Qué grotesco espectáculo brindaron el Pacto Histórico y Colombia Humana el 30 de julio al cierre de las inscripciones de candidatos para las elecciones territoriales. ¡Tremendo ‘cringe’! Así lo calificó un amigo, joven politólogo que habita el mundo twitter, usando la palabreja de moda: “cringe” significa algo así como vergüenza ajena. Centenares de aspirantes se quedaron por fuera de la contienda porque sus avales nunca llegaron. Otros lograron inscribirse en el último minuto, tras una angustiosa espera que los dejó sin aliento y con la dignidad maltrecha.
La tapa de la olla fue el caso del Atlántico, donde el candidato a la Gobernación, escogido en consulta interna, ratificado por el CNE, recibió el aval después de las 4 de la tarde para que minutos después le fuese revocado por orden perentoria de un funcionario partidista, Eduardo Noriega, un costeño que ejerce el centralismo desde Bogotá. Las razones de esa revocatoria no las tocaré en esta columna, esperaré a que se destape el embuchado. En todo caso, el pasado sábado los medios locales andaban locos porque tuvieron que borrar dos veces la noticia. En fin, un circo completo.
Pero como esto es Macondo, ahí no terminó la película. El candidato agraviado, víctima de la jugarreta centralista, ripostó con otra jugarreta: inscribió a la esposa utilizando el aval de otro glorioso partido de la izquierda, Fuerza Ciudadana, el aparato naranja que manda en Santa Marta y el Magdalena, y que tranquilamente se prestó para ello.
Esa excelsa demostración de despelote y desorganización aconteció tras meses y meses de reuniones y más reuniones, asambleas, chats, resoluciones que van y vienen, en las cuales de lo único que se hablaba era de mecánica política, nada de ideas.
En el Caribe florecen los apelativos. A tales dinámicas políticas (o politiqueras) internas para disputar puestos en las listas y candidaturas las llamamos “muñequeo”. Sabíamos que iba a darse muñequeo hasta el último minuto. Pero lo sucedido rebasó las expectativas negativas y comenzó a hablarse del “perrateo humano”.
En medio de semejante caos, una de las pocas voces lúcidas de la dirigencia progresista fue la de Gustavo Bolívar. Primero calificó de “rotundo fracaso” la entrega de avales, luego pidió la unificación de las múltiples personerías jurídicas de partiditos de izquierda en una sola (supongo que tal propuesta sería para antes de 2026) y puntualizó: “Intereses van y vienen, nepotismo, venganzas, se castiga al que levanta la voz, se cierra el paso a liderazgos por envidias o conveniencias, se negocian avales o se envían faltando minutos para cerrarse las inscripciones. Una vergüenza total.” Mejor dicho, en un trino Bolívar hizo la radiografía. Más tarde, en otro trino, el libretista y candidato a la alcaldía de la capital dijo: “La dirigencia del Pacto Histórico debe disculpas grandes a nuestra militancia. Hombres y mujeres que trabajaron meses en sus campañas y no pudieron inscribirse por caos en entrega de avales y acuerdos de coalición.”
Lo que Bolívar no dice es que Petro no es amigo de partidos. Nunca ha querido organizar un partido fuerte. A la Colombia Humana la descabezó adrede. Él sigue la tesis -en mi concepto equivocada- de Toni Negri sobre las “multitudes”, que evocan lo que en los viejos tiempos se llamaba “el culto a la espontaneidad de las masas”. Probablemente piensa que gracias a eso ganó la presidencia. Pero él sabe perfectamente que el gobierno no es el poder y que un proceso político de transformación de una nación no es un asunto de cuatro años. Petro debería recapacitar el problema de la vanguardia.
Hace varios años caractericé a la mayoría de partidos colombianos como cascarones avaleros. Los partidos tradicionales fueron vaciados de contenido desde el Frente Nacional y los nuevos ya nacieron como meros cascarones, simples herramientas para la mecánica política de avales, coaliciones y tejemanejes. El concepto de militancia se desdibujó. Los que aparentemente tienen ideología, como el “Centro Democrático”, es porque tienen un mesías al frente que dicta la línea. Los verdes parecían tener algo de ideología en Bogotá, pero hacia las regiones otorgaban avales a diestra y siniestra, sin coherencia alguna, desde el trono centralista. Y en Bogotá esa ideología era doble: un pegoste de centroizquierda y centroderecha.
En contraste, la izquierda tradicionalmente padecía de exceso de ideologización, capaz de dividirse hasta por una coma en un manifiesto. Pero lo que vemos hoy en el denominado “Pacto Histórico” es una carpa circense de cascarones avaleros. Allí la ideología parece haberse esfumado o, mejor dicho, reducido a seguir la línea del presidente, quien sí tiene proyecto político, pero no colectivo. Bajo el paraguas del gobierno del Cambio florecen las empresitas electorales de izquierda y pseudoizquierda, cada una haciendo sus negocios. Grave que las nuevas generaciones se formen en estas dinámicas politiqueras, porque en ese sumidero se hunden las esperanzas de ampliar y profundizar la precaria democracia colombiana.
Coletilla: no sorprende que los partidos políticos estén entre las instituciones con peor imagen en las encuestas.