Por JORGE SENIOR
Hace 96 años, el 4 de diciembre de 1926, Albert Einstein escribía una de las cartas más famosas de la historia. Era el momento del boom de la mecánica cuántica y la carta iba dirigida a su amigo Max Born, el abuelo de la cantante recientemente fallecida Olivia Newton John, a quien casi todo el mundo recuerda por su baile con John Travolta.
En esa misiva, el físico judío nacido en Alemania pero de nacionalidad suiza, escribió:
“La mecánica cuántica es ciertamente imponente. Pero una voz interior me dice que aún no es la verdadera solución. La teoría dice mucho, pero apenas nos acerca al secreto del ‘viejo’. Yo en todo caso estoy convencido de que él no tira los dados”. De aquí salió la atribución a Einstein de la frase “Dios no juega a los dados”. Es cierto que al hablar del ‘viejo’, el gran físico está usando una doble metáfora para referirse coloquialmente a la idea de Dios, pero esta idea es, a su vez, una manera metafórica de referirse al orden racional del universo.
En efecto, Einstein no era creyente en lo que se refiere al dios judeocristiano, un dios-persona con características antropomórficas. Lo dijo muchísimas veces: “Creo en el dios de Spinoza que se manifiesta en la armonía de todo lo que existe y no en un dios que se ocupa del destino y los actos del hombre” (1929). En 1954 escribió: “No creo en un dios personal, nunca lo he negado y siempre lo he dicho con toda claridad. Si hay algo en mí que pueda llamarse religioso, es mi admiración sin límites por la estructura del mundo hasta donde la ciencia nos lo puede develar”.
Ahí ya está esbozando lo que hoy denominaríamos una deconstrucción de la religiosidad. En una carta expresa: “No he podido encontrar mejor término que el de ‘religioso’ para designar aquella confianza en la naturaleza racional de la realidad en tanto asequible a la razón humana” (1951). En diversos momentos habla del “sentimiento cósmico religioso” para referirse al asombro y a la emoción de maravillarse ante la cognoscibilidad del mundo. ¿Misticismo? ¡Para nada! Lo dice bien claro en una cita que mencionan Dukas y Hoffmann: “Jamás le he atribuido a la Naturaleza ningún propósito ni meta, ni nada que pueda parecer antropomórfico. Lo que veo en ella es una maravillosa estructura que sólo podemos comprender de modo muy imperfecto y que es capaz de embargar a una persona pensante de un sentimiento de humildad. Se trata de un genuino sentimiento religioso que no tiene nada que ver con el misticismo”.
Podemos ratificarlo en otra cita textual: “Mi punto de vista se aproxima al de Spinoza: admiración por la belleza y la creencia en la sencillez lógica que subyace al orden y a la armonía que humilde e imperfectamente alcanzamos a conocer. Creo que debemos contentarnos con nuestro deficiente conocimiento y comprensión y lidiar con los valores y obligaciones morales como un asunto estrictamente humano”. Para Einstein la creencia metafísica en una divinidad que sustente la moralidad, como lo propone la religión, es inaceptable: “No creo en la inmortalidad del individuo y considero, además, que la ética es un asunto enteramente humano, desprovisto de toda autoridad sobrehumana que la respalde” (1955).
De las religiones Einstein rechaza su contenido mítico, su dogmatismo y autoritarismo, aborrece esa primitiva idea del premio y el castigo, con su viejo truco de manipular el miedo, y como vimos, niega la moral sobrehumana, trascendental. Einstein, el físico, es fiel a Spinoza, el filósofo. El físico apátrida es racionalista, determinista e inmanentista como el filósofo neerlandés, que identificaba a “Dios” con la Naturaleza, descartando al dios-persona antropomórfico, por lo que fue expulsado de la comunidad judía de Amsterdam.
Al adoptar esa visión filosófica, Einstein va estrellarse de frente contra la física cuántica, de la cual él puso la “primera piedra” en 1905, aprovechando una idea matemática que cinco años antes había utilizado Max Planck.
Y aquí llegamos al verdadero sentido de la frase “Dios no juega a los dados”, que nada tiene que ver con religión, sino con la defensa del racionalismo y el determinismo, en contravía de su amigo Max Born, de Heisenberg y sobre todo del danés Niels Bohr. Pocos meses después de la carta que conmemoramos en esta columna, en Bruselas, tendría lugar el inicio del más profundo debate filosófico de la historia, el pugilato intelectual entre Einstein y Bohr, un combate entre dos filosofías que sigue sin resolverse, así algunos digan que los trabajos premiados con el Nobel de Física este año 2022 resolvieron esa disputa (ver columna).
En 1927 Richard Feynman era apenas un niño, pero sumaría muchas historias en las décadas posteriores. Él clasificaba a los científicos en dos categorías: los babilonios y los griegos, aludiendo a ciertas características de las elaboraciones teóricas de estos pueblos. Él mismo era un ‘babilonio’, al igual que Bohr, mientras que su compañero y archirrival, Murray Gell-man, era un ‘griego’, como Einstein. La diferencia se ilustra en una frase de Bohr en respuesta a la einsteniana “dios no juega a los dados”. Dijo el danés: “Einstein: no le digas a dios lo que tiene que hacer”. Es decir, la filosofía de sabor empirista de los ‘babilonios’ se limita a los datos que nos da la naturaleza. Los ‘griegos’, en cambio, son racionalistas como Spinoza y Einstein. Irónicamente tienen una fe irracional en el orden racional del universo. Por ejemplo, creen que la elegancia matemática es una buena guía para hacer descubrimientos. Y hoy tenemos a muchos físicos teóricos perdidos en el laberinto de la teoría de cuerdas.
Einstein nunca aceptó la mecánica cuántica como una teoría completa. Hoy tenemos nuevas maneras de entender el determinismo, pero en la versión de Einstein el determinismo implica el imperio absoluto de la ‘ley de la causalidad’. Nada escapa a las cadenas de causas y efectos. Ni siquiera existe el libre albedrío. Las teorías cuánticas con su fundamento probabilístico parecen decirnos otra cosa.
Poco antes de morir Einstein, su amigo Max Born fue premiado tardíamente con el Nobel de Física. Al otorgárselo, el comité Nobel se la jugó por los dados.