Empinada pasión pura

Los pies son los que coordinan los movimientos, las maniobras y el equilibrio en la danza clásica. Cuando se ponen en punta, soportan tres veces el peso de la bailarina. Cada uno de ellos tiene 26 huesos, 32 articulaciones, 10 músculos y más de 100 ligamentos. La artista desde pequeña aprende y perfecciona la técnica de danzar en punta. Mientras baila en el escenario, sus pies sufren; pero está en ella que el espectador no lo note. Si el público ve dolor en la expresión de la bailarina, el espectáculo ha muerto. Ninguna persona desea ver sufrir a otra mientras danza para ella. Bueno, al menos las personas normales. La artista con su técnica, pero sobre todo con su pasión, consigue que la sonrisa brote de sus labios en el momento que sus pies gimen, porque el arte que sale de su alma y que entrega al público, está por encima, muy por encima, del suplicio. 

El ballet, tras la belleza, la elegancia, los movimientos gráciles y esa casi ingravidez de la bailarina, esconde un sufrimiento que cualquier otra persona no podría soportar. Detrás hay una agonía escondida. Y es verdad que el umbral del dolor para las artistas de la danza clásica está muy por encima del de los demás mortales. Cada salto, cada puesta en punta, generalmente están sostenidos por heridas, lesiones, ampollas, uñas negras, tendinitis y otros males propios de quien ensaya al menos ocho horas diarias para presentarse en escena. Los bailarines hombres pocas veces bailan en punta. Sus pies deben estar muy fuertes para soportar el peso de la bailarina cuando la sostienen en el aire.

Cada bailarina tiene para ella unas zapatillas diseñadas a medida y que gozan de muy corta vida. En los ensayos, por día, es posible que utilice más de un par. Y cuando en escena es la protagonista, lo normal es que las cambie una y hasta tres veces. Esas aparentemente protectoras del pie están diseñadas para bailar en punta, pero no para amparar los pies. Por ejemplo, las zapatillas de los baloncestistas amortiguan la caída de los saltos del jugador. Las de las bailarinas no. Ellas, dicen, son una extensión del cuerpo que prolonga el arte pero que no contribuye en nada a que los pies estén libres de padecimiento.

Uno de los secretos del ballet clásico está en que cada vez que los pies llegan a la altura de las orejas de la bailarina o que bailan en puntas, dando vueltas, el espectador perciba que los movimientos de la artista son naturales y espontáneos. Si la bailarina echa mano a toda la técnica aprendida durante durísimas sesiones en años de trabajo, pero no pone pasión en la interpretación, ya puede darse por retirada. Gran parte de la esencia del ballet clásico está precisamente en que la bailarina consiga que su alma vibre de pasión por lo que hace. De no ser así, dicen los críticos, su danza ya no sería arte, sino una excelente puesta en escena circense.

Pasión, pura pasión… En la danza clásica es ella la que consigue que el arte supere la aflicción.

OLGA GAYÓN/Bruselas

Desconozco a la dueña de estos artísticos pies y al@ autor@ de la preciosa foto.

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