La innecesaria polémica entre Gustavo Bolívar y Roy Barreras por cuenta del lanzamiento de la serie Griselda invita a reflexionar sobre los responsables de la mala imagen que hay de Colombia en el extranjero, asociada ésta a la existencia de sicarios, prostitutas, políticos mafiosos y narcotraficantes.
Pablo Escobar Gaviria y las series como la que pronto se estrenará de la narcotraficante Griselda Blanco, protagonizada por Sofía Vergara y cuyo tema centra es el narcotráfico, representan sin duda alguna a una parte de la sociedad colombiana. Eso no se puede negar. Avergonzarse o sentirse maravillado por las disímiles formas de violencia que rodean ese mundo de mafiosos, lavaperros y mujeres sumisas y sometidas al poder de los traquetos es también propio de una sociedad variopinta que, históricamente, deviene confundida moralmente por haber permitido difuminar los límites entre lo correcto y lo incorrecto.
Es apenas natural que frente las historias sobre la vida del Gran Capo o ahora con la de Griselda Blanco, extranjeros y connacionales se sienten atraídos por los relatos que dan cuenta de su respectivo poder político, social y económico. Ya veremos en la señalada serie cuál fue la relevancia de la señora Griselda en el mundo de la mafia y cuántas mujeres querrán emularla. En Cali se vivió el mismo fenómeno con los señores Rodríguez Orejuela. Y en otras ciudades y pueblos, como Pacho (Cundinamarca) con Gonzalo Rodríguez Gacha.
Que esta clase de series se haya universalizado no es responsabilidad de los libretistas, mucho menos de los actores y actrices que encarnaron al gran asesino y a la inquietante Griselda Blanco. La discusión es irrelevante, pues no se les puede culpar de la “mala imagen” del país. Nos preocupamos demasiado por esa perversa idea que tienen en el extranjero de nosotros, pero poco hacemos dentro y fuera del país para superar el ethos mafioso que entronizamos a diario.
También juega en todo este asunto que nos sentimos inferiores y quizás minimizados porque jamás encontramos la senda de un desarrollo económico estable, con oportunidades para todos. Por eso quizás el periodismo busca a diario destacar a los deportistas colombianos, en particular a los futbolistas que ganan títulos internacionales, para borrar la mala imagen que nos dejaron Pablo Escobar y que nos dejará en adelante la serie de Griselda Blanco. Afanosamente los periodistas buscan a los colombianos que “dejan en alto” al país. Se trata de una carrera infinita, de nunca acabar, por borrar nuestras propias vergüenzas.
Cambiar esa mala imagen tampoco se logra proscribiendo el turismo que alrededor de Escobar Gaviria existe en Medellín, con la ruta que lleva a extranjeros y nacionales a conocer los relatos que dan cuenta de la perversidad y también del “buen corazón” del criminal con su programa “Medellín sin tugurios”. En Cali, que se sepa no existe práctica turística semejante. Imagino que en la capital antioqueña está asociada a eso de ser “emprendedor y vivo” para aprovecharse de la curiosidad y la admiración que propios y extraños sienten hacia el más grande criminal del país.
Para mejorar nuestra propia percepción del país, debemos comenzar por conocer muy bien nuestra historia política y en particular los hechos que hicieron posible la fusión entre política y crimen, gracias al narcotráfico. La ‘Ñeñepolítica’ es la más reciente prueba de esa mixtura. Pero ello implica leer, estudiar y analizar. Y de eso, muy poco en nuestra sociedad, aunque los índices de lectura de libros al parecer han mejorado en los últimos años.
Actuar en consecuencia es negarse a votar por los políticos que Escobar patrocinó y enriqueció, que son los mismos que se oponen hoy a la legalización o al control estatal de la producción de marihuana y cocaína. Esa clase política es la responsable en gran medida del atraso económico, social y cultural de Colombia. Y es así, porque son políticos violentos, básicos, machistas y poco leídos. Y las mujeres que también hacen política al lado de estos, son sumisas y gustan de los “machos cabríos” como Pablo Escobar, y de pasoguardan silencio sobre poderosos hombres señalados de violar mujeres adultas.
Baste recordar al narco paramilitar Hernán Giraldo, todo un “depredador sexual”, para entender que la figura del gran macho sigue vigente en nuestra cultura. O el caso del poderoso político (“Él”) que violó a la periodista Claudia Morales. Según ella, fue ultrajada sexualmente por un “hombre poderoso al que lo oyen y lo ven todos los días, a quien ningún escándalo lo afecta… Es capaz de muchas cosas… Ha demostrado que nada de lo que ocurra a su alrededor le puede hacer daño, ya que tiene todo el poder para salirse con la suya”.
Las novelas de narcos dan cuenta de hombres como Giraldo y del agresor de Morales, que exhiben grandes fortunas mal habidas, así como los ímpetus de varones acostumbrados a ver a las mujeres como objetos sexuales de libre adquisición y mercadeo. Cuando dejemos de admirar a esos mafiosos y de votar por esa clase de políticos, tendremos todo el derecho a criticar las narconovelas que venden muy bien la imagen de lo que somos, por nuestra propia culpa.
@germanayalaosor