Por JORGE SENIOR
“¡Usted es pura teoría y nada de práctica!” me espetó UN extraño sujeto en medio del público que abarrotaba el recién creado Planetario de Barranquilla, hace 25 años. Yo acababa de terminar una charla sobre la vida extraterrestre, apegado al rigor científico de la astrobiología. A renglón seguido el mismo individuo me hizo una invitación, que parecía más un desafío: acompañarlo a un encuentro cercano del tercer tipo con seres extraterrestres. El convite implicaba viajar varias horas en campero 4X4, por territorio paramilitar, hasta una zona rural desconocida por los lados de la depresión momposina. Sobra decir que me perdí semejante experiencia maravillosa con alienígenas camuflados y probablemente alienados. Bueno, por algo estoy aquí echando el cuento. O quizás sí era un fanático de la ufología, un hobby inocuo que enriquece a unos cuantos y entretiene a una minoría de ciudadanos, para quienes quizá la vida cotidiana no ofrece demasiados incentivos y sienten un incontenible apetito por lo extraordinario. Sueñan con ser parte de una aventura hollywoodense y pasear como turistas de negro en el Área 51.
El Planetario de Barranquilla fue inaugurado el 25 de mayo de 1995, así que desde acá aprovecho para cantarle el ‘japiverdi’ por cumplir ¼ de siglo. Hoy sigue funcionando y puedo decir con orgullo que es nuestro legado a la ciudad, gracias al apoyo infatigable de la Caja de Compensación Combarranquilla. No es entonces un mal momento para conocer su interesante proceso, que puedes leer aquí. Es parte de la historia cultural de Barranquilla y de la historia de la astronomía en Colombia, pues allí nació la RAC (Red de Astronomía de Colombia) el 18 de agosto de 1997.
Durante los años en que fui su director tuve la oportunidad de escuchar a muchos “locos” -no sé si quitarle las comillas- con las más estrafalarias teorías. Hubo uno que “demostró” que el número pi no era el irracional 3,14159 que todos conocemos, sino la raíz cuadrada de 10. Curiosamente, la Biblia comete un error parecido en 1 Reyes 7:23 con pi = 3 = raíz cuadrada de 9. Pero se le perdona por ser antigua y elaborada por escribanos de un pueblo de pastores. Al desarrollar nuestro amigo su “demostración”, había un paso que era en realidad un salto maromero. Con serenidad y paciencia, Solín y los allí presentes le explicamos el error, pero no hubo poder sobre la Tierra que lo convenciera. Para él, nosotros y miles de matemáticos, millones de científicos y millardos de Homo Sapiens estábamos equivocados y sólo él había descubierto la verdad de lo que probablemente era un engaño intencional de superpoderosos en la sombra. No lo convencerían ni siquiera los legisladores de Indiana, en Estados Unidos, que en 1897 trataron de imponer por ley que Pi era 3,2. Y como suelo decir, al estilo de Estanislao Zuleta, que “la verdad no es democrática”, él astutamente tomaba mis palabras para usarlas a favor de su original descubrimiento. Después supe que era judoka.
En otra ocasión un señor de avanzada edad se me presentó con un “libro” de su autoría, que en realidad era un cuaderno de gran formato, cuidadosamente manuscrito y dotado de hermosos dibujos hechos con lápices de colores. El libro contenía su profunda teoría del universo y resolvía los grandes misterios de la vida. Usaba un método semejante a ciertos filósofos racionalistas: deducir la verdad a partir de grandes principios irrefutables e indemostrables, pero evidentes según ellos. Como prueba de la seriedad de su teoría exhibía un certificado que demostraba que una copia de su libro reposaba en la biblioteca del congreso de los Estados Unidos. De los dibujos recuerdo una mata de plátano.
En el planetario hacíamos muchas actividades diversas, además de las funciones: concursos literarios, olimpiadas de astronomía, ferias de la ciencia y la creatividad, foros pedagógicos, cursos para niños, salidas de observación, eventos nacionales, muestras itinerantes, periodismo científico. Pero lo que recuerdo con más cariño eran las tertulias científicas de los jueves, conferencias gratuitas multitudinarias, casi siempre salpicadas con los apuntes y gracejos del neurólogo Jorge Arregocés. Los barranquilleros llenaban la sala hasta los topes con la mayor parte de la gente de pie, todo un fenómeno inusitado en Curramba la Bella, para que vean que no todo es carnaval.
En varias ocasiones trajimos científicos colombianos de talla internacional como Sergio Torres Arzayús, quien hizo parte del proyecto COBE de la NASA que descubrió las anisotropías de la radiación cósmica de fondo, lo que mereció un premio Nobel a su director, George Smoot (quien por cierto menciona a Torres en su libro Arrugas en el tiempo, donde narra esa hazaña).
Pues bien, uno de esos invitados especiales fue el ingeniero payanés Juan Pablo Negret, sobrino del famoso escultor Edgar Negret, y quien trabajaba en el Fermilab, el superacelerador de partículas subatómicas ubicado en las cercanías de Chicago, por los lados de Batavia. Negret fue parte del proyecto que llevó al descubrimiento del Quark Top, que completó la base empírica del modelo estándar de la física cuántica. Cuando estábamos cenando en el restaurante de Combarranquilla, le conté a Negret algunas de mis anécdotas con los “locos” que solían asistir al planetario. Entonces me dijo unas palabras que quedaron grabadas en mi cerebro: “si esos locos se hubieran criado en otro contexto social, proclive a la ciencia, probablemente serían buenos científicos”. Medité mucho esa idea. Colombia tiene talentos, pero los desperdicia, los malcría, los frustra, los enloquece. #literal.
En Colombia hay que crear uno, dos, tres, muchos centros de divulgación como este epicentro de la cultura científica que nació en el barrio Boston de La Arenosa, hace 25 años, donde quedaba Carlos Dieppa y compañía en la avenida 20 de Julio. Para que nuestros locos geniales no se vuelvan locos demenciales, como decía mi primo Rodolfo. Para que nuestros niños y niñas no crean que el máximo sueño es ser un Pibe Valderrama o una Shakira, y aprendan que también pueden ser un Torres, Negret, Llinás o, ¿por qué no?, una Goodall, un Feynman, Turing o un Einstein tropical.