Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Vladimir Putin se ha especializado en destazar pueblos a su antojo. Su gran pasión es ver correr la sangre de miles de personas vulnerables, indefensas e inocentes. Cada vez que quiere más poder, lo consigue, gracias a millones de barriles de sangre que acumula en el Kremlin. Su gloria únicamente depende de la sangre de los otros.
Vertiendo mares de sangre en Chechenia, Georgia, Siria y en el Donbás ucraniano, al tiempo que no dejaba piedra sobre piedra por donde sus misiles y bombas pasaban, logró consolidarse como un líder fuerte y poderoso tanto dentro de Rusia como en el escenario mundial.
Fueron 21 años en que las orgías sangrientas lo llenaron de gloria. Y pensó que esparciendo la sangre ucraniana por toda Ucrania, en unos pocos días podía anexársela. Pero los ucranianos, apoyados por las potencias occidentales le plantaron cara. El heroico pueblo, vecino de Rusia, ha acorralado al carnicero, demostrándole que su sanguinario ejército, al igual que él, es débil y cobarde en el cuerpo a cuerpo del campo de batalla.
Incluso los líderes cercanos de las otras dictaduras de Asia le están retirando su apoyo. Ellos también están viendo que el psicópata del Kremlin puede llevar al mundo a otra conflagración mundial. Vladimir Putin comenzó la guerra como un líder internacional y en menos de un mes ya había sido dejado en evidencia por un ejército pequeño y pobre que sacó a las tropas rusas de toda Ucrania y las arrinconó en el Donbás. Son casi ocho meses en los que, como cualquier cobarde que emplea la fuerza de otros para atacar a los débiles, su imagen ha caído estrepitosamente hasta ser reconocido como lo que hoy ve el mundo entero, incluidos sus admiradores de la pseudo izquierda y el pueblo ruso: un sátrapa que también trata a los hombres de su país como material para su carnicería.
Perder en el campo de batalla lo lleva a hacer lo único que sabe: ensañarse contra la población civil; lo hemos visto en vivo y en directo ejercer su sadismo como única respuesta a su inminente derrota. Ayer, tras ver en su propio campo la humillación a la que ha sido sometido al arder en llamas ante el mundo su última obra imperial, el puente de Kerch que costó más de 3.000 millones de euros, decidió bombardear quince ciudades ucranianas y destazar la vida de civiles que no están armados ni participan en la guerra. ¡Una vez más ha quedado retratado ante el mundo, Vladimir Putin, el más grande criminal de guerra del siglo XXI!
Ya la comunidad internacional habla de la creación de un tribunal especial para juzgar los crímenes de guerra de Rusia en la invasión a Ucrania. Si el psicópata no decide oprimir el botón para desatar una guerra nuclear, tras ser depuesto por su misma gente que querrá salvar su país, ahora que el sátrapa lo ha convertido un Estado paria, lo veremos juzgado como el carnicero de la guerra contra Ucrania; él y todos los demás carniceros que han desmembrado a miles de ucranianos que no portaban ni uniforme militar ni armas.