Iván Duque y la extradición de alias ‘Otoniel’

Por GERMÁN AYALA OSORIO

En el epílogo de su desastroso gobierno, Iván Duque Márquez confirma que asumió el poder estatal con un espíritu infantil, y con el carácter fatuo propio del que se “encontró” la presidencia de la República en un paquete de chitos. Por lo anterior, jamás entendió qué es eso de ser jefe de Estado, se preocupó más por jugar con la institucionalidad presidencial, dada su condición de subpresidente, mientras que las decisiones estratégicas las sigue tomando su «presidente eterno», Álvaro Uribe Vélez.

En la imagen que ilustra a esta columna, Duque posa con el decreto que firmó y donde se aprueba la extradición de alias Otoniel, el criminal que operó con la anuencia de militares, políticos y empresarios del campo, todos agentes del oprobioso régimen colombiano. Exhibir con orgullo que extraditó a un bandido no deja de ser pretencioso, pues con la entrega a las autoridades gringas del narco paramilitar y depredador sexual, pierden sus víctimas y esa parte de la sociedad que espera saber más de las alianzas de Dairo Antonio Úsuga con generales de la República y miembros de la clase política y empresarial que le permitieron operar sin mayores contra tiempos, la estructura narco paramilitar conocida con el Clan del Golfo.

En esa misma línea negativa, pierde la Comisión de la Verdad y los comisionados encargados de construir la verdad histórica que le permita al país conocer los pormenores de la estrecha relación que Otoniel tenía con altas personalidades y agentes estatales.  Huelga recordar las acciones adelantadas por la DIJIN, quién sabe si cumpliendo órdenes de Duque, con el propósito de impedir que el criminal de marras aportara a la verdad histórica.

Basta recordar que Duque tiene el pelo teñido de canas desde la campaña, para entender que se trata de un político sin criterio, un ser pusilánime, características que Uribe valoró para tomar la decisión de sentarlo en el solio de Bolívar para que, con obediencia servil, le permitiera manejar a sus anchas los hilos del poder.

Además de lo anterior, este fantoche jamás entendió el sentido del artículo 188 de la Constitución Política que señala que “el presidente de la República simboliza la unidad nacional y al jurar el cumplimiento de la Constitución y de las leyes, se obliga a garantizar los derechos y las libertades de todos los colombianos”. En varias ocasiones este fanfarrón desconoció los derechos de las víctimas del conflicto armado, por ejemplo cuando objetó la ley que daba vida al marco jurídico de la JEP. Lo mismo hizo con las curules para la paz: no garantizó los derechos de millones de compatriotas, porque su tarea consistía precisamente en consolidar este régimen criminal y oprobioso.

Se suma a lo anterior, su participación en política, al fungir como jefe de debate de su candidato presidencial, Federico Gutiérrez Zuluaga, el nuevo muñeco de Uribe Vélez. No ha escatimado esfuerzo y oportunidad para atacar e invalidar las propuestas económicas de Gustavo Petro. Y lo ha hecho, porque le corresponde hacerlo, porque se siente agradecido con su patrón político y con el mecenas Luis Carlos Sarmiento Angulo, quien aportó millones de pesos a su engañosa campaña, en la que se destaca la promesa “más salarios, menos impuestos”.

Falta poco para que esta marioneta se convierta en expresidente, pero ese lugar en la historia de Colombia jamás lo reconocerá como un verdadero estadista. A lo sumo, será recordado por saber jugar con un balón de fútbol, cantar y bailar. Es más, no se le deberían endilgar crímenes de Estado, pues él solo fue puesto en la Casa de ‘Nari’ para obedecer.

@germanayalaosor

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