Por GERMÁN AYALA OSORIO
El triunfo electoral de Gustavo Petro les está sirviendo a sus dolientes -y responsables, en últimas- para ser conscientes de que las maneras como condujeron a Colombia por décadas hoy los hace ver como una élite mezquina, retardataria, torpe y violenta.
La década de los 90 es el punto de partida para señalar lo que la derecha neoliberal hizo mal: pauperización laboral, informalidad, pobreza y desigualdad. A lo anterior hay que sumar la concentración de la riqueza -sobre todo de la tierra- en muy pocas manos, acabando con el campesinado, y por esa vía extendiendo por todo el territorio el modelo de las grandes plantaciones de caña de azúcar y palma africana para producir agrocombustibles y convertir selvas y humedales en potreros con propósitos de especulación inmobiliaria.
Desde comienzos de los 90 la oligarquía, de la mano muchas veces de grupos narco-paramilitares, le venía apostando a un desarrollo económico insostenible en términos ecológicos, ambientales y socioculturales. Solo era sostenible en lo económico porque hacía más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Acabar con las selvas era el propósito, al que se sumaba la intención de erosionar los procesos colectivos y con estos la diversidad cultural.
Pero el triunfo de Petro les demostró que su proyecto clasista de país no era tan sostenible como lo imaginaban. La victoria del Pacto Histórico los tomó por sorpresa. Baste con recordar lo que las señoronas del establecimiento, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y María del Rosario Guerra les aseguraban a sus simpatizantes: “¡Petro jamás será presidente!”. Al grito de esa consigna se sumó el advenedizo fiscal general, Néstor Humberto Martínez Neira.
Así las cosas, las consecuencias del cambio o los cambios que propone el gobierno de Petro deberán asumirlas las cuatro o cinco familias poderosas que desde los 90 capturaron al Estado para extender en el tiempo sus intereses corporativos, alejados de cualquier idea de construir una nación grande o basada en principios republicanos.
El estallido social les enrostró a esos “blanquitos” la dimensión de su mezquindad y torpeza -para no hablar de maldad- y evitar así que el lector establezca alguna conexión con la Semana Santa que termina. La llegada de Petro a la Casa de Nariño, en parte fruto de la conciencia que despertó el gobierno criminal y represivo del infantil presidente Iván Duque Márquez, debería servir para que la élite bogotana y las oligarquías que operan como espejos en todas las regiones del país entiendan que la sociedad cambió.
Si piensan en recuperar el poder en 2026 para regresar al país que soportó más de 30 años de neoliberalismo, están equivocados. Sus seguidores, que no son pocos, también deberán revisar lo que vienen defendiendo con tanta ardentía.
En lugar de tratar de que le vaya mal al país por estar el gobierno en manos de un exguerrillero que lucha por viejas reivindicaciones sociales, deberían acercarse para aportar ideas. Desde 1990 vienen demostrando que a sus vidas las guía un particular ethos mafioso. Es tiempo del autoexamen. Insistir en el neoliberalismo es jugar con candela. Petro le está sirviendo como un tapón a esa olla a presión que es Colombia. Esa misma que estalló una vez y que volverá a hacer explosión si la vieja oligarquía no asume la bandera del cambio que Petro les agita en la cara todos los días.
@germanayalaosor