Por PUNO ARDILA
Se despide de este mundo el señor Ratzinger y recibe de la comunidad honores excepcionales, porque es el único papa que muere como expapa; un hecho que reseña magistralmente Julio César Londoño, en columna que resume el cambio que Benedicto logró, después de que Agustín se inventó que el cielo estaba saturado de cuantos morían sin bautismo cristiano, incluidos —por supuesto— todos los antecesores de Jesús, que tampoco fueron bautizados, porque cuando eso no había habido papa alguno que saliera a advertir. De hecho, tampoco había papas.
Después de esa temporada de temor a los fuegos del infierno —un lugar que también fue creado a partir de las mentes superiores y sacratísimas de todos estos “prelados” que gobiernan el mundo de los creyentes—, se creó el limbo, para alivio de los asustados padres, en donde los niños sin bautismo tenían un lugar menos aterrador; y después pudo remediarse la situación, porque, de acuerdo con Londoño, «con pulso firme y una piedad francamente divina, Benedicto cerró esa guardería infame y dijo que el Limbo era solo una “hipótesis teológica” que iba en contravía del sentido común y de la bondad de Dios, y puso fin al tormento de los padres cuyos hijos morían sin la gracia del bautismo».
Benedicto, por mucho menos de lo aquí expuesto, será luego exaltado y canonizado, porque lo normal es que los papas, a pesar de acciones suyas no tan santas, documentadas por la historia, terminan con aureola, asunto que respeto profundamente, como respeto cualquier ritual de cualquiera de las religiones.
Pero sigo con la duda; y espero que alguien pueda contestarme, sin pasión y con argumentos, a partir de qué fundamentos un papa o quien sea de entre los “prelados” puede llegar a “decidir” que existen el diablo, el infierno, el purgatorio o el limbo, y con qué fundamento cualquiera de estos horrendos lugares puede dejar de existir. ¿De dónde se saca esa información, o en dónde está el teléfono rojo con el que se comunican con el más allá?
Cuando Benedicto clausuró el limbo, formulé las mismas preguntas. A cambio recibí, como suele suceder, palabras airadas y expresiones indignadísimas porque yo hablaba “contra” los católicos, pero no decía nada de las sectas, y hasta incluso saltaron algunos con posiciones decimonónicas hablando de irrespeto, de blasfemia, de herejía… Hasta llegué a tener una discusión (amabilísima, eso sí) con un sacerdote, con quien tuve la oportunidad de repetir las mismas preguntas, pero nada.
Dejo las mismas inquietudes, entonces, después de varios lustros, solo con la intención de tener alguna respuesta convincente, porque, hasta hoy, nadie me ha contestado.
@PunoArdila
(Ampliado de Vanguardia)