El hijo calavera

Por PUNO ARDILA

Cuántos talentos hay que se heredan: los Bach y los Strauss en la música clásica, y los Fernández, del popular Vicente. A veces se heredan al tiempo el alto carisma y el bajo perfil musical, como los Iglesias de España, que no se sabe cuál es peor, si el padre o el hijo. A veces no se hereda nada, como el hijo de José José en México, que canta más desafinado que el gallo de las Espinoza. Otras veces, se hereda el talento, y se multiplica, como Julián Román en la actuación y nuestro Edson Velandia en la música.

El premio mayor se lo lleva Néstor Humberto Martínez Neira, que tiene a su papá, Humberto Martínez Salcedo, el maestro Salustiano Tapias, revolcándose en su tumba.

Pero cuántas veces nos ha ocurrido en el panorama político que se reparte poder entre los hijos, como si esto fuera una especie de monarquía selectiva, y las siguientes generaciones reciben beneficios únicamente por ser hijos de su papá o por ser los favorecidos con la suerte de que le haya caído encima el ramo de la novia.

Díganme ustedes cuál es el mérito de Simón Gaviria para haber ocupado cargos en el alto gobierno; o su hermana María Paz, cuya jefa de prensa gestiona su imagen en los medios, no por su trabajo supuestamente cultural, sino porque es la hija de César Gaviria. Y a propósito de este personaje de tantas caras, también es heredero de un chiripazo por culpa de Juan Manuel Galán, que metió las quimbas en el momento menos oportuno. Y por ahí mismo están los Galán, aterrizados en espacios políticos, catapultados por la herencia de un verdadero líder.

En la historia contemporánea hay casos por montones de personajes con patrimonio político heredado. Desde López Michelsen, pasando por el bobazo del Andrés Pastrana y el paracaidista Tomás Uribe (¡horror!), hasta Rodrigo Lara, hoy por hoy la vergüenza de su padre.

Pero el premio se lo lleva Néstor Humberto Martínez Neira, que tiene a su papá, Humberto Martínez Salcedo, el maestro Salustiano, un santandereano intachable, ejemplar, revolcándose en su tumba. Martínez Neira no solo no heredó nada de su padre, sino que se convirtió en la vergüenza de su familia, de la sangre santandereana y de la nación.

De una parte, Humberto Martínez Salcedo fue un santandereano talentoso, abogado, pero además, actor, periodista, libretista, cineasta, humorista… Ante todo, amaba a su tierra y era sumamente crítico frente a la injusticia, la corrupción y el abuso del poder. Su hijo, Néstor Humberto Martínez Neira, de otra, también es abogado, pero nada más; y frente a las enunciadas características de su padre, es todo lo contrario.

Qué diría el maestro Salustiano, el más visible de los personajes de Martínez Salcedo, si releyera apartes de las palabras que le dedicó este a su entrañable amigo José A. Morales cuando lo despidió en la Catedral Primada de Bogotá. Qué diría si comparara algunas de esas palabras con lo que es hoy la imagen de su hijo frente al país: «… Con su humilde soberbia nos convoca: para que repitamos su fe, para que lo acompañemos en este duro compromiso de amar a Colombia campesina, de mantenerla intacta y diáfana […] un mestizo indomable que convirtió en tiple la tristeza de su esclavitud y el campanazo de su rebeldía».

Cuánto admiraba Martínez Salcedo al Cantor de la Patria, y cuánto le dolía la traición de quienes se aprovechan de su cargo para hacer y deshacer: «… No le viene a mancillar en el momento póstumo la mano impura de quienes traicionaron la guabina y pretenden convertir su pecho en dividendos…».

Y sentenció Martínez Salcedo lo que efectivamente está ocurriendo en nuestro país, precisamente de la mano de su propio hijo: «… Nos duele su ausencia porque su mano de comunero ya no volverá a consentir la patria revendida. Porque con él parece que enterráramos los tiples y la honestidad. Con su gigantesca lección de patriotismo que desde su reingreso a las entrañas de la tierra colombiana va a convertirse en credo y en leyenda».

Parece que las palabras de Humberto Martínez Salcedo fueran un presagio de lo que vive de la manera más cruda nuestro país, y, como dijo Jorge Robledo Ortiz («Siquiera se murieron los abuelos…»), por suerte al maestro Salustiano no le tocó vivir para ser testigo de tanta ignominia en Colombia, uno de cuyos más visibles protagonistas es la misma sangre de su sangre.

@PunoArdila

(Ampliado de Vanguardia)

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