El avance de las inteligencias artificiales y aplicaciones como ChatGPT han desplazado poco a poco el arte de escribir. Cientos de libros creados artificialmente son hoy comercializados en la Internet. Miles de cuentas en Instagram prometen volver millonarios a los usuarios con solo vender cursos hechos por las AI, sin importar el tema o la complejidad. Algunos titulares de medios y artículos cortos son creados con estas inteligencias. En los colegios y universidades la inteligencia artificial se ha convertido en la herramienta más útil para no pensar. Poco a poco la nueva tecnología va remplazando la funcionalidad del cerebro humano, evitándole el doloroso proceso de crear.
¿Quién no ha sentido pánico ante la temida hoja en blanco y la ansiedad que provoca? Crear duele. La escritura como proceso creativo puede dar enorme satisfacción o provocar un estado de parálisis imaginativa. Cientos de pensamientos inconexos revolotean libres y sin control ante una hoja en blanco, ninguno lo suficientemente sólido como para anclarlo como una simple oración, desatando un caos mental que lleva a leer textos sobrescritos una y otra vez. Es el karma de todo aquel que escribe para un público.
Escribir es un arte complejo y no es tarea fácil, aunque parezca sencillo. La verdadera esencia de la escritura radica en saber escoger las palabras precisas de manera armónica y funcional, de nada sirve la unión de palabras hermosas o sofisticadas para determinada época si el lector no las comprende, si cae en un profundo aburrimiento, algo común en estos tiempos donde la inmediatez es un estilo de vida.
Vivir rápido y sin tiempo parecer ser el lema de este extraño siglo, cuando la humanidad pretende alcanzar enormes objetivos bajo la ley del mínimo esfuerzo, operaciones fáciles con resultados ágiles, desechando algo importante en toda acción: la calidad y el proceso. Cada día todo es más light, minimalista -si así se puede llamar- y fugaz.
Encontrar un espacio para la escritura en este siglo veloz resulta cada vez más complicado: las responsabilidades económicas, sociales y familiares van recortando el tiempo de la paciencia, concentración y dedicación que la escritura exige. La competencia y el enorme oleaje de escritos humanos y artificiales saturan las redes, muchas veces contaminando la palabra y dejando pocos espacios para que la escritura viva como arte.
La realidad se complica si no hay de por medio un sustento económico. ¿Cuántos escritores ignorados, sobreviviendo con trabajos mal pagos? ¿Cuántas escritoras escondidas detrás de maternidades extenuantes o labores domésticas interminables? En el transcurrir de los siglos muchas mentes brillantes han permanecido ocultas sin la más mínima opción de sobresalir. Millones de palabras, sueños, mundos, historias y opiniones se esfuman, se desvanecen en el tic tac imparable de un capitalismo salvaje donde priman el marketing y el dinero.
En este agotador transcurrir de la vida, la procrastinación aparece como remedio para sentir un poco de calma ante un mundo exigente, que no se detiene, que no permite la contemplación, la reflexión, la introspección, la vida misma. Posponiendo también y sin querer cosas que anhelamos, amamos o nos llenan de energía.
Presa en este mundo igual que ustedes, he sido víctima de la procrastinación, esquivando la temida hoja en blanco y la absurda ambivalencia capitalista, buscando en esta salvaje existencia una pequeña ventana de tiempo donde se encuentre el momento indicado para escribir.
Sobre el autor o autora
Hace unos días, por mi mente rondo ese sentir, realmente nuestras mente se vuelven cada vez más pequeñas y dejamos que la tecnología se haga cargo de nuestras creatividad y nuestro diario vivir, a o final no seremos nadie y se perderá toda esencia de nosotros.
Gracias saludos desde Madrid