Por PUNO ARDILA
En Colombia tenemos una supuesta democracia, que, lejos del verdadero sentido del concepto y como lo plantea Estanislao Zuleta, por el derecho de todos a ser tenidos en cuenta, la mayoría de los ciudadanos de nuestro país, frente a la democracia, se mantiene en niveles preocupantes de ignorancia supina que atan en el subdesarrollo cualquier posibilidad de progreso.
Empecemos por decir que la mayoría de los votantes habilitados se abstiene por pereza, porque no les pagan o por desinterés (como el que no aprende a nadar porque no le gustan las piscinas).
Gran cantidad de los que sí votan lo hace por razones absurdas, con el cerebro lavado por medios de comunicación y líderes políticos, comerciales y religiosos. Como hay quienes votan “para que no se nos meta el comunismo”, hay quienes votan para evitar las cartillas y las pistolas de rayos homosexualizadores. Otros votan por el que diga el patrón, por el tamal y la cerveza, por las tejas y los ladrillos; o por un trabajo de celador, o por cualquier promesa que jamás se cumplirá. Hasta hubo quien votó por el Píncher Arias, «ay, porque él es tan liiindo…».
Básicamente, el problema es falta de formación, educativa y cultural; muy difícil de controlar porque no hay voluntad de las partes. Pero hay otro factor que daña la democracia, que pudiera controlarse con amparo en la norma. Una señora, de esas que definen la política como el arte de pegar afiches y hablar mierda, decía sin asco: «Hay que votar por el que va a ganar; no pierda su voto». Esta forma de vender el voto (y el alma) es similar a las anteriores, porque se reclama después alguna dádiva del gobernante; la diferencia es que el trabajo no es tan duro como el de andar alquilando mochileros, y los resultados pueden ser muy efectivos.
¿Y cómo se puede conducir a los borregos votantes de este país a que apoyen al que va a ganar?: fácil, con las encuestas, que llevan a un montón de idiotas para que “no pierdan su voto” y escojan al que contrata a las encuestadoras.
@PunoArdila