Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Aparentemente Dios, ese ser superior al que adoran miles de millones, acaba de invitar a esta diosa a que suba al cielo sin pisar las escaleras. Llegará muy rápido y no sufrirá de vértigo porque no hay paredes transparentes por donde mirar hacia el vacío, y porque la única parada de esta maravillosa máquina es el edén, situado muy por encima de las nubes.
Pero antes del ‘creador’ del mundo, quien realmente le está dando la licencia para el ascenso a la alturas es el gran Miguel Ángel, creador de esta ‘creación de Adán’ que se encuentra en la capilla Sixtina. El Génesis lo inventaron los que escribieron las sagradas escrituras; allí narraron de una forma fantástica y por tanto inverosímil la creación de la vida y la aparición del primer hombre, varón, sobre la tierra. Pero fue el gran Miguel Ángel Buonarroti quien inmortalizó a ese ser eterno, y a la primera criatura hecha vida, que comparten distintos credos. Es decir, allá en el techo de la iglesia más artística del planeta el gran pintor florentino fue quien en realidad, con sus pinturas y pinceles, parió al Adán que todos conocemos y creó un dios para la vista de todos los mortales. Fue él quien, con esa arcilla creativa, dio vida a un dios que tiende la mano al primer hombre del relato religioso.
Miguel Ángel consiguió el nacimiento en los hombres de la idea de un dios cercano: un dios que tiende su mano con el objetivo de darles vida a los hombres. Por eso acercó las manos de la deidad y del hombre de carne y hueso, como nunca se había hecho en el arte, para dar a entender que a partir de esta proximidad la vida fluiría para siempre. O sea que es nuestro maestro renacentista el que ha tendido la mano de ese dios para que le indique a esta mujer dónde se encuentra el botón que la llevará al edén: ella, como lo veis, le da la espalda a quien se ha autonombrado como supremo. En este caso, con seguridad que ese paraíso anhelado se encuentra en una oficina donde ella dejó de ser Eva, abandonando la maldición de depender toda la vida del hombre, para convertirse en una mujer plena que puede compartir su vida con un hombre o una mujer, pero sin estar nunca subordinada a su pareja.
Ahora es ella la que pulsa el ascensor hacia la igualdad, la que en esta imagen representa a la mitad de la humanidad y tiene la oportunidad de sentirse diosa, ya que no existe ningún ser por encima de ella que se abrogue para sí el derecho a someterla, al tiempo que le ordena el mandato de obediencia, como sí lo exigen las llamadas “sagradas escrituras”.
¡Bienvenida mujer libre a esta tierra en la que sueñas, vives, te proyectas y si quieres pares, ahora incluso sin dolor!