El hombre que enloqueció de amor a Porfirio Barba Jacob

Por IVÁN GALLO*

Fue Fernando Vallejo quien encontró a Rafael Delgado en León, la pobre ciudad de Nicaragua donde nació Rubén Darío. Tenía más de setenta años y de la probada belleza que enloqueció a Porfirio Barba Jacob, quedaba ya muy poco. Sin él, Vallejo no habría podido completar El mensajero, tal vez la mejor biografía que se ha escrito jamás sobre un poeta colombiano.

Vallejo conocía cada secreto del autor de La vida profunda. Su vida miserable en pensiones pulgosas en México, Cuba, El Salvador, Guatemala y Perú. Él lo acompañó en su último regreso a Colombia, cuando recibieron cobijo en la casa de una de las hermanas de Miguel Ángel Osorio -nombre real del poeta- en Medellín. También estuvo ahí en su último domicilio, un apartamento sin muebles en la calle López en México, donde la sífilis y la tuberculosis terminaron derrotándolo el miércoles 14 de enero de 1942. Barba Jacob tenía 58 años. Eso sí, Rafael no pudo estar a su lado. Había salido a conseguir medicamentos. La única persona que lo vio morir fue Concepción Velásquez, la mujer que se casó con Rafael Delgado para disipar comentarios malintencionados. Imagínense lo que era ser homosexual en la década del cuarenta. Velásquez le contó a Vallejo que Barba Jacob murió tranquilamente, a pesar de sus problemas respiratorios, viendo un crucifijo y preguntando por Rafael. Quería ser lo último que viera antes de partir. Ella, fervorosa católica, afirma que se estaba arrepintiendo. Después de conocer a Barba Jacob en El mensajero, no se puede dejar de pensar en que acaso lo estaba insultando, o tan sólo se estaba burlando del crucificado.

Rafael Delgado llegó sobre las cuatro de la mañana, una hora después de la muerte. Concepción Velásquez cuenta que la reacción de su esposo fue gritar con desconsuelo. Lo amaba, y a pesar de eso vivió a sus espaldas durante más de veinte años. A Rafael no se le conoció otro oficio más que el de romper corazones. Jugador, bebedor, mujeriego, Delgado dejó a su familia para seguir los pasos del autor de Acuarimántima. Cuando lo conoció, quedó fascinado. Sabía de sus leyendas oscuras, como la noche en la que se perdió en la Habana con Federico García Lorca y entraron a un restaurante, donde un fornido mesero los atendió. Barba Jacob, al ver los brazos nervudos y tatuados del joven, no pudo resistir las ganas de morderlos. García Lorca, acostumbrado a las excentricidades de amigos de infancia como Salvador Dalí, jamás había conocido a alguien tan salvaje como el poeta colombiano.

Nacido en Santa Rosa de Osos en 1883, criado por sus abuelos, creció como un pirata, desarraigado y queriendo cortar cualquier lazo familiar. A uno de sus amigos más cercanos, Juan Bautista Jaramillo Mesa, le confesó alguna vez: “Amigo mío, para ser hombre, pero en toda su plenitud, son necesarias dos cosas imperativas: odiar la patria y aborrecer a la madre”. Por eso, después de ser profesor en Antioquia, emprendió ruta a Centroamérica y Perú, donde incluso llegó a servirles a dos dictadores, al mexicano Porfirio Diaz, de donde tomó parte de su nombre, y Leguía en el Perú. Como alguna vez dijo Frank Sinatra en una de sus canciones más conocidas, That’s life, en todos los países donde vivió supo ser rey y peón.

Sobre el apellido que tomó, Barba Jacob, no hay nada claro. El que más se ha acercado a su fantasma, Fernando Vallejo, afirma que lo tomó del apóstata español Mossén Urbano, quien en 1507 publicó que “un cierto Barba Jacob era el Dios verdadero omnipotente, en Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo, igual a Jesucristo y, así como Jesucristo, venido a dar testimonio del padre. Así mismo, Barba Jacob era el padre que venía a dar testimonio del hijo”. Esto, queridos amigos, es una blasfemia. Y a nuestro poeta, que tuvo tantos otros nombres, le encantaba eso, el escándalo.

Y la noche. Son incontables las fiestas desbordadas que pagó de su bolsillo. Mientras les sacaba plata a directores de periódico que lo contrataban -de sus crónicas no queda nada- y donde dejó una estela de relatos amarillistas, cuyos temas estaban pensados sólo para vender números, Barba Jacob gastaba a manos llenas en pulques, cantinas y prostíbulos. A veces, incluso, como le sucedió en Bogotá en el breve tiempo que trabajó en El Espectador, salió con Rafael alborozado en medio de la noche a tomarse todo un bar, sin haber dejado la puerta del apartamento con candado, y cuando regresaron no encontraron más que un par de periódicos viejos en la sala. Se les habían robado todo. “No nos quejemos, Rafael, tapémonos con los periódicos que está haciendo frío”; y así durmieron.

Después de que murió Barba Jacob, Rafael Delgado perdió el norte. Tenía cuarenta años y los ojos verdes ya empezaban a nublarse. Vivió de unas cuantas mujeres hasta que regresó a León, Nicaragua, y lo revivió Vallejo. Junto a él recorrieron las posadas de México y Morelia, donde el poeta era el foco de atención de deslumbrantes tertulias. Todos recuerdan su voz plateada, dura como una trompeta. Rafael Delgado murió en los años ochenta. Arruinado y triste.

Las cenizas de Barba Jacob regresaron a Colombia sólo hasta el 2015 y están en Santa Rosa de Osos. Su poesía, lamentablemente, está cada vez más olvidada. Y es raro, nos quedamos sólo con versos suyos como

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar…
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonría…
La vida es clara, undívaga y abierta como un mar…

Versos de belleza indiscutible, pero que no atraerían a nuevos lectores. Lo que hay que recordarles a los muchachos es que este respondón indomable fue el primero en habla hispana en escribirle una oda a la marihuana. El poema se llama La dama de los cabellos ardientes y sus primeros versos tienen unas imágenes que rayan en el misterio de los románticos alemanes.

Decíame cantando mi niñera
que a mi madrina la embrujó la luna;
y una Dama de ardiente cabellera
veló mi sueño en torno de la cuna.
Su cabello —cauda sombría—
ondeando al viento, ondeando al viento,
ardía, ardía.

@IvanGallo78

* Tomada de Pares.com.co

Imagen de portada, de Las 2 Orillas

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