Por JORGE SENIOR
La idea de un espectro político de izquierda a derecha se originó anecdóticamente durante la Revolución Francesa, cuando en la convención nacional de 1792, con carácter constituyente, los jacobinos quedaron ubicados a la izquierda y los girondinos a la derecha del escenario. El esquema cuajó y ha servido de modo descriptivo para mapear el ajetreo político partidista en medio mundo, así sea de manera lineal y sobresimplificada. Algunos dicen que ese esquema está superado, pero la realidad parece contradecirlos, como lo evidencian los últimos procesos electorales en EEUU, España, Brasil, Argentina, México o Colombia.
Debo admitir, eso sí, que el análisis político no puede agotarse en tal esquema lineal, pues puede haber asuntos transversales, alianzas inconsistentes con el esquema o coincidencias insospechadas, como la que se dio entre la extrema izquierda y la extrema derecha conservadora de nuestro país en tiempos del Frente Nacional para rechazar juntos el control de la natalidad. A pesar de esas excepciones -que confirman la regla-, hoy vemos que asuntos que deberían unificar a toda la humanidad, como la lucha contra el calentamiento global o el impulso a la ciencia, se ven politizados y encorsetados en el esquema, pues en varios países hay una derecha negacionista hasta del cambio climático y enemiga del pensamiento científico.
El espectro de izquierda – derecha tiene entonces plena validez en el mundo actual, tanto en sistemas electorales bipartidistas como en aquellos multipartidistas. Colombia está en este último caso, mientras que EE. UU. se encontraría en el primero. Pero hay una similitud obvia debido a que en el Partido Demócrata, Bernie Sanders lideró en las primarias una propuesta ubicada mucho más a la izquierda que el moderado Joe Biden, quien finalmente ganó la candidatura (en EE. UU. se entiende por Left a los de pensamiento liberal). Eso dio lugar a una lectura tripartita con Trump en la extrema derecha, Biden en el centro y Sanders en la izquierda.
Algo muy parecido a la realidad colombiana, donde el uribismo copa el espacio de la extrema derecha (halando al Partido Conservador que lleva varias elecciones presidenciales sin candidato propio); el santismo, el fajardismo y el ala derecha de Alianza Verde representan un centro que bien podríamos llamar de centro-derecha; y una centro-izquierda que se representa en Colombia Humana, varios partidos pequeños y parte de las bases del Polo, partido este último que tiene la brújula dando vueltas como un trompo. Es notoria la ausencia de la extrema izquierda en Colombia, en contraste con las décadas de los 60, 70 y 80. A duras penas queda el clandestino y marginal ELN, que nada tiene que ver con el certamen electoral.
Y aquí viene el truco de la falsa polarización, una táctica que funciona tanto en Colombia como en Estados Unidos. Al no haber extrema-izquierda, por ejemplo un partido comunista o netamente socialista, revolucionario y antisistema, la polarización frente al autoritarismo de extrema derecha que encarnan Trump allá y Uribe acá, es imposible. No hay dos polos extremos, sino uno solo, el extremismo de la derecha autoritaria que conjuga lo represivo y lo populista. El truco está en convertir a Bernie Sanders o a Gustavo Petro en supuestos extremistas radicales, cuando el estudio objetivo de sus programas muestra una línea moderada, socialdemócrata o de liberalismo social.
El uribismo vive de la polarización, la necesita, como el ser humano necesita el oxígeno. El fenómeno Uribe surgió de la polarización con las FARC, grupo éste poco inteligente que se convirtió en el combustible político que impulsó a su archienemigo de 2001 a 2010. Luego, durante el proceso de paz la tesis del “Centro Democrático” era que Santos le iba a entregar el país a las FARC (juzgue el lector tamaño engaño a la audiencia crédula) y así polarizó con los dos. Al desaparecer las FARC, el uribismo urge de un polo opuesto para galvanizar la opinión y los votos, entonces lo busca en contradictores frenteros como Petro, acomodándole adjetivos como “castrochavista” y utilizando el coco de Venezuela para manipular el miedo.
Por su parte, el centro pro-derecha les sigue el juego, pues cree que como pasó en EEUU, la ciudadanía va reaccionar contra la polarización artificial apostándole al “moderado” y “tranquilizador” centro-neutro. Es la apuesta del fajardismo y el nuevo lopismo (el de Claudia), mientras Santos todavía no muestra las cartas y permanece astutamente en bajo perfil. El cálculo es que, de llegar el centroderechismo a segunda vuelta, la izquierda, que cada vez es más numerosa y ya se cuenta por millones, votará por la opción más cercana, o sea el mal menor, como pasó en 2014. Esa táctica les falló en 2018, pero todo indica que insisten en el juego de la falsa polarización.
Humberto De la Calle identificó con lucidez ese juego de “atacar en gavilla” a Gustavo Petro y lo rechazó, lanzando una propuesta de altura para buscar consenso en el terreno programático. La idea fue acogida por Petro, quien habla de un “Pacto Histórico”, mirando más allá del 2022. El dilema lo tienen ahora los “alternativos” del amarillo y el verde, que llevan por dentro de sus partidos la fractura entre centro-izquierda y centro-derecha, a veces apaciguada por la fría pero dulce mermelada de la capital.