Qué interesantes discusiones ha suscitado y qué cantidad de textos se han publicado a raíz de las respuestas recibidas por algunos opinadores, que insisten en su omnipotencia con el escudo de la libertad de prensa, y, por ahí mismo, con el de libertad de expresión y de opinión, que son cosas distintas.
Así como no es libertad de prensa tener que decir “presunto” a lo evidente, tampoco lo es creerse con el derecho de difamar y acusar, porque “es mi opinión”. Se puede decir que alguien “me cae mal” o “no me gusta”, pero no es una opinión afirmar que alguien “es” un delincuente solo porque me cae mal.
El periodista no es juez ni el medio es estrado judicial. Eso de «conteste la pregunta» o «limítese a contestar la pregunta» no le corresponde; y así como el entrevistado no tiene obligación de responder, ese silencio es su responsabilidad; pero no tiene por qué verse obligado a debatir, y el periodista no es un par del entrevistado; si acaso, puede ser moderador, pero nada más.
La libertad de prensa da para todo, como cuestionar al que tiene una casa y usa zapatos de marca, o gastar el tiempo de una entrevista jugando a que el entrevistado adivine intérpretes de canciones. Aquí se usa esa libertad para informar únicamente lo malo o lo bueno de un gobierno, dependiendo de cuál de ellos gobierna, si el de los zapatos de marca o el del juego de las canciones, respectivamente. El sesgo se puede hacer evidente en espacio de opinión, no en espacio de información, porque en este hay que ofrecer toda la verdad, y nada más que la verdad. A propósito, cuántas veces ha salido Dávila a decir barbaridades y después se descubre que era mentira, que no hay fuentes ni fundamento.
La libertad de prensa debe permitir contar con la prudencia suficiente para entender que hay informaciones que pueden acabar (literalmente) con la vida de personas y de familias; pero el afán de la chiva y el amarillismo convierten cualquier información, por personal o íntima que sea, en “exclusiva”, “impactante”, “explosiva” y tantos adjetivos que le cuelgan, solo para que, aunque chisme, parezca más interesante. Y lo mismo ocurre con sitios de informadores independientes, que anuncian que “silenció”, “dejó en ridículo”, “calló”, “peinó”, y al revisar la información, descontextualizada, se percibe solo una discusión como tantas otras.
Los periodistas, además de informar, tienen (como todos) el derecho de opinar, pero no se debe convertir una entrevista en arena de combate, sobre todo esas de tan bajo perfil que han igualado a políticos cuyas “discusiones” no son más que repetición de una frase para tapar la voz de quien está argumentando al otro lado.