Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Cuando recogí el diario, lo primero que vi en su portada fue un edificio en llamas. El titular me decía que en Chile los militares se habían tomado el poder, dejando en un solo día un océano de sangre a lo largo del mapa de esa nación. Una de las primeras víctimas era su presidente, Salvador Allende.
De él yo había sabido justo un año atrás, cuando visitó Bogotá. En 1972, a pesar de ser todavía muy pequeña, ya sabía leer bien. Y cerca del palacio de gobierno, que quedaba en la misma calle donde yo vivía, en el barrio La Candelaria, había una pancarta que decía: «Bienvenido, presidente Salvador Allende». Y no sé por qué pero, a pesar de que no era el presidente colombiano, para mí, la niña de entonces, él se convirtió en MI presidente.
Esa mañana del 12 de septiembre de 1973 supe que mi presidente había sido asesinado el día anterior. La noticia la leí muy rápido. Era la primera vez que veía la expresión Golpe de Estado. También conocí ese miércoles, con la tristeza ya instalada en mi corazón, que a los presidentes podían matarlos. No recuerdo casi nada de las cosas anidaban en el alma de esa pequeña de entonces. De lo que sí tengo certeza, es que antes de las siete de la mañana del 12 de septiembre de 1973, sentí por primera vez lo que era el quebranto democrático. Ese día, muy temprano, descubrí que mis juegos infantiles, a partir de ese momento, rápidamente irían quedando en el olvido.
Hace cincuenta años, sin que hubiese un adulto cerca para explicarme la noticia -yo era la que madrugaba para salir al colegio y la primera que leía el diario que llegaba por suscripción-, al ver el palacio de La Moneda en llamas perdí por completo la inocencia. Cuando los golpistas de Chile bombardearon la democracia, también lanzaron ráfagas mortales contra mi espíritu infantil. Me hicieron crecer a punta del criminal fuego que incineró la democracia chilena.
Desde entonces mi corazón, mi cerebro, mi cuerpo, mis canciones, mis libros, mis películas, mis letras, mis danzas, mis amores, mis amig@s, y la naturaleza, por supuesto, son de izquierda, y si no llegan a serlo, es necesario que la rocen. Aunque fue el dolor el que me llevó a ubicarme lejos de la derecha cuando me enteré de que me habían dejado sin mi presidente, agradezco que a través de él, del dolor, me acerqué a la existencia de Salvador Allende. Mi primer presidente, mi primer político, mi primer adulto, mi maestro que me enseñó por qué la izquierda es la fuerza que conduce a que en las sociedades todas las personas tengan igualdad de derechos y de oportunidades.
Salvado Allende demostró que la izquierda podía llegar al poder sin la ayuda de las armas. Que la izquierda puede ser democrática de principio a fin. Que la izquierda democrática es la verdadera opción para el avance de los pueblos. Y por ser él, mi presidente Allende, un demócrata, fue que lo asesinaron tan vilmente y condenaron a todo un continente a decenas de años de represión, tortura, desaparición y muerte. Pero hoy ese continente elige democráticamente a presidentes de izquierda, como lo hizo Chile por primera vez en 1970. ¡Gracias presidente Salvador Allende, gracias pueblo chileno y latinoamericano! Vuestro sacrificio hoy hace brotar la democracia por toda nuestra tierra americana.