Por OLGA GAYÓN/Bruselas
A los dos les ha costado lo suyo llegar a ese estado de perfección. Ella ha entregado su vida, desde su más tierna infancia, para conseguir llegar a los escenarios: niñez, adolescencia, juventud, amor, quizá sus ansias de ser madre. Todo lo ha dejado de lado para transmitir a través de su cuerpo la belleza que brota de su interior, impulsada por una disciplina férrea, cuya construcción tiene como base múltiples sacrificios. Pero la bailarina ni siquiera se ha dado cuenta de todo lo que se ha privado, porque su hermosura íntima la anima a extraer de sí la belleza acumulada.
Él también se ha privado de todo: de salir por las mañanas a correr por los parques, de comer alimentos ligeros, de hacer actividades que lo aparten del sofá en sus ratos de ocio, de decir en el bar que en lugar de cerveza prefiere agua natural, de quedar con amigos durante la transmisión de los partidos de fútbol, de ir al gimnasio tres veces por semana…
Todo lo anterior mientras se sacrifica comiendo deliciosos guisos para, acto seguido, saturarse de enormes postres, con el fin de tener que ir a beberse unas cuantas copas que le faciliten la digestión. En fin, el pobre ha tenido que padecer lo suyo para conseguir que su barriga sea tan perfecta como el balón que desde niño le ha colmado sus sueños.
Como veis, entre panza y danza no hay más que una letra de diferencia. Porque es toda una vida de privaciones lo que las une y las hace inseparables. Arte, dirían muchos… ¡Aquí hay mucho arte!