Imperio Romano.  La magia de la autora es que un trabajo erudito se convierte en una lectura agradable, sencilla y accesible para una amplísima gama de lectores. No hay interrupciones de notas a pie de página, ni referencias bibliográficas que vuelvan la lectura farragosa, pero al final del libro hay 27 páginas de notas por capítulos y 9 páginas de bibliografía que muestran el fundamento de la exposición.

Es también un entretenido paseo narrativo por Mesopotamia, Egipto, Fenicia, Grecia clásica, la magna aventura bélica de Alejandro y la época helenística subsiguiente con Alejandría como epicentro, para luego acompañar a los conquistadores romanos, que en vez de arrasar con la cultura de los conquistados, la elevaron en un pedestal, la admiraron e imitaron y en algún momento también le dieron su propio toque original. 

Es una historia de la técnica, de la escritura en primer lugar, cuneiforme o jeroglífica.  Del gran invento fenicio: el alfabeto. De los soportes materiales: la piedra, la madera, la arcilla, el papiro, el pergamino, la tablilla encerada. Es historia de los formatos, el rollo, el códice, la encuadernación. De las formas de leer hasta que apareció la insólita lectura silenciosa. De la escuela y la educación.

La escritura empezó con inventarios, órdenes y leyes, pero luego aparece la narración y con ella los géneros literarios, de la poesía, la epopeya y la lírica, a la prosa, la historia y la fábula. Y detrás de los autores aparecen los copistas, los amanuenses, los esclavos lectores, las bibliotecas y los bibliotecarios, las librerías y los libreros. 

A lo largo del hilo narrativo la autora introduce comparaciones entre el pasado antiguo y nuestro presente, va y viene, contrasta diferencias, subraya inesperados parecidos, sugiere analogías, logrando eludir el sesgo del presentismo y evitando caer en anacronismos.  En ese juego creativo enriquece el relato conectando lo antiguo con literatura moderna o películas actuales -familiares al lector- o a veces nos confiesa intimidades de su propia vida, pero siempre con los libros como protagonistas.

Finalmente la obra es un ensayo, riguroso pero personal, no un texto académico.  Por ello no extraña el tono de corrección política, sin estridencias ni exageraciones.  Igualdad, libertad, paz y democracia, son valores que orientan la visión subjetiva que nos propone Irene Vallejo en su diálogo con el pasado objetivo.  Desde mi óptica lamento que América Latina esté bastante ausente en el escrito a pesar de que Jorge Luis Borges y César Vallejo aparecen como cerros tutelares.  Imperdonable, eso sí, que en un capítulo sobre listas famosas en la literatura no contemple el increíble testamento de la Mamá Grande.    

@jsenior2020

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