A pesar de haber nacido en marzo de 1959, miles de billones de barbies originales y plagiadas se han negado a envejecer. Los cirujanos plásticos de la gran multinacional que las produce han hecho el mejor trabajo para que en ellas su alma sea la del retrato de Dorian Grey -envejecida y saturada de mezquindades-, mientras que su físico, al igual que el del personaje creado por Oscar Wilde, sea el que conserve la juventud sin fecha de caducidad.
Las niñas, la mayoría en el mundo, o mejor, sus padres, cuentan con más de cien modelos de barbies a escoger cuyas vestimentas semejan sendas profesiones de la mujer actual, diseñadas para cada cultura, básicamente, empleando algunos rasgos físicos característicos como color de piel y ojos, color y textura del cabello, y poco más. Todas en el mundo tienen las mismas medidas que las hacen lucir esbeltas, sin tener en cuenta que el cuerpo de las mujeres, por fortuna, es diverso tanto en un mismo entorno, como en las múltiples culturas que pueblan el planeta.
A la Barbie no le pasan los años ni su desmedido interés por el consumo. Puede tener traje de científica, pero en su vida real, está diseñada para ser bella, seductora, competitiva con las otras, y extremadamente superficial. Todo su mundo, el de todas, planea hacia el único objetivo que no es otro que el de conseguir ese novio atlético y millonario que, a través de lujosos coches, las transporte a un universo de riqueza y opulencia que les garantizará un futuro sin privaciones en el que su singular ambición consistirá en conservarse bella a perpetuidad.
Hoy me he encontrado con esta Barbie aparentemente triste por haber superado los sesenta años. Pero no; ella adora ver su cabello plateado y mirar cómo su otrora piel tersa, poco a poco se ha ido transformado en un hermoso vestido que le envuelve cuerpo y cara, en el que el paso de los años ha dejado esas huellas llamadas arrugas, que no son otra cosa que los senderos por los que ha transcurrido su vida. Ella se negó a no envejecer. Su insólita decisión dentro de su mundo circundado únicamente por la belleza y el esplendor, ha sentado muy mal a sus moldeadores que han vivido durante casi siete décadas, vendiendo mentiras para que las niñas del mundo, en lugar de jugar con realidades, sueñen con un mundo plagado de banalidades, para alcanzar la edad adulta siendo tan hermosas como sus compañeras plásticas de cientos de instantes lúdicos individuales y colectivos que colmaron sus años de infancia.
Esta Barbie le está gritando al mundo de las vanidades que lo más duro en la vida de una mujer es mantenerse siempre esbelta, para no salir del mercado en el que la sociedad la ha metido. Su cuerpo ha sido convertido en un campo de batalla para no envejecer, en el que otros, muy audaces, se lucran, vendiéndole la idea de que ocultar el paso del tiempo es una gran conquista. Este corsé que la ha comprimido exige tanto de ella, que no importa que haya sido madre, que se desempeñe laboralmente en un mundo competitivo y profesional, y que incluso destaque en áreas todavía vedadas para las mujeres; siempre, y hasta el último de sus días, ha de ser un bello objeto al que el paso del tiempo no le deje rastro alguno.
Esta amiga rosa, como la han hecho a lo largo de décadas, ha madurado y no por ello se ha marchitado. Su alma y su físico corresponden a todo lo que ella ha vivido. Dentro de su planeta ha salido de la manada para buscar un mundo en el que pudiera gozar de la libertad. ¡Y lo ha encontrado! Ella, al igual que las millones de mujeres de carne y hueso en la tierra actualmente, ha buscado ser ese verso suelto que espera al mirarse en el espejo, ver su verdadera imagen y no aquella que los cirujanos sociales quieren que vea. Ahora ya se le reconoce como la Barbie indómita; esa a la que tanta belleza exterior no la sedujo eternamente. Ahora respira libre, mientras que es rebaño que dejó atrás, continúa siendo el alma de Dorian Grey, cargada de narcisismos y mezquindades que otros les instalaron en la fábrica que reproduce millones de barbies clonadas.
Pero también es verdad que sí está triste. Le duele haber conseguido ella sola la autonomía. Estaría muy feliz si todas las barbies del mundo permitieran que la vida entrara a sus cuerpos y se quedara en ellos para siempre: ahora su gran sueño consiste en que su libertad, para que sea realmente universal, esté compartida con todas ellas. Cuando lo consiga, sonreirá feliz, enmarcada por sus canas y gozando de esas arrugas esparcidas por todo su cuerpo, esas valiosas guías que le han enseñado el camino hacia emancipación.
OLGA GAYÓN/Bruselas