El Espectador y la ‘deidad’ presidencial

Por GERMÁN AYALA OSORIO

La postura editorial asumida por la dirección de El Espectador y expuesta en su editorial titulado El matoneo tiene poco de revolucionario (ver editorial), constituye una inquietante defensa del régimen uribista que representó Iván Duque Márquez durante sus cuatro años de pésima gestión. Los multimillonarios casos de corrupción público-privada y el doble discurso del gobierno saliente con los asuntos de la paz, confirman el talante (por no decir la calaña) del gobierno saliente, con todo lo que significa en materia de rechazo social y político, en una sociedad que se cansó del ethos mafioso que el uribismo supo naturalizar, con el concurso de la gran prensa bogotana.

En el señalado editorial se lee: “lo que vimos durante el discurso presidencial del pasado 20 de julio fue una gritería inaceptable, un irrespeto a la palabra del otro y, sobre todo, un ataque a la figura presidencial. Hay maneras de protestar y hay que aceptar que el presidente Duque se ha ganado, con su desprecio al disenso, el rechazo de quienes ahora ostentan la mayoría en el Congreso que llegó a instalar…”

La custodia que de las buenas maneras hace el diario liberal soslaya la molestia que generó y genera aún la sarta de mentiras en las que de manera decidida cayó Duque, con las que buscó provocar a una parte del Congreso, la misma que El Espectador asocia, maliciosa y exageradamente, a los conceptos de cambio, reconciliación y revolución.

Las rechiflas y los insultos que se escucharon en el recinto no anulan los propósitos del gobierno entrante de buscar los cambios que requiere el Estado y la manera de administrar lo público. Cae el diario capitalino en error al reducir esa búsqueda a unos gritos, que se justifican porque quien dio pie para que se diera esa violenta reacción fue el propio Iván Duque. Su discurso, al venir cargado de imprecisiones y falsedades, constituye una forma insoportable de violencia discursiva y política. Pretender -como lo hace El Espectador en su editorial- que al presidente de la República se le debe permitir todo, es asumirlo como un monarca intocable al que se le debe rendir pleitesía. No. Duque mintió y se burló no solo de sus contradictores, sino de los cientos de miles de ciudadanos y ciudadanos que escucharon su presentación.

En torno a los términos reconciliación y revolución, El Espectador cae en la práctica de reducir lo complejo a lo más simple, muy propia del ejercicio periodístico. Conocer la verdad de lo sucedido y señalar a los responsables hace parte del proceso de reconciliación que esta sociedad requiere. El país sabe que Iván Duque jamás apoyó de manera irrestricta el proceso de paz, como él mismo lo dijo durante la instalación del nuevo Congreso. Por el contrario, hizo todo lo posible para hacer trizas el Acuerdo de La Habana siguiendo los derroteros de la secta-partido, el Centro Democrático y sus propias convicciones. Sobre esta verdad reaccionaron no solo los congresistas que le gritaron mentiroso, sino, y muy seguramente, los que estaban escuchando a Duque desde sus hogares.

¿A qué viene el uso de la palabra “revolucionario” en el título que da vida al editorial? ¿Acaso de manera maliciosa el editorialista quiere asociar la llegada de Petro al poder político, con su pasado guerrillero?

De cualquier manera, en esta ocasión el editorial de El Espectador, abiertamente moralizante, entra en colisión con el carácter liberal y democrático con el que históricamente se ha presentado ante la sociedad. Los insultos y la silbatina hacen parte del juego democrático, y si no nos creen averigüen cómo son las sesiones en el parlamento inglés, con el primer ministro encarando a los miembros de la oposición. Que hubiera sido mejor discutir con el presidente al momento de la réplica, claro que sí. Pero al parecer el editorialista olvidó que en otras ocasiones el mismo Duque despreció ese encuentro con la oposición. Y en una de sus alocuciones, la opinión pública se quedó sin escuchar la réplica televisada de la oposición.

Señores de El Espectador, el presidente es un ser humano y no una intocable y temida deidad. El mismo Duque le suministró abono vital al debilitamiento progresivo de su imagen, desde el momento en que se prestó para ser el títere del Innombrable. En estos cuatro años el país conoció muy bien el talante infantil de Iván Duque, a lo que se suman su cinismo, el carácter provocador, su arrogancia y falta de empatía. Y lo peor, que mintió en muchas, muchas ocasiones durante su discurso de instalación del Congreso.

@germanayalaosor

* Imagen de portada, tomada de El Espectador

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