“El teatro es catarsis y es para hacer pensar a la gente”: Patricia Ariza

En la celebración del Día Internacional del Teatro, la directora de La Candelaria elaboró un manifiesto para El Unicornio y otros medios donde reflexiona sobre tan importante manifestación artística.

«El teatro es, como todas las artes, un ejercicio de la libertad. Es la posibilidad de expresarse poéticamente frente a las injusticias, pero también la posibilidad de hacernos vivir el éxtasis y la fiesta. El teatro se hace desde los cuerpos de actores y actrices que se preparan minuciosamente todos los días para ser los narradores de los acontecimientos reales o imaginados ante el público. Ellos y ellas son capaces de enseñarnos lo que no sabemos de nosotros y de nosotras.  

El teatro es un saber que se construye creando, ensayando y soñando, un saber a veces intangible porque es una escuela del comportamiento humano, un conocimiento del inconsciente de la sociedad y de las personas, un ejercicio crítico que tiene como materia prima la vida y sus acontecimientos y se compone de textos interpretados, cantos y danzas. A veces usa muñecos que hablan y escenografías que nos transportan a diversos lugares, a ambientes extraños, singulares, poéticos.     

Y, en este país en que la vida ha sido y es tan frágil, todos los días recibimos las terribles noticias; pero también recibimos mensajes de esperanza, mensajes, que iluminan la certeza de que el cambio social es un cambio cultural. Y que no estamos en una época de cambio sino en un cambio de época. Por eso necesitamos ampliar el conocimiento sensible de la sociedad a otros territorios; necesitamos ir más allá de los discursos tradicionales y de los medios de comunicación; necesitamos de la ciencia, del arte y de los saberes de los pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos para encontrar salidas iluminadoras a las crisis.

El arte del teatro nos acerca a la realidad de manera compleja, porque lo hace desde los afectos y los sentimientos, lo hace desde la memoria poética, desde la premonición y el sueño. Nos muestra los conflictos de la sociedad, desde lo épico, pero también desde lo personal. Incluso desde lo íntimo. Es un arte que tiene la posibilidad de narrar el futuro. Por eso no podemos concebir que se prive a la sociedad de practicar el arte del teatro y de disfrutarlo en todas las etapas de la vida.

El arte es un derecho humano fundamental. Ojalá los niños y las niñas tuvieran la oportunidad de practicar las artes que deseen. Debemos poner a su alcance todas las artes: que tengan la posibilidad de cantar, de pintar y de danzar, de actuar, también de tocar un instrumento y de inventar nuevas músicas. Esas prácticas son la posibilidad de que surjan creadores y creadoras. Un pueblo que es capaz de crear en el arte es capaz también de crear su propio destino.   

En este país -gracias a las artes y al teatro- nos hemos acercado a narrativas desconocidas y, la mayor de las veces, ocultadas; a relatos insólitos y a historias imaginadas de personajes míticos y crueles. Nos hemos acercado a los relatos de los chamanes y de las sabedoras. El teatro nos ha posibilitado viajar por la historia inédita de los conflictos sociales y los conflictos armados de este país, y mostrar las verdaderas causas. Pero también nos ha llevado por la vida de las heroínas olvidadas, por los conflictos de las familias disfuncionales, por el alma de los poetas atormentados y por las violencias basadas en género.         

Es que el teatro es la posibilidad de tocar el alma de la nación y el corazón de las personas. Tiene el poder de transformar el dolor en fuerza y en resistencia, y de hacernos reír hasta las lágrimas de las pompas del poder.  Y, a la vez, tiene el poder de mostrarnos cuan frágiles somos ante el amor y el desafecto.

Colombia tiene un relato de nación fracturado por el desafecto y la violencia. Hoy, más que nunca, necesitamos de las artes y del teatro para recomponer el relato y reconstruir desde la memoria histórica una leyenda compartida, que, con seguridad, será la conquista final de la Paz. 

Clamamos por otorgarle a la paz la dimensión cultural y artística. Es que la paz se tiene que volver cultura, modo de ser, de pensar y de resolver los conflictos. Una paz que no se cante, que no se cuente, que no se represente, se retrasa.  

En este país que nos tocó en el mapa, que tiene nombre de paloma pero que no está en paz, existe un movimiento teatral extraordinario. Son cientos los grupos, los colectivos y las personas que crean sus propias obras, todo el tiempo. Lo hacen en la selva, en las montañas, en los barrios, en las veredas.  Lo hacen contra todos los obstáculos, porque son artistas y necesitan narrar los acontecimientos pasados y futuros. Necesitan, necesitamos, relatar poéticamente lo que nos sucede; necesitamos advertir el peligro y mantener viva la memoria para percibir que estamos vivos y vivas.

A la vez que admiramos a estos y a estas poetas de la escena, nos conmovemos cuando vemos que la gran mayoría de la gente de teatro, con algunas pocas excepciones, vive en condiciones precarias, casi siempre sujetos al vaivén de la voluntad de los gobiernos locales y nacionales de turno.

Ojalá sea la hora de cambiar esta realidad de una vez por todas. Es hora de que se pongan los ojos y los presupuestos en el talento humano de los y las artistas. De que salgamos de la ecuación asistencialista de presupuestos-beneficiarios y entremos a mirar la cultura y las artes como derecho y como alimento.

El mundo reconoce que luego de la pandemia, uno de los sectores más precarizados son los y las artistas. Y, en particular, los artistas de la escena. ¡Es que estuvimos año y medio con las salas de teatro cerradas! Hoy, emergemos de las cenizas como en el mito de Anteo, y estamos recomponiendo los teatros, pagando las deudas, ensayando las obras, encontrándonos con nuestro público y resolviendo la vida.

Para cerrar este manifiesto decimos al mundo que nos afecta todo, que nada de lo que sucede en el mundo y en Colombia nos es ajeno. Que nos duelen las guerras y las violencias basadas en género. Todo nos duele.  

Hoy 27 de marzo, Día Internacional del Teatro, pensamos en los colegas del mundo que corren huyendo de las balas, los que no tienen un lugar para ensayar, en los grupos que ven derrumbarse sus teatros, o que abandonan sus sedes porque no tienen para pagar el arriendo. Es el día de quienes no tienen para pagar la luz ni el agua de sus pequeñas salas donde ensayan. Este 27 es también el día de los artistas adultos mayores que viven en ancianatos esperando el instante de su muerte; es el día de quienes tienen que trabajar en bares en la noche para poder comer y ensayar; el día de los y las que viven del rebusque, que son la mayoría. 

Pero también es el día en que nos disponemos a crear, a conformar nuevos grupos, a organizar festivales, a barrer las salas, a abrir la taquilla y a convocar al público, que es finalmente el destinatario de toda esta historia. A ustedes, nuestro público:

Señoras y señores, damas caballeros y niños, buenas noches. Les damos la bienvenida a esta sala. Hoy 27 de marzo presentaremos un espectáculo nunca visto. Abran sus ojos, preparen sus corazones y sus mentes. Un grupo de actores y actrices de todos los tiempos presentarán ante ustedes una expresión humana de la libertad.  

Se llama Teatro y es el arte de convertirse en otro y en otra, de volverse animal o cosa. Y de hacer conmover al público hasta las lágrimas, pero también de hacerlo reír hasta que se desternille. De hacerlo delirar y soñar, de llevarle a viajar por sueños y pesadillas y llegar, incluso, a la catarsis y al sueño del futuro. Por ello también de hacerle pensar y mostrarle las causas y los responsables de la miseria humana. Tomen sus puestos, apaguen los celulares, comienza la función».   

@PatriciaArizaF

Artista de Teatro, hasta la médula de los huesos

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