El asunto es como sigue: el reconocido filósofo y escritor Estanislao Zuleta, autor del famoso Elogio de la dificultad, tuvo tres hijos con María del Rosario Ortiz y uno de ellos solo vino a conocer a su mamá cuando tenía 27 años. Es una revelación de fondo y está en la novela Lo que no fue dicho (Editorial Planeta, 2021), del escritor y poeta caleño José Zuleta Ortiz.
Quizá por la misma insularidad de nuestra cultura en lo regional, solo hasta hace unas semanas supe de su autor, pese a que ha ganado un pocotón de premios de poesía y un Premio Nacional de Literatura en 2009. El libro llegó a mis manos porque lo recomendó con creces una columna de Julio César Londoño. Lo leí y me impactó, por sus revelaciones y por su hondura poética.
Se trata de una novela autobiográfica, aunque nunca sabremos qué tanta libertad le dio el autor a su imaginación. Por ejemplo, cuando cuenta haber sido sometido a cierto juguetón abuso infantil por parte de una dama, descrito con una carga erótica que conquista, que enamora en su economía de lenguaje: “Un día, mientras la acompañaba a doblar ropa en su habitación, propuso que jugáramos el juego de la carpa; consistía en que yo debía entrar bajo su falda y quedarme allí. Ella abría un poco las piernas y me decía: hay que armar la carpa”.
Ella en la novela se llama Catalina. Tratándose de algo autobiográfico, no sería difícil ubicar a quien le dictó a José esas primeras pícaras lecciones de iniciación a la vida adulta. No nos incumbe, de todos modos, pero sí sirve para remarcar que podría tratarse de una infidencia, de las muchas que allí se dejan leer.
Entre esas, que fue circuncidado por orden de su padre – ateo, para más señas-, sin que mediara explicación religiosa o una urgencia de salud. Y le pusieron por nombre el de otro famoso circunciso, José, esposo de María y supuesto padre de Jesús.
Si de infidencias se ha de hablar, una coincidencia a la inversa con el autor está en que también fui circuncidado, aquí sí por motivos religiosos: una ofrenda al Dios de Abraham, el inventor de la circuncisión. Me escogieron para ser el cura de la familia, desde que tuve uso de razón escuché que tenía “vocación sacerdotal” y que “si se esmera, podría ser el primer Papa colombiano”.
Otra coincidencia: a los 15 años cuenta José que se fue de la casa de su padre, convirtiéndose así en “un huérfano con los padres vivos”. A mí a los 11 me mandaron a un internado en otra ciudad (Zapatoca), porque eso iba a “contribuir” a una buena formación sacerdotal. Fui extraditado de mi familia durante cuatro años, era otro huérfano de padres vivos. No valía como hijo, valía como prospecto de cura. ¿Que por qué lo cuento aquí? No sé, tal vez nació bajo el efluvio de esa novela.
En Lo que no fue dicho estamos ante el relato de una existencia fuera de lo común, cuyo punto de partida es el día que José se entera de la muerte de su madre. Y el relato quizás lo asume como una venganza literaria, largamente meditada: “Yo debía contar cómo había sido mi vida sin ella, mi infancia sin ella. Ahora, frente al hecho rotundo de su muerte, mi vida ignorada se impone con una nitidez nueva. Como una vindicación, como una canción que hay que cantar”. La literatura es su refugio, desde allí dispara sus obuses existenciales contra una familia de la que quizá solo se salvan la entrañable abuela, Margarita, y sus dos hermanos.
Y comienza a cantar, con una tonalidad hondamente poética y una riqueza de lenguaje que transforma la escritura en paisajes llenos de colorido, por los lugares de la geografía terrestre y marítima donde va pasando, gracias a una infancia llena de trasteos y luego a su voluntaria condición de nómada precoz.
Con el mismo estilete narrativo describe objetos y seres cargados de belleza sinigual, como esos conejos blancos de ojos rojos a los que cuidaba en un galpón y un día le ordenaron matar 14 para atender el pedido de un restaurante. Pero prefirió liberarlos. Y los conejos regresaron, porque no sabían vivir libres. La literatura como destino, la poesía como lente para ver el mundo.
El libro tiene a veces el tono del Retrato del artista adolescente de James Joyce, a veces el humor cáustico de Woody Allen en Sin Plumas: “El psicoanálisis es una conversación en la que el que habla está acostado mirando al techo y el que oye está detrás y lo que más se le oye decir es “Por hoy dejemos aquí”. (Pág. 78).
Podría de infidente contar otras cosas, pero no se trata de dañarles el final de la película. Lo que sí podemos es adelantar una seguidilla de frases en el mismo orden del libro, son huellas dejadas sobre un camino que conviene recorrer completo:
“Le escuché a mi abuela Margarita decir que de la vanidad vivimos, la vanidad es el motor de la vida, lo que nos impulsa a ser”.
“Yo seguía creyendo en Dios a escondidas de papá. Suponía que me iría para el cielo. La única preocupación era que a mi padre, por ateo, no lo iban a dejar entrar”.
“Una vez Álvaro preguntó si nuestro papá era comunista. En el barrio circulaba el rumor de que en nuestra casa había reuniones raras y muchos libros”.
“No teníamos televisor, pues era “instrumento de dominación capitalista”.
“Los intelectuales son señores que viven para conversar, para repetir lo que dicen los libros que leen. Lo que más les interesa es tomar trago con los amigos y sentirse todos muy inteligentes”.
“Tenía claro que un hijo es también una prisión. Sabía cuánto se sufren los hijos”.
“Oigo los trenes invisibles donde duerme el niño que no fui”.
“La publicidad es un sueño que no deja dormir (…). Todo el tiempo estábamos haciendo frases absurdas, que nos doblaban de la risa como si estuviéramos trabados”.
“Hoy conocí a mi mamá, quedamos mutuamente decepcionados”.
Moraleja y conclusión, con la lectura de Lo que no fue dicho mepasó como cuando Gabo descubrió en Kafka que estaba permitido decir que Gregorio Samsa una mañana despertó convertido en un monstruoso insecto. Para el caso que nos ocupa, uno descubre que es posible ventilar al sol con nostálgica agonía los trapos de su propia familia, usando como adarga la literatura. Es un libro valiente, de los valientes que dejan huella.
@Jorgomezpinilla