Los paros de transporte merecen especial atención, y los gobernantes lo saben. A Jorge Eliécer Gaitán, a quien la mayoría identifica y recuerda solo por el 9 de abril, lo tumbó de la alcaldía de Bogotá en 1937 un paro de taxistas, después de que Gaitán quisiera obligarlos a vestir uniforme. Lo mismo le pasó a Fernando de la Rúa cuando en 2001, siendo presidente de Argentina, su gobierno hizo aguas después de un paro de transporte que derivó en huelga general, y tuvo que renunciar. Y quizás la oposición del gobierno Petro también tiene claro que en 1972 un paro de transportes casi tumba a Salvador Allende, presidente de izquierda en Chile que terminó bombardeado por Pinochet un año después. Hay muchos ejemplos más.
En fin, de las crisis debe quedar algo bueno, y este paro camionero que acabamos de vivir no puede ser la excepción. De hecho, no hay que ser demasiado exhaustivo para ver las enormes diferencias que tuvo este paro si lo comparamos con otros anteriores. Por supuesto, en un episodio como este perdemos todos, sin embargo, parece que el país algo gana en madurez política. Veamos.
Primero: su corta duración. A pesar de sus móviles políticos tan claros, se resolvió en el curso de una semana, mientras el que hubo en el segundo periodo de Santos duró 38 días. Esta vez hubo voluntad de negociación antes de que se diera el desabastecimiento al que suele llevar un paro de transportadores.
Segundo: cero represión. Aunque hubo bloqueos inflexibles e intervino la Unidad de Diálogo y Mantenimiento del Orden (UNDMO) antes ESMAD, nadie perdió la vida ni los ojos en la confrontación. No es esto algo menor, sino uno de los muchos indicadores de que sí está ocurriendo un cambio en Colombia en lo que va del primer gobierno de izquierda.
Tercero: doble discurso. Gracias a las redes sociales, y no a los medios, se supo que hubo instrumentalización de muchos camioneros que trabajan para grandes empresas del transporte, mientras muchos más, los independientes, que son la mayoría, no estaban de acuerdo con el paro.
Cuarto: investigación. Derivada quizás de lo anterior, el paro le dejó la tarea al gobierno de revisar las condiciones laborales de los camioneros afiliados a grandes empresas, pues al parecer hay abusos en la intermediación que estas hacen en la negociación de los fletes y la vinculación de los conductores a la operación. Ahora, estas tendrán que esperar la visita del Ministerio del Trabajo y hasta de la DIAN.
Quinto: hay que escuchar a las bases. En el aire quedó el tufillo de una contradicciónentre el gran gremio trasportador y los pequeños camioneros. En el primer intento de negociación, cuando Fedetranscarga se levantó de la mesa, las palabras «No hay acuerdo porque las bases no aceptaron la propuesta que hizo la ministra de Transporte» en boca de Henry Cárdenas, presidente de este gremio, no sonaron convincentes. Apenas 24 horas después, algunos líderes de los sectores independientes que llegaron a un acuerdo con el Gobierno agradecieron haber tenido a cuatro ministros en la mesa, una muestra del interés del gobierno en resolver el paro.
Sexto: estrategia. Aunque la alocución presidencial que precedió al acuerdo nos desconcertó a todos, terminó siendo una carta que se jugó el presidente para desarmar un paro en el que, como se supo desde que comenzó, pesaba más el interés político que el económico. Hoy, menos de 48 horas después, tiene el paro solucionado y la mirada internacional puesta sobre un negocio turbio que puede pasar a la historia como uno de los episodios más oscuros de la seguridad nacional en Colombia.
Séptimo: paradoja (o el tiro por la culata). Aunque el paro fue convocado por la ACC y Fedetranscarga, el ala más derechista del gremio transportador, la negociación que lo levantó terminó siendo entre el gobierno y los transportadores independientes, abiertos al entendimiento y a la necesidad de ponerle fin, más allá de los intereses y diferencias políticas. En la mesa estaban la Asociación Andina de Carga Liviana (ACCL), la Asociación Fuerza Camionera, la Asamblea Nacional del Transporte y Renacer Camionero, entre más o menos 100 asociaciones, según palabras de José Edilson Pava, presidente de la ACCL.
Octavo: equilibrio de cargas. A propósito de cargas, de esta negociación sale fortalecido el presidente Petro y su gobierno (por la rápida resolución del paro, por haberse reunido con las organizaciones de base, por poner a cuatro ministros en la mesa, por la no violencia de la UNDMO, por la invitación a los camioneros a sindicalizarse) y debilitada la oposición.
Noveno: regiones independientes. Aunque el paro tuvo carácter nacional, los transportadores del Tolima no se sumaron, mientras los de Nariño y otros departamentos lo habían levantado unas horas antes de que se lograra la negociación que le dio fin en todo el país.
Décimo: medios parcializados. Como todos los días, muchos medios mostraron su complacencia con sus dueños, solo que se notó de manera especial en este intento de desestabilización. La entrevista de Yamid Amat a Jorge García, presidente de la Confederación Colombiana de Transportadores, es un ejemplo ‘de libro’ de lo que no debería hacer el periodismo, aunque casi todo el cubrimiento que hicieron los medios tradicionales también lo es.
En resumen, aunque esta vez el marcador es 1-0 para el gobierno, no será el último tiro al arco que reciba. Ojalá despidamos a Petro el 7 de agosto de 2026, no antes (ni después), y que no salga de Palacio como Fernando de la Rúa, mucho menos como Allende. Son capaces de todo.
@cuatrolenguas