La mejor definición de lo ocurrido con la apertura de investigación del Consejo Nacional Electoral (CNE) contra el presidente Petro la dio el analista político Álvaro Forero Tascón en Mañanas Blu: “es un exabrupto legal, pues la investigación la hace un tribunal político, no jurídico”. (Ver declaración).
Forero Tascón se pregunta por qué cometen semejante “barbaridad jurídica”, y concluye que “como ya pasó en la procuraduría de Ordóñez, es otra torpeza política que comete el sistema contra Petro. Y ese juego le conviene más a Petro que al sistema”.
Aquí entre nos, este nuevo choque de trenes entre Petro y el Establecimiento se ajusta al estribillo de La gota fría: «me lleva él o me lo llevo yo”. Y Petro sale fortalecido, porque el asunto se percibe como la persecución rastrera de una gavilla de enemigos suyos, encabezada por dos políticos de oscuros pasados y procederes: un César Lorduy señalado de asesinato sobre una joven, y un Álvaro Hernán Prada investigado por la Corte Suprema de Justicia como cómplice de los delitos de otro sub judice, el expresidente Uribe hoy sometido a juicio.
Ahora bien, quizás exagera el presidente cuando dice que avanza con paso firme un golpe de Estado contra su mandato. Que hay deseos de matarlo, sí, incluso el embajador de EE. UU. confirmó la trazabilidad de planes con tal intención. Que gran parte del Establecimiento (altas cortes, gremios económicos, medios corporativos) tratan de impedir a como dé lugar que el gobierno del Cambio se consolide, también es cierto.
Pero hablar de golpe de Estado no corresponde a lo fáctico, y lo que en realidad ocurre es que asistimos a algo de más hondo calado: la reedición de un asesinato de carácter como el que se perpetró en 2016 contra la figura de Juan Manuel Santos, para impedir que triunfara el SÍ en el plebiscito que convocó en busca de que el pueblo le refrendara el acuerdo de paz que acababa de firmar con las Farc.
¿Por qué hablo de asesinato de carácter en aquella ocasión? Porque en desarrollo de esa campaña la derecha no se centró en argumentar por qué los colombianos debían votar por el NO, sino que lanzó una muy poderosa campaña de propaganda negra orientada a sembrar miedo entre la población con el cuentico -entre muchos otros- de que detrás del acuerdo de paz se anidaba una ideología de género cuya perversa intención era volver maricas a los niños.
Y los votantes se tragaron entera semejante patraña… y terminó triunfando la continuación de la guerra de Uribe sobre la paz que impulsaba Santos, hasta el día presente.
Lo que hoy ocurre ya lo había dicho Gustavo Bolívar el año pasado, posterior a la derrota de su aspiración a la alcaldía de Bogotá y cuando aún no había llegado al DPS: “Las mentiras diarias, sumadas a unas comunicaciones incapaces de contrarrestar la muy eficiente estrategia de la derecha para desprestigiar al gobierno, han ido construyendo el relato de un “supuesto” mal gobierno, que estaría desilusionando a la gente”. (Ver columna).
Esto precisamente luce como un asesinato de carácter o character assassination, expresión inglesa que alude a destruir una reputación mediante una maniobra consistente en desacreditar a un contendor sembrando infundios personales, políticos o de su vida íntima.
En el caso de Santos, si algo contribuyó a convencer a la masa ignorante de que detrás del acuerdo se escondía una “pecaminosa” ideología de género, fue tener en su gabinete a dos mujeres gais, la ministra de Educación Gina Parody y la de Comercio, Cecilia Álvarez, quienes además eran pareja. Y súmenle la cartilla pedagógica de marras orientada a la protección en los colegios de los derechos de la población no heterosexual, que puso al estamento religioso a mesar sus cabellos en agonía…
Con Petro la andanada de desinformación y propaganda negra ha sido mucho mayor, porque lo que hay en juego es mucho mayor, valga la redundancia: se trata de algo que afecta sensiblemente los intereses de los partidos tradiciones y las clases dominantes, y se resume en una palabra: cambio. Petro fue elegido para cambiar el país, pero la oligarquía representada por igual en la derecha y el centro políticos se han juntado en una conspiración soterrada que acude a todas las formas de lucha, hacia el cumplimiento de una meta de carácter corporativo: impedir el cambio.
Con Santos y Petro asistimos de todos modos a dos escenarios diferentes, donde la diferencia la pone el temperamento de cada protagonista. Mientras Santos actuó con talante de estadista y asimiló sereno el guarapazo inherente a que una mayoría -pequeñísima, pero mayoría- le hubiera rechazado el acuerdo de paz con las Farc, Petro olvida que ya es presidente y desde su cuenta de X no deja de portarse como si todavía fuera un activista en campaña, con un ánimo tan combativo que exacerba los ánimos en ambos bandos y solo contribuye a polarizar un ambiente que de la violencia verbal puede fácilmente pasarse a los hechos.
Así las cosas, el terreno está sembrado de la más virulenta pugnacidad. Y el presidente, que lo es de todos los colombianos, aún está a tiempo de entender que el “exabrupto legal” del CNE pone las cartas a su favor. En tal medida le corresponde -como hizo Santos en su momento- serenarse. Si a la par con los cañonazos de lado y lado el ministro Juan Fernando Cristo trata de promover el gran acuerdo nacional, convendría que le dejen adelantar tan importante tarea.
Llegados a este punto cito de nuevo a Gustavo Bolívar (porque tal vez a él Petro sí lo escucha) en una charla reciente que sostuvo con Pablo Bohórquez en Palabras mayores, de la que rescato tres frases: “Si no tenemos la TV, no tenemos nada”. “Las comunicaciones han mejorado un poco, pero no nos alcanza”. “Si logramos contar todo lo que se está haciendo, el país no va a querer volver a la derecha, por lo menos en 2026. Se lo aseguro”.
Ese mejoría de la que habla Bolívar se hace sentir en que, desde que Holman Morris está al mando, se ha fortalecido el Sistema de Medios Públicos como la otra voz u orilla más visible en la guerra de la desinformación que hoy impulsa con ímpetu avasallador la caverna política.
Pero es mucho lo que aún queda por hacer, y ya es tiempo de que se nos escuche a quienes desde la misma orilla del cambio llevamos lo que lleva este gobierno proponiendo estrategias puntuales para lograr que se conozcan sus cosas buenas, que son abundantes, pero ante el ruido de la confrontación no ha sido posible que sean entendidas y asimiladas. ¿Por qué? Porque sigue haciendo falta una estrategia de Comunicaciones sólida y coherente.