Francia Márquez y el ministerio de la Igualdad

Con la irrupción de Francia Márquez Mina como figura política y agente electoral, el racismo y el clasismo se exacerbó de tal manera que la vicepresidenta debió hacer uso del aparato de justicia para ponerle freno al hostigamiento étnico del que fue víctima. La más mediática de sus victimarias fue la señora Luz Fabiola Rubiano, condenada a 17 meses de prisión por actos de discriminación y hostigamiento. Recordemos que la llamó «simio».

Aunque las agitadas aguas del racismo estructural se calmaron un poco al ver que Francia Márquez estaba dispuesta a llevar a los tribunales a los «odiadores raciales de oficio», las miradas de los medios y de los sectores de Oposición se volcaron sobre la doble condición de Vicepresidenta y ministra de la Igualdad para examinar su capacidad de gestión frente a la nueva cartera, creada en buena medida para pagarle con burocracia el millón de votos que puso a la campaña presidencial de Gustavo Petro.

Más allá de la ínfima ejecución presupuestal de la cartera de la Igualdad (del 0.3%), que puede leerse de varias maneras, la discusión de fondo está en si realmente para atacar la desigualdad en el país se necesitaba de un ministerio cuando esa condición deviene normalizada porque es generada por las lógicas del modelo político, social, económico y cultural dominante que para nada tienen en cuenta a los pueblos afros, campesinos e indígenas. Se trata, finalmente, de un modelo de sociedad urbanizada que odia a todo lo que huela a ruralidad, incluido en ese sentimiento a quienes viven en esos territorios alejados de las ciudades capitales, pero sobre todo de las lógicas del consumo y de la ausencia de conexiones con los ecosistemas naturales-históricos.

Es decir, la desigualdad en Colombia se ajusta al ejercicio del poder atado a una élite «blanca» que practica el racismo y el clasismo; a la operación misma del Estado y por supuesto a los problemas de productividad de un modelo económico de origen agro extractivo y un débil aparato productivo.

Hubiese sido suficiente con diseñar políticas públicas con un enfoque que permitiera combatir la desigualdad comprometiendo los presupuestos, pero sobre todo cambiando las miradas de todos los ministerios. Insistir en crear un nuevo ministerio sin haber solucionado la paquidérmica operación de las instituciones oficiales es un error de cálculo político que la derecha le está cobrando muy duro a Francia Márquez en primera instancia por ser mujer y negra, y al gobierno, por ser de izquierda.

Las empresas mediáticas y los periodistas que se declararon en oposición al gobierno Petro decidieron vigilar muy de cerca el lenguaje de la ministra Márquez para calificarla como una mujer «arrogante, soberbia, grosera y displicente». Primero fue la expresión «de malas» en el caso del uso del helicóptero, y ahora la frase «rebotó dos voces, eso ya no es problema mío». Esos actos de habla se conectan a la manera errada con la que Francia Márquez asumió la rápida transición de lideresa social a mujer política, a funcionaria pública.

Francia Márquez está pagando con creces la novatada y el tratar de enfrentar el racismo asumiendo una postura emocional reactiva, que dejó al descubierto su inmadurez política pero, sobre todo, el nulo acompañamiento de asesores de imagen que le ayudaran a manejar las presiones, las críticas y el asedio político-mediático.

Márquez Mina debe entender que su futuro político no depende exclusivamente de si hace o no una buena gestión frente al ministerio de la Igualdad. Le quedan dos años para intentar cambiar la imagen de incompetente que la oposición le está consolidando. Ya el Pacto Histórico cometió el error de crear esa cartera. Quizás la salida esté en trasladar o  usar esos recursos junto con otros ministerios, que permitan abordar sistémicamente el problema de la desigualdad. De esa manera, podrán darle un entierro digno a una idea que claramente resultó mal.

@germanayalaosor

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