Por JORGE GÓMEZ PINILLA
El pasado miércoles 22 de diciembre escribí para El Espectador una columna titulada Queríamos tanto a Nany, donde expresé mi decepción ante un caso de tráfico de influencias consistente en que la “directora de Comunicaciones” (así se hacía llamar) de Gustavo Petro intrigó para sacar de la cabeza de lista a la Cámara de Representantes por el Pacto Histórico en Atlántico al ilustre abogado Miguel Ángel del Río, reemplazándolo por su ex, el actor Agmeth Escaf.
La única vez que me dirigí a María Antonia Pardo en los últimos meses fue cuando quise proponerle a la Colombia Humana una idea desde El Unicornio, consistente en que una joven liberal integrada a la campaña de Alejandro Gaviria, Marla Gutiérrez, tuviera un encuentro virtual con Gustavo Petro, y fuera este el punto de partida para una serie de encuentros similares con los demás candidatos. Esto, para el canal de Youtube de nuestro portal.
¿A qué obedecía mi interés en comenzar con Petro? A que quería darles brillo a las ideas de los dos candidatos más cercanos a mis preferencias, el exministro de Salud y el exalcalde de Bogotá. ¿Qué debía hacer la directora de Comunicaciones? Transmitirle la idea a su jefe, el candidato. Eso era todo.
¿Y ella qué hizo? Responder en estos términos: “Yo le puedo preguntar, claro que sí. Imagino que dirá que no”. Digámoslo sin ambages, a la redacción de El Unicornio no le interesaba saber qué imaginaba ella, sino que transmitiera el mensaje. Pero ese “imagino” dejaba ver a las claras que era ella quien se abrogaba la facultad de decidir, pues en su infinita sabiduría ya sabía qué respondería su jefe.
En todo caso, actuando con profesionalismo, cerré con ella el chat de Whatsapp en estos términos: “Quedo atento a la amable respuesta de Gustavo Petro, en caso de que pueda disponer de unos minutos la semana entrante. Saludo cordial, querida Nany”. Pero el mensaje, como era de “imaginar”, nunca llegó a su destinatario -lo sé de buena fuente- y las cosas quedaron de ese tamaño.
A raíz de la publicación de mi columna en El Espectador, Nany Pardo no solo procedió a bloquearme (¿una directora de Comunicaciones que bloquea a medios críticos?), sino que envió a sus fans este trino sinuoso: “Tal vez algún día cuente a qué se debe esta columna (que no es más que un acto de venganza del señor que no soporta recibir un NO por respuesta). Por eso lamento que @fidelcano se haya prestado para publicar algo tan ruin, tan despreciable”. (Ver trino).
Sinuoso, sí, porque no cuenta qué fue lo que yo le pedí y que ella no me quiso dar, con lo cual daría a entender que se sentía avergonzada, como si hubiera sido una solicitud de tipo sexual. ¿Por qué dejó la duda sembrada? Porque su interés no era responder a los señalamientos que le hice en la columna -quizá porque no los puede responder- sino dejar la duda sembrada: algo así como “el tipo me lo pidió y no se lo quise dar, ese es el motivo de su venganza”.
Así pretendió enterrar la tesis central de mi columna, a saber: María Antonia Pardo se valió de su poder para intrigar contra el ilustre abogado Miguel Ángel del Río, quien había sido designado para encabezar la lista del PH a la Cámara por Atlántico; y poner en su remplazo al actor Agmeth Escaf, cuyo más grande mérito es haber sobresalido en el mundillo de la televisión.
A eso se le llama tráfico de influencias, uso indebido de sus atribuciones desde un cargo al que llegó después de haber criticado hace unos años a Petro y de haber apoyado -en 2019- a Carlos Fernando Galán para la alcaldía de Bogotá.
¿Por qué Gustavo Petro la ubicó allí a sabiendas de lo anterior? Averígüelo Vargas, averígüelo Daes, averígüelo Char…
Algo muy criticado por algunas de sus fans -en modo matoneo- fue que yo hubiera citado un artículo de El Espectador titulado La infidelidad de Agmeth Escaf, donde cuentan el “novelón” consistente en que en 2014 él embarazó a la periodista Adriana Berrío y justificó lo ocurrido en que fue “bajo los efectos del alcohol”, algo “sin importancia en mi vida amorosa”. La primera que en defensa de Nany saltó al ruedo fue la colega Andrea Aldana, con esto: “Qué columna tan misógina y machista, Jorge. Terrible como sacas de argumento un episodio de la vida privada de @NanyPardo (…). Un asunto que aporta nada y sí destila veneno de tu parte. Vaya decepción”. (Ver trino).
Como este fueron otros más -quizá decenas- los trinos que en coro de comprensible sororidad femenina hacían la misma acusación, “misógino y machista”, frente a lo cual expuse como legítima defensa lo que esos lamentos querían ocultar: que era el señor Escaf -no yo- quien se había portado como todo un machista cuando en lugar de agachar la cabeza por lo ocurrido, le echaba la culpa a unos tragos de más y agregaba con patético descaro que ese embarazo había sido algo “sin importancia” en su vida amorosa. Y me atreví a preguntar: ¿qué habrá sentido la madre de su hijo ante una declaración tan discriminatoria por parte del actor, tan falta de hombría?
Esta columna -la de hoy en El Unicornio, aquí y ahora- no habría visto la luz si no fuera porque un amigo de Facebook, de nombre Carlos Iriondo (¿es infidencia revelarlo?) me hizo caer en la cuenta de que yo estaba en la obligación de exigirle a María Antonia Pardo precisar a qué se refiere cuando afirma que todo había sido producto de una “venganza” porque no me quiso dar lo que yo le había pedido. (Ver post de FB). Y agregaba Iriondo, muy orondo: “No demora en regarse el asunto”.
Fue profético su anuncio, porque el asunto en efecto se regó, y fue por ello que me vi en la obligación de escribir esta columna.
Ya para rematar, cuando la señora Pardo le preguntó al director de El Espectador por qué se había prestado para publicar “algo tan ruin, tan despreciable”, así respondió don Fidel Cano: «El Espectador no orienta a sus columnistas sobre los tópicos respecto de los cuales deben opinar, ni determina el sentido de esa opinión, ni mucho menos interviene en la investigación que los columnistas hagan para sustentar sus opiniones. Máximo podría decir «no me gustó». (Ver trino).
Aquí entre nos, cualquiera que se precie de ser un buen profesional de la comunicación tiene claro que El Espectador no ejerce censura –menos la que exigía doña Nany- sobre la libre opinión de sus columnistas.