Por Germán Ayala Osorio
Como deporte espectáculo, el fútbol tiene un anclaje muy fuerte en la sociedad. Y lo tiene en función a dos factores claves: el primero, un ejercicio periodístico que juega con las emociones, las tristezas y las frustraciones del público. El periodismo deportivo hace parte de esa necesidad que tenemos de encontrar distractores que hagan más llevadera la vida. El segundo, cientos de miles de ciudadanos caen en el error de depositar la tarea de alcanzar la felicidad (o el drama de la derrota) en lo que hagan o dejen de hacer los jugadores. Allí confluyen la ignorancia, la incapacidad para discernir con criterio que se trata de un juego y la necesidad de entregar las responsabilidades de los propios fracasos en unos extraños que, vaya paradoja, juegan para su propio beneficio.
A modo de válvula de escape a los enormes problemas y conflictos que como sociedad exhibimos e intentamos ocultar, el fútbol es el recurso que les queda a los gobiernos para ocultar la corrupción y las malas decisiones. La historia del fútbol latinoamericano está llena de ejemplos. Baste con recordar el Mundial de Fútbol que organizó Argentina en 1978, que sirvió para ocultar la oprobiosa dictadura militar.
Colombia no se queda atrás, por supuesto. Aunque nunca organizó uno de esa categoría y dimensión, varias veces lo intentó, porque quienes ejercieron el poder sabían que un Mundial podía lavarle la cara al régimen en los gobiernos de Turbay Ayala y Belisario Betancur, que pensaron en organizarlo.
Con los negativos resultados de la Selección de Fútbol de Mayores, es bueno que los periodistas en formación y los que ejercen el periodismo deportivo hagan un mea culpa para que revisen en qué se han equivocado al manejar las emociones de unas audiencias que han depositado hasta sus anhelos de felicidad en lo que puedan hacer once jugadores en una cancha.
Por largo tiempo muchos periodistas deportivos olvidaron asuntos esenciales del oficio: investigar, contrastar los hechos, pero sobre todo no hacer parte de estos y mucho menos actuar como hinchas. Y no hablo de la manida objetividad, hablo de ser rigurosos y actuar con la responsabilidad que les exige una sociedad que, como la colombiana, deviene con graves problemas para separar la ficción de la realidad, para comprender que el fútbol es un juego donde los que más ganan dinero, están ahí, justamente, porque buscaron alejarse de los problemas de la sociedad en la que se levantaron.
Cuando los periodistas deportivos se convierten en agitadores de un patrioterismo insulso, lo que hacen es envilecer el disfrute del deporte espectáculo, hasta convertirlo en un factor de conflicto, que se refleja en celebraciones y derrotas. Con el numeral #YoMeMonto o #YoApoyoAMiSeleccion, los periodistas deportivos se convierten en estafetas de la Federación de Fútbol y de sus patrocinadores comerciales. De esa manera, se han olvidado de informar con rigor, de analizar los resultados con cabeza fría.
Tanto la Federación como los periodistas deportivos y los jugadores de fútbol deberían tomarse un respiro, entrar en calistenia para examinarse a fondo. Jugar con las emociones de una sociedad que aún no aprende a celebrar y a perder, constituye un enorme riesgo en la siempre compleja tarea de buscar la felicidad, entendiendo las contingencias de la vida y las propias del fútbol.
@germanayalaosor
* Imagen de portada, tomada de El País de Cali.