Por HUMBERTO TOBÓN *
Estábamos acostumbrados a que cada nueva generación fuera más exitosa que la anterior, porque tenía acceso a más educación, más ingresos, más oportunidades de acumular riqueza, mejor tecnología, más información, mejor medicina y alimentos más nutritivos. Todo esto gracias a la ciencia, la investigación, la innovación y las oportunidades que brindaba el modelo económico. Sin embargo, para la actual generación, parece que acceder a muchos de esos beneficios ya no aplica de manera tan generalizada y directa.
Aunque el desarrollo es evidente, las innovaciones científicas siguen su marcha y la economía crece, sus coberturas se han reducido, dejando por fuera amplios sectores de jóvenes, que no logran acercarse a los niveles de calidad de vida conquistados por sus padres, quienes ya habían avizorado que algo no tan bueno estaba por ocurrirles a sus hijos, pues aparecían señales poco halagüeñas en el panorama socioeconómico.
Es indudable que hoy los jóvenes tienen que hacer un esfuerzo mucho más grande y más prolongado para obtener los activos que sus padres conquistaron en menor tiempo y con más facilidad. Esta situación se debe a que el acceso al mercado laboral se ha reducido drásticamente, creando una situación de desempleo, que en la población joven puede ser el 50% más alto que el promedio general, y donde las mujeres enfrentan una desocupación muy superior a la de sus pares masculinos en todos los rangos de edad. Esto es común en varios países europeos y en casi toda Latinoamérica.
Aunque nuestros jóvenes están mejor formados académicamente que sus padres, son más avezados en el manejo de la tecnología y acumulan más años de formación, el poder adquisitivo de sus ingresos es muchísimo menor, lo que hace que deban aplazar, por ejemplo, la posibilidad de adquirir una vivienda para cuando tengan una edad superior a la que lo lograron sus progenitores.
El hecho de no tener empleo, o tenerlo mal pago, y no contar con los recursos necesarios que les brinde estabilidad financiera, hace que se demore cada vez más la formación de una familia y, por consiguiente, optan por aplazar o rehuir a la procreación.
Tenemos, en efecto, una generación llena de frustraciones e inseguridades sobre su futuro, lamentándose de las pocas probabilidades de la mayoría de ellos de poder obtener, por lo menos, lo que lograron sus padres a su misma edad. Una de esas cosas es no lograr, aunque sí lo quieren, emanciparse de sus padres, dado que muchos de ellos siguen viviendo en la casa de estos, e incluso recibiendo su ayuda económica.
Aunque los jóvenes están ahí presentes, pareciera que la sociedad no los valora lo suficiente. Los hemos vuelto invisibles e innecesarios. Los estamos desechando sin haber aprovechado sus potencialidades. Con muy pocas excepciones, ellos están sufriendo de desigualdad generacional.
Las consecuencias de este marginamiento de los jóvenes se traducirán en sociedades menos desarrolladas, poco dinámicas, con bajo recambio generacional y con profundas desconfianzas hacia la institucionalidad pública y privada.
@humbertotobon
*Estos comentarios no comprometen a la RAP Eje Cafetero, de la que soy Subgerente de Planeación Regional.